Francisco Romo Ontiveros
En esta ocasión sugerimos a nuestros lectores otros dos cuentos. Se trata de Continuidad de los parques, de Julio Cortázar, y El jardinero, de Rudyard Kipling. Aunque los títulos pudieran insinuar alguna relación entre ambos textos, se trata en realidad de relatos distintos entre sí; y si se encuentran referidos en esta misma entrega es debido a que se trata de dos excelentes muestras de este género narrativo. Otra cualidad que ambos cuentos comparten es que consiguen mantenernos en suspenso de inicio a fin, e incluso, su relectura resulta necesaria para lograr captar los mínimos detalles que pudieran escaparse en nuestro primer intento.
Antes de abordar los aspectos esenciales de uno y otro texto, cabe de forma breve recordar que –tal y como referimos en este espacio semanas atrás– el cuento es el género broterario de mayor impacto. Los relatos memorables parten siempre de una imagen que se va desarrollando a lo largo de la lectura. Por tanto, el cuento debe prescindir de toda obviedad, puesto que apela a la sorpresa del lector que avanza entre verdades relativas y se precipita a un desenlace impredecible, el cual en muchas ocasiones se encuentra abierto a múltiples interpretaciones.
Continuidad de los parques
Se trata de un relato muy breve (una o dos páginas dependiendo la edición) que es, además de sorprendente, un bello ejemplo de lo que un cuento debe generar. Si usted se encuentra todavía dudoso de si iniciar o no con el hábito de la lectura, la recomendación es que busque en internet Continuidad de los parques –publicado por primera vez en 1964– del escritor argentino Julio Cortázar. Tras su lectura advertirá de que un cuento, contrario a lo que muchos pudieran pensar, de ninguna manera se trata de una fábula, ni tampoco es un relato con moraleja para niños. Le diremos además que, una vez concluido, no resistirá la tentación de volver a la primera línea. En este ejercicio de relectura le será sencillo percatarse de cómo cada palabra, cada frase, cada elemento, se encuentra milimétricamente dispuesto a lo largo de la narración y es hasta la última oración donde todo el relato toma sentido; dado que el autor transgrede los límites entre lo real y lo fantástico. La alegre sensación de asombro se apoderará de usted, y si su curiosidad es de las que no ceden fácilmente, no podrá evitar la búsqueda de otros títulos de Cortázar, quien cultivó este género de modo ejemplar.
El jardinero
Rudyard Kipling, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1907, fue un escritor británico autor de varias novelas, poemas y cuentos de gran popularidad. El libro de la selva es quizá su obra más conocida. El cuento que aquí proponemos, El jardinero (1926), es considerado por la crítica literaria como una obra maestra indiscutible. Si bien es cierto que el final de este relato queda “abierto” y apela a la complicidad del lector para “re-escribir” el desenlace tras la lectura, se trata de un relato de gran sensibilidad y vigencia. Aborda la historia de Helen Turrell, quien tras la muerte anticipada de su hermano se hace cargo de su sobrino Michael. La narración nos muestra las características de Helen: una mujer honrada, que cumple con sus obligaciones, es respetada por todos y está siempre en favor de la verdad, pese a lo difícil que esta pueda resultar. La sutileza con la que se encuentra escrito el cuento hace amena la lectura y desde las primeras líneas nos provoca empatía con la señorita Turrell. Ya en su juventud, el joven Michael se enlista para servir en la Primera Guerra Mundial donde finalmente muere. Es a partir de este momento que, como refirió Jorge Luis Borges respecto a este cuento, se gesta un milagro entre sus páginas, mismo que es perceptible solo para el lector atento, no así para la protagonista del relato.
La muerte del sobrino habrá de exponer lo endeble de la condición de Helen, quien tras la incertidumbre y el duelo ve amenazada su forma de concebir el mundo. Asimismo, otros aspectos como la materialización de la vida, los estragos de la guerra y la reducción de la vida humana a meras cifras y datos burocráticos enfrentan –no solo a la señorita Turrell, sino también al lector– ante la crueldad que es capaz el ser humano.
Pero, ¿quién es el misterioso jardinero que surge hacia el final del relato y que da nombre al cuento? Después de casi un siglo el debate continúa: ¿Se trata, simplemente, de un hombre bondadoso que se conmueve con el dolor ajeno de todos aquellos que llegan al cementerio en busca de la tumba de su familiar? El relato concluye con unos hermosos versos que son una referencia velada a un suceso mayor; dice el poema en el texto de Kipling: “Ah María Magdalena, / ¿dónde habrá mayor dolor? / Una tumba me fue dada / para guardar hasta el día del juicio… / Pero Dios miró desde el Cielo / ¡y apartó la Lápida!”
Le pregunto a usted, apreciado lector, ¿qué final deseamos para este maravilloso cuento? Yo, por lo pronto, me quedo con el propuesto en Juan 20, 14-16.