Hoy la Iglesia conmemora a San Agustín, Obispo de Hipona (354-430), uno de los cuatro doctores originales de la Iglesia Latina. Fue un cristiano comprometido, un pastor solícito y un buen ejemplo para todos los cristianos.
Joan Bestard Comas/ sacerdote sociólogo (Mallorca, España)
San Agustín siempre me ha fascinado. Es el hombre del corazón, enamorado de Jesucristo, la verdad viviente. Su preclara inteligencia y su gran corazón, abierto al amor de Dios y del prójimo, se reflejan en sus obras, especialmente en sus “Confesiones”.
A continuación algunas reflexiones de esta obra.
1. La conversión de San Agustín
En palabras poéticas, de una fuerza inusitada, describe San Agustín su propia conversión a Dios. Es un texto bello, conciso y entrañable. Es una plegaria de admiración y adoración. “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me retenían lejos de ti cosas que no existirían si no existieran en ti. Pero tú me llamaste y clamaste hasta romper finalmente mi sordera. Con tu fulgor espléndido pusiste en fuga mi ceguera. Tu fragancia penetró en mi respiración y ahora suspiro por ti. Gusté tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed de ese gusto”.
La conversión es un don, una gracia, no una iniciativa nuestra voluntarista. El que acaba con nuestra sordera y nuestra ceguera es Dios mismo.
2. Oh Dios, que en la oración sepamos oír lo que tú nos digas
“[Dios mío], los hombres te consultan sobre lo que quieren oír, pero no siempre quieren oír lo que tú les respondes. Y el buen siervo tuyo es aquél que no se empeña en oírte decir lo que a él le gustaría, sino que está sinceramente dispuesto a oír lo que tú le digas” (San Agustín).
Cuántas veces nos acercamos a la oración para oír lo que nosotros queremos y no para oír lo que en verdad Dios nos quiere revelar.
La oración no es un lugar para tranquilizarnos, sino para dejarnos interpelar.
En la paz del alma no debe resonar nuestra voz, sino la voz de aquél (Dios) que es el único que puede iluminarnos y transformarnos.
3. Una breve y profunda oración de humildad
San Agustín en sus Confesiones formula esta breve y profunda oración de humildad: “[Oh Dios mío], tú eres el médico, yo soy el enfermo. Yo soy miserable y tú eres misericordioso”.
El adjetivo “misericordioso” es uno de los más bellos y profundos del vocabulario de nuestra religión cristiana. “Misericordioso” significa saber colocar el corazón cerca de la miseria para compadecerse de ella, tener un corazón tierno para con la miseria para remediarla.
La palabra “misericordia” está compuesta de dos vocablos: miseria y corazón. Quiere decir: tener un corazón abierto y generoso para con la miseria del otro.
La miseria es nuestra. El corazón para remediarla es de Dios. Dios contempla nuestra miseria y nos brinda su amor sin medida.
4. Nuestra meta es Dios
En el libro primero de las Confesiones de San Agustín, encontramos la famosísima exclamación: “[Señor Dios], nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti”.
Nuestro inicio radica en Dios y nuestra meta definitiva es Él. Nuestra existencia es un proyecto que se inicia gracias a Dios y en Dios y que un día terminará en Él.
Entender esto significa dar un sentido profundo a nuestro ser y actuar.
Sin Dios, somos como seres perdidos en el universo, que desconocen su inicio, ignoran su camino y carecen de meta. Dios es el principio y el fin de nuestro existir. Y nuestra vida no es más que el trecho entre estos dos puntos básicos que debemos aprovechar al máximo para alabarle, darle gracias y servirle en los hermanos más necesitados.
5. Dios preside el santuario de mi interioridad
San Agustín dice en sus Confesiones: “[Señor Dios mío], tú eres interior a mi más honda interioridad”.
Dios no está cerca de nosotros, sino en lo más profundo de nuestro ser y podemos entablar con Él un diálogo tierno de amistad. Entre Criador y criatura hay un abismo, pero el Dios que nos ha criado por amor quiere entablar con su criatura una relación de amistad.
Nuestra filiación divina, descubierta por Jesucristo, es la más grande de las verdades de nuestra religión y, a la vez, constituye el más sólido fundamento de nuestra fraternidad humana.
6. La plegaria de una madre
San Agustín dice acerca de su madre (Santa Mónica) en sus Confesiones: “Ella lloraba por mi muerte espiritual, [Dios mío], con la fe que tú le habías dado, y tú escuchaste su clamor. La oíste cuando ella con sus lágrimas regaba la tierra ante tus ojos; ella oraba por mí en todas partes, y tú oíste su plegaria… Sus preces llegaban a tu presencia, pero tú me dejabas todavía volverme y revolverme en la oscuridad”.
Mónica recordaba a Agustín unas palabras que le dijo un obispo hablándole de él: “No es posible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”.
