Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Muy buen domingo tengan todos ustedes ¡Cristo ha resucitado! Es el grito de gozo de los primeros cristianos y que hoy también nosotros tenemos que exclamar constantemente de palabra y con la vida. Estamos en el quinto domingo de Pascua, ya nos vamos aproximando a dos domingos últimos solemnes: la Ascensión y Pentecostés.
El tema de este domingo es la manifestación, la revelación de Cristo hacia nosotros como la vid: “yo soy la vid verdadera”. Se nos invita desde la oración colecta a dos cosas muy importantes: primero como una súplica le pedimos a Dios que nos lleve a su plenitud, que cada uno de nosotros desde la fe, unidos a Cristo, nos lleve El con su gracia a la plenitud del misterio pascual. ¡qué hermosa petición en la oración colecta! y qué proyecto de vida diaria tenemos que trabajar entre nosotros, llevar cada día la plenitud, es decir, encarnarlo, hacerlo vida, traducirlo en hechos. Eso es vivir a plenitud el misterio el sacramento pascual de Cristo-
Y el otro aspecto importante que se nos invita a reflexionar es: estamos llamados, viviendo esa plenitud en la fe, a dar abundantes frutos, buenos, exquisitos, que se note en nuestra vida y en nuestro actuar esa presencia plena de Cristo resucitado, dando frutos abundantes. Por eso es importante el evangelio que hemos escuchado “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador”. Así comienza el evangelio de este domingo, esa unidad tan estrecha, dice Jesús que todo sarmiento unido a Cristo debe dar frutos abundantes, pero aquí Jesús, en el transcurso del evangelio, nos habla de una tarea que quiere hacer con cada uno de nosotros: El nos poda, todo sarmiento que da fruto es podado por Dios para que demos fruto abundante. Esa figura tan hermosa de Cristo, la Vid, y nosotros los sarmientos habla de que estamos unidos a Jesús. Fíjense bien: estamos unidos a Jesús, con un vínculo tan profundo y vital que no es una unidad superficial, artificial, de a mentiritas, transitoria, que no nos implica nada. ¡No!, como el sarmiento a la vid, así el cristiano debe estar íntimamente unido, en un vínculo profundo, desde el corazón, desde lo más íntimo de tu ser de tu amor, tu voluntad, tu libertad, todo tu ser profundo en lo hondo de tu corazón y vital. Es un vínculo de vida. Jesús constantemente dice “yo doy mi vida, he venido para que tengan vida y vida en abundancia”, por eso es un vínculo vital. El nos da la vida, estamos unidos y El nos transmite su vida en esa figura de la savia que la vid transmite al sarmiento. Así la savia la vida que Cristo nos transmite a todos.
La savia
¿Qué es esa savia? es la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Ya recordamos, desde el mismo día de la resurrección Jesús se presenta con sus apóstoles, les saluda “la paz este con ustedes” pero también, dice el texto, sopló sobre ellos y les dijo “reciban al Espíritu Santo”, es la savia que recibimos, quienes estamos unidos en este vínculo profundo y vital con Cristo, así que tengamos conciencia de dos cosas muy importantes: de la plenitud de unión de amor que estamos llamados a vivir a través del Espíritu Santo que se nos da. Y por otra parte, lo que decíamos, también dar frutos abundantes. Al que da fruto lo poda para que dé más fruto, esa presencia del Espíritu Santo en nosotros, dice san Pablo, y los frutos del Espíritu Santo son amor, que lo resume todo: la paz, la alegría, la bondad, la mansedumbre, la benignidad, el dominio de sí. Pero esos frutos del Espíritu Santo se traducen en paciencia, en perdón, en ayuda por el otro, se traducen en servicio, en caridad, en fraternidad, en armonía. Se traduce en dar frutos como buenos hijos, buenos papás, dar frutos como buenos cristianos, dar frutos abundantes. Por eso el Señor nos poda. Permitamos que el Señor nos pode, porque nos ama, si no nos amara dejaría que surgiera mucha hierba, a lo mejor sin frutos entre nosotros, pero como nos quiere, basándonos en esta figura, El nos poda. Nos poda para que demos cada vez más frutos abundantes.
Aquí una como advertencia; el mundo también quiere arrancar de nosotros la fe, a Cristo, a Dios. El mundo quiere arrancar de nosotros la justicia, la fraternidad, el perdón, el amor, como muy sutilmente. El mundo quiere arrancar todo lo bueno que Dios nos da. ¡No dejemos que el mundo nos arranque la paz, la tranquilidad, la fe, nos arranque el amor y la unidad, el amor por el prójimo, el amor a Dios! Más bien con fe dejemos que Cristo arranque de mí, pode en mí la envidia, la soberbia, los corajes, las críticas, el odio, el rencor, que pode de mí lo malo, un vicio, un pensamiento, una acción, mis debilidades. ¡Arráncame esta debilidad y lléname de tu Espíritu! dame tu espíritu, dame tu savia, que yo la acepte y la viva para que dé frutos abundantes, los frutos que tú quieres que demos cada día.
Salir a predicar
Por eso también escuchamos cómo los primeros cristianos, llenos del Espíritu Santo salían a predicar desde el llamado. Acabamos de celebrar el domingo pasado el buen pastor, la vocación. El Señor va llamando, como llama a Pablo. Escuchamos en la primera lectura de los Hechos de los apóstoles cómo Pablo se fue convirtiendo, cómo Pablo lleno del Espíritu Santo, con hechos, con obras, con entrega manifestó que Dios le llamó, que su conversión fue auténtica y que le da la vida por Cristo, se entrega. Que también nosotros viviendo plenamente el misterio pascual de Cristo, demos frutos abundantes.
Dice el apóstol san Juan en la segunda lectura, hermosísima: “no amemos solamente de palabra, amemos de verdad” y con la obras ahí está claramente lo que la fe nos compromete, a esa pertenencia a Cristo, a amar de verdad y con la obras.
El fruto deseado
A veces debemos confesar con sinceridad que es nada más de palabra. Es el gran peligro de un obispo, de un sacerdote, de un catequista, que nada más prediquemos y no actuemos igual cada cristiano. Amemos de verdad y con las obras amémonos los unos a los otros, dice san Juan. Es el fruto, hacia allá va el fruto o los frutos que Cristo quiere de nosotros: el amor.
Para eso vuelvo al evangelio en ese sentido de unidad del sarmiento a la vid. Dice Jesús: permanezcan en mi amor, permanezcan en mí y yo en ustedes.
Queridos hermanos dejémonos tocar por el amor misericordioso de Cristo, dejémonos podar por El porque nos quiere, y dejémonos inundar por la savia de la vid que es Cristo, que es su Espíritu Santo, para que con alegría, valentía y generosidad todos demos frutos abundantes de amor. Les doy mi bendición como siempre en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Amén.