Los hijos abren a madres y padres a un nuevo mundo y a darse cuenta de que no sólo enseñan, sino que también tienen mucho que aprender de ellos.
Antes de que los hijos nazcan, los padres se ven a sí mismos como unos profesores de por vida. Lo que no se imaginan es lo mucho que los niños les enseñarán al enfrentarlos a cientos de situaciones nuevas con las que aprenderán sobre su ser más profundo, su relación con los demás y el mundo en general.
Aquí las lecciones:
- El amor es infinito
Pareciera ser que, de alguna manera, cada nuevo hijo crea su propio espacio en nuestro corazón y nos damos cuenta de que tenemos cada vez más amor que darles porque es infinito.
- No controlamos todo
Los niños, desde un comienzo, nos enseñan a esperar la inesperado, sobre todo cuando se trata de planear nuestra vida. El secreto es ser flexibles con nuestros planes. Mientras antes aprendamos a ser flexibles y a tener en cuenta todas las circunstancias que pueden cambiar, nos sabremos tomar la vida mejor. El humor es un buen remedio. Saber reírse y decir “para otra vez será”, ayuda a evitar las frustraciones.
- Todos tenemos nuestro lado oculto
Los niños nos exponen a situaciones nuevas que nos hacen reaccionar de una manera que uno jamás pensó: rabia, impaciencia, frustración.
Afortunadamente, aprendemos también que uno puede experimentar un sentimiento, sin actuar de acuerdo a él. El autocontrol es una importante lección que se tiene que desarrollar rápidamente desde que el hijo nace.
- Nuestros propios intereses pasan a segundo plano
Con los niños, los padres aprenden a postergarse. Ellos exigen todo nuestro tiempo y dedicación. Se asumen responsabilidades y exigencias. Nuestra prioridad cambia: ahora son ellos lo más importante en la vida.
- Los niños no son clones, son individuos distintos a nosotros.
Hay que aprender a respetar las diferencias, personalidad y carácter de cada hijo. No podemos tratar de que nuestros hijos sean iguales a nosotros. Conocerlos tal cual son y quererlos por eso, ayudándolos a mejorar sus puntos débiles ya resaltar sus virtudes, es el deber de los padres.
- Nadie espera que seamos perfectos
El amor incondicional de los niños es una recompensa que nos conforta día a día. Si nos equivocamos y se nos pasó la mano con el enojo, ellos nos hacen sentir que no fue tan grave.
Tenemos que tener presente que no somos perfectos y que nadie nos está exigiendo que lo seamos. Mañana trataremos de controlarnos más y seremos mejores. Ojalá pudiéramos ser así con ellos a la hora de sus errores.
- No hay que juzgar a los demás
Los niños enseñan a no juzgar a los demás según cómo son como papás. Especialmente nos hacen entender muchas actitudes de nuestros propios padres, que antes criticábamos.
Dejamos así de exigirle a los demás cosas que nosotros no podemos cumplir con nuestros hijos. Esta es una importante lección que se puede aplicar en todos los ámbitos de la vida.
- Vivir el momento
Los niños, especialmente de chicos, son los reyes en mostrarnos el valor de tomarse las cosas con calma. Si vamos a pasar la tarde con ellos, hay que guardar el estrés y la ansiedad, y saber que, para que todos lo pasemos bien, no queda otra que ir al ritmo de ellos.
- No se termina de aprender
Con los niños nunca se deja de aprender. Cada etapa es distinta y cada hijo es diferente, por lo que tenemos que ser de una manera o de otra con cada uno. Esto nos plantea un desafío enorme como padres, pero también nos da una inmensa recompensa: el cariño de los hijos.
- Los niños nos despiertan virtudes olvidadas
En lo que todos los padres consultados están de acuerdo es en la cantidad de virtudes que nos muestran los niños y que nos hacen cuestionamos sobre nosotros mismos.
“Lo poco rencorosos, lo espontáneos, la alegría, la espiritualidad, la sencillez, la sensibilidad con los más débiles o los pobres, es maravilloso. En cierto sentido, te despiertan al mundo”, coinciden.
Los hijos nos hacen conocemos mejor, sacar facetas de nuestra personalidad que nunca creímos tener y nos motivan a ser mejores personas. (Publicado en Encuentra)