Cuántas conversiones han logrado a lo largo de la historia, las lágrimas de las madres hechas plegaria. Dios no desoirá nunca la sincera súplica de una madre que pide la conversión de un hijo o de una hija.
7. Dios, el consuelo de los que han perdido un ser querido
San Agustín, refiriéndose a él mismo, que ha perdido a un amigo íntimo con una muerte inesperada, exclama: “El único que no pierde a sus seres queridos es el que los quiere y los tiene en Aquel que no se pierde. ¿Y quién es este sino tú, nuestro Dios, el que hizo el cielo y la tierra y los llena, pues llenándolos los hizo?”
En Dios descansan los difuntos y Él es el consuelo de aquéllos que lloran su muerte.
Los que hemos perdido a un ser querido, ponemos nuestra esperanza en el Dios de la vida, en el Dios que no se pierde, que permanece firme en su designio de amor.
8. Las profundidades del ser humano
San Agustín, gran conocedor del alma humana, con una frase lapidaria afirma: “Insondable abismo es el hombre, Señor, cuyos cabellos tú tienes contados, ninguno de los cuales se pierde en ti. Y mucho más fáciles son de contar sus cabellos que no sus afectos y los movimientos de su corazón”.
Describir al ser humano como un abismo insondable es de un realismo extraordinario y de una gran fuerza psicológica. Tal vez no haya vocablo más acertado para describir al hombre que el de “abismo”. No hay sima más honda que la del ser humano con los complejos afectos y movimientos de su corazón.
El “abismo” expresa complejidad, profundidad y misterio. Y el único que puede penetrar en él es Dios con su luz y su gracia.
9. Podemos abandonar a Dios porque somos libres
San Agustín, en sus Confesiones, afirma: “A ti no te pierde, [Señor Dios], sino el que te abandona”.
Dios nunca nos deja tirados en el camino de la vida. A Dios sólo lo perdemos, si lo abandonamos. Su designio sobre nosotros es de acogida y de salvación. Y este designio permanece inalterable.
Podemos perder a Dios porque somos libres. Y el abandono es nuestro, no suyo.
El misterio de la libertad humana es insondable: podemos huir de Dios y abandonarle. Pero aunque nosotros le seamos infieles, Él nos será siempre fiel. Su misericordia es más fuerte que nuestra miseria, o dicho de otra manera, su corazón late junto a nuestra miseria y nos salva.
10. “Nuestra casa es tu eternidad”
San Agustín, hablando de la muerte en sus Confesiones, afirma: “Nuestra casa no se derrumba por nuestra ausencia, pues nuestra casa es tu eternidad”.
Es ésta una bellísima expresión agustiniana de esperanza en el más allá: “Nuestra casa es tu eternidad”.
La esperanza cristiana no se basa en nuestros méritos y esfuerzos, sino que se cimenta en la eterna bondad de Dios y en la resurrección de Jesucristo.
No somos vagabundos, sino peregrinos que avanzamos hacia tu eternidad, conscientes de que en ti encontraremos la luz y la felicidad.
11. Dios está presente también en aquellos que huyen de Él
San Agustín, en sus Confesiones, manifiesta: “[Tú, oh Dios,] estás presente también en aquellos que huyen de ti”.
Es ésta una frase llena de ternura, y para ellos pide la conversión de corazón con estas sentidas palabras: “Conviértanse pues a ti; que te busquen, pues tú, el creador, no abandonas jamás a tus criaturas como ellas te abandonan a ti. Entiendan que tú estás en ellos: que estás en lo hondo de los corazones de los que se confiesan, y se arrojan en ti, y lloran en tu seno tras de sus pasos difíciles. Tú enjugas con blandura sus lágrimas, para que lloren todavía más y en su llanto se gocen”.
Dios está presente en todos los corazones humanos y busca pacientemente su conversión, es decir, su retorno a Él.
12. San Agustín, buscador de la verdad de Dios
San Agustín, en las Confesiones, se nos presenta como un gran buscador de la verdad de Dios. En una de sus frases geniales afirma: “Yo anhelaba, [Dios mío], pero no podía, respirar el aire puro y fresco de tu verdad”.
Los trece libros de su obra Las Confesiones, con sus respectivos capítulos, son un diálogo a corazón abierto con Dios, con el Dios de la vida, que él busca afanosamente, a pesar de todas las dificultades.
Los grandes buscadores de Dios, como San Agustín, irradian una fuerza seductora extraordinaria. Son personas de profundas convicciones, que no andan enredados en tonterías y vanidades, ni están esclavizados por el dinero y el poder, sino que cimentan toda su existencia en el “Esencialmente Otro”, en el Dios bíblico de la Revelación, que es el Dios verdadero.
13. El misterio de Dios
“Tú eres, [oh Dios mío], inaccesible y próximo, secretísimo y presentísimo” (San Agustín).
