pbro. Jaime Melchor
La misión sacerdotal me hace comprobar ante muchos que buscan a Dios, que Jesús sigue vivo entre nosotros. Un llamado preciso a vivir en estos días la realidad de quienes caminan buscando paz interior sanando todas las heridas me da luz para mi propio sendero. Constatar que cualquier persona tiene una historia que en cierto modo enlaza con la mía, confronta mi interior. Existe una dimensión de interrelación profunda. El sacramento de la Reconciliación tiene un efecto enorme de sanación, aunado a lo que humanamente necesitamos trabajar para poder levantarnos fortalecidos con Cristo. La santificación a través de la Reconciliación o Confesión hacen entender al mismo ministro que ofrece, en nombre de Cristo Resucitado este don para la humanidad, que él ha sido hecho del mismo barro.
¡Cómo da pena escuchar las críticas de los que no han valorado este regalo del Señor! ¡Cuántas gracias perdidas por quienes “se dan el lujo” de postergar o abandonar la práctica de la Confesión! La misma sana Psicología, cae en la cuenta que una serie de sesiones terapéuticas no pueden cerrar un ciclo si no hay una “fuerza superior” que ayude a cicatrizar las heridas de tantos años. Insisto que no se desdeñe o descuide la labor médica para que aunado a la fe la persona logre su recuperación (Cfr. Eclo 38,1ss)
El sacerdote confesor es testigo desde las tempranas fragilidades hasta las tentaciones o pecados de las edades maduras: Escuchar a los pequeños en confesión, a los adolescentes con sus luchas, sus buenos propósitos, sus sufrimientos; a los jóvenes con sus proyectos por vencer su pasión dominante, por lograr crecer espiritualmente, a pesar de sus caídas; a los adultos con heridas que piden comprensión. Los adultos mayores que viven tentaciones pasadas y presentes y quizá con tremendas caídas. ¿No habla ello de la realidad del «barro frágil de nuestra humanidad»? El sacerdote es testigo de todo esto. Hay tantas experiencias así también de las maravillas que nuestro Buen Dios obra a través de la Confesión.
Sin duda que debo hacer mención que el mismo sacerdote requiere manifestar su frágil condición. San Pablo diría que llevamos nuestro tesoro en vasijas de barro (Cfr. 2Cor 4,7). ¡Es digno de alabar a nuestros hermanos mayores que manifiestan su fragilidad humildemente y que siguen haciendo el esfuerzo por seguir perseverando! Me he maravillado de la situación de mis hermanos más jóvenes que confiesan su fragilidad, y que, al igual que yo, viven la lucha diaria, y que cayéndose y levantándose como su servidor, sanan sus heridas y se disponen a seguir. En la realidad del sacerdote el Sacramento de la Reconciliación me hacer recordar la triple confesión de Pedro a Cristo cuando le preguntaba si le amaba, y luego le confirma en su vocación (Cfr. Jn 21,15-17). Efectivamente, el sacerdote, del mismo barro que sus hermanos, ha de ser precisamente consciente que va en la misma lucha de cada día. No ha de olvidar que su misión está en medio del mundo al servicio de los que como él, piden al alfarero «re-estructuar» su hechura. Preparémonos para que el Señor actúe, en este ya cercano Jubileo de la Divina Misericordia.