Estos adjetivos antagónicos: “inaccesible” y “próximo”, “secretísimo” y “presentísimo” expresan con gran hondura el misterio de Dios, un misterio que el santo Obispo de Hipona contempló durante toda su vida.
Precisamente porque Dios es, a la vez, inaccesible y próximo, secretísimo y presentísimo, es un misterio insondable y salvador que nos conviene meditar asiduamente y vivirlo con intensidad. Contemplemos de rodillas el gran misterio de Dios y démosle gracias por el don de la vida y de la vocación.
14. El ideal de la comunidad cristiana
El ideal de la comunidad cristiana, lo describe San Agustín en las Confesiones con estas certeras palabras: “Habíamos pensado contribuir con lo que cada uno tuviera para formar con lo de todos un patrimonio común, de modo que por nuestra sincera amistad no hubiera entre nosotros tuyo y mío, sino que todo fuera de todos y de cada uno”.
La comunión de bienes es un ideal muy difícil de realizar, pero posible, con la ayuda del Espíritu y el firme deseo de seguir a Jesús pobre y desprendido, que nos dejó como mandamiento principal el de la fraternidad cristiana. La genuina fraternidad cristiana se hace realidad palpable y relevante en la comunión de bienes, donde todo es de todos.
15. Dios, fuente de la misericordia
“A ti la alabanza y la gloria, ¡oh Dios, fuente de las misericordias! Yo me hacía cada vez más miserable y tú te me hacías más cercano. Tu mano estaba pronta a sacarme del cieno y lavarme, pero yo no lo sabía” (San Agustín).
San Agustín, en Las Confesiones, invoca una y otra vez y de distintas maneras la misericordia del Señor.
Dios muestra su poder en su misericordia. Su poder no es para humillar al ser humano, sino para perdonarlo y acogerlo. Dios es todo corazón y ternura para con nuestra miseria material y moral. Perdón y misericordia son sus grandes atributos.
16. Esperanza en la misericordia de Dios
Si tuviera que remarcar el sentimiento más insistente y profundo de San Agustín en Las Confesiones diría que es éste: La esperanza en la misericordia de Dios. Y la expresión más repetida: “¡Señor Dios de las misericordias!”
La magnanimidad de Dios ante la miseria humana es la constante preferencial de Las Confesiones de San Agustín.
El Dios de San Agustín es el Dios de la misericordia y del perdón, es el Dios que coloca su corazón de Padre junto a la miseria humana para levantarla y redimirla.
El Dios de la misericordia y del perdón es el revelado por Jesús en el Evangelio. Es el que acoge al hijo pródigo, busca a la oveja perdida y perdona a los pecadores que con fe se acercan a Él.
17. El deseo de ser felices es del todo universal
“Es verdad que unos ponen la felicidad en esto y otros en aquello, pero el deseo de ser felices es del todo universal; todos quieren gozar y como gozo conciben la felicidad. Y diversas como son las maneras de concebirla, todos se esfuerzan por llegar a ella. Por otra parte, el gozo el algo que está en la experiencia de todos; por eso saben de qué se trata cuando la oyen nombrar” (San Agustín).
La felicidad es un sentimiento innato en el ser humano. Es una paz y una serenidad interiores, difíciles de conseguir. El deseo de felicidad es universal, pero la plasmación de ésta en el corazón del ser humano es una tarea difícil que requiere disciplina y esfuerzo.
18. Una plegaria para morir en las manos del Padre
A la hora de mi muerte desearía rezar a Dios con los labios y con el corazón estas palabras de Las Confesiones de San Agustín: “La única esperanza con que cuento la tengo puesta en tu infinita misericordia”.
Pienso que no hay palabras mejores que éstas para morir en las manos del Padre.
Las pequeñas esperanzas mundanas a la hora de la muerte no cuentan, no sirven, son banales. Lo único que verdaderamente importa es el abrazo misericordioso del Padre que es plenitud y gozo.
A la hora del último suspiro, la única seguridad será el amor del Padre. Y la única felicidad, descansar junto a Él para siempre.
RECUADRO (PONERLO CON LA PINTURA DE SAN AGUSTIN)
San Agustín de Hipona
Nació en Tagaste (África) el año 354. Después de una juventud desviada doctrinal y moralmente, se convirtió, estando en Milán, y el año 387 fue bautizado por el obispo San Ambrosio.
Vuelto a su patria, llevó una vida dedicada al ascetismo, y fue elegido obispo de Hipona. Durante treinta y cuatro años, en que ejerció este ministerio, fue un modelo para su grey, a la que dio una sólida formación por medio de sus sermones y de sus numerosos escritos, con los que contribuyó en gran manera a una mayor profundización de la fe cristiana contra los errores doctrinales de su tiempo. Está entre los Padres mas influyentes del Occidente y sus escritos son de gran actualidad. Murió el año 430.