Hoy se celebra el “Día del sacerdote” o “día del párroco” en memoria del nacimiento de San Juan María Vianney… Periódico Presencia preguntó a varios sacerdotes por qué siguieron esta vocación.
Blanca A. Martínez/ Claudia I.Robles
“Convertirse en cura o en monja no es una decisión que dependa enteramente de uno. No confío en un seminarista o en una novicia que dice ‘yo elijo este camino’. No me gusta. No va. Esto es la respuesta a un llamado, a un llamado de amor. Es algo que se siente adentro. Algo que me inquieta y yo respondo sí”.
Esto dijo el Papa Francisco ante una multitud de seis mil seminaristas y novicias en Roma, en julio de 2013, cuando se refería al llamado de Dios a la consagración.
Entonces, no se trata de solo escuchar una voz que los despierta de pronto, ni de un estallido en el cielo que les recuerda que deben “ser sacerdotes”.
Tanto el llamado como la respuesta a la vocación sacerdotal ha llegado al corazón de cada uno de manera diferente, pero insistente y en forma de pregunta: ¿qué es lo que quiere Dios de mí?
A esa pregunta correspondió una respuesta generosa que hoy tiene aquí a los sacerdotes, sirviendo a su pueblo como hombres consagrados a Dios y a su Iglesia.
Además de preguntarles por qué decidieron ser sacerdotes, también preguntamos qué es lo que más les gusta y qué es lo que menos les gusta de ser un presbítero. Aquí las respuestas.
Es una locura
No es que yo haya querido, pero sí sentí el llamado en la oración. Fue un proceso de conversión. Entré grande al Seminario, por ahí como que sentí que había algunas pistas para convertirme en sacerdote, pero quererlo así, no tanto, porque humanamente ¡es una locura! …humanamente es renunciar a una familia, a labrarse una fortuna personal, materialmente hablando, cosas por el estilo y entonces lo que sucedió fue decirle, ‘bueno Señor, si acaso me llamas al sacerdocio, ahí le entro’.
Yo nunca tuve la segurdiad del sacerdocio sino hasta que ya el obispo me impuso las manos en el diaconado. Entonces dije, no era una corazonada nada más, era el llamado. Y lo que puedo decir es que ya como sacerdote me siento inmensamente agradecido, completamente indigno de este ministerio. Uno puede palpar la presencia de Cristo, la gente que ama al sacerdote incluso sin conocerlo, o también en los que son enemigos del sacerdocio, porque son enemigos de Cristo. Eso sí, me siento inmensamente agradecido y completamente indigno.
Lo que me gusta más es el ministerio con la gente, por ejemplo en las confesiones, acompañar a ciertos grupos parroquiales, la Legión de María, los jóvenes, los matrimonios, los chiquilllos, eso me gusta.
Y lo que me gusta menos, pues claro, es difícil, por ejemplo cuando ya tiene uno sus planes y de repente salió un enfermito y está haciendo un friazo afuera y está oscuro, pero dice uno, ¡ni hablar! y ahí va uno, sabiendo que es la misión de Cristo. Por ejemplo, soy profesor en el Seminario y me ha tocado dar clases de materias muy áridas, por ejemplo filosofía y teología, pues tampoco es muy placentero que digamos, preparar bien las clases para eso, pero el balance general es fabuloso: ¡es una locura, es algo maravilloso que solamente se le pudo haber ocurrido a Dios!.
Padre Ramiro Rochín, formador del Seminario
Dejar un amor por otro más grande
Era como una ilusión de chavito. Mis carnales entraron al Seminario y los dos se salieron, pero a mí no se me quito la idea. Mi familia ha sido siempre muy religiosa y tiene mucho qué ver que los héroes o ideales a seguir sean sacerdotes. Yo los veía como seres que se entregan a Dios, como superhéroes con una causa muy diferente, que se meten y se entregan a esa causa. Como que se me fue quitando, pero luego, en la adolescencia, aunque era muy vago, una de las cosas que me hizo decidirme fue ver cómo mis compas del barrio y de la secundaria, algunos, acabaron muy jóvenes, terminaron en drogas, uno de ellos se inyectaba y quedó en una sobredosis, otro se la pasaba en drogas y problemas y a otro en una pelea de barrios casi lo matan. Entonces yo dije, si nos vamos a gastar la vida, vamos a gastarla en algo que valga la pena. Y para mí esto vale la pena, porque vale la vida y se gana uno algo más que esta vida: esta vida y otra vida más. Hay que dar la vida por algo que valga la pena.
Y luego, una vez un sacerdote, en los retiros vocacionales y preSeminario me dijo: ‘nadie deja un amor, si no es por otro más grande’, y aunque tenía uno sus noviecillas, el amor más grande que siempre conocí como incondicional, es el de Dios. Eso también me hizo tomar la decisión de entrar al Seminario y hasta ahorita, a los 20 anos de vida sacerdotal sigo en lo dicho, y me parece que vamos caminando y respondiendo a Dios en el llamado.
Lo que menos me gusta es toparme una comunidad dificil…cuando hacen resistentes a trabajar como equipo, como comunidad, y cometen la tontería de decir “ya no quiero trabajar con este grupo o este otro”…como si los vieran como competencia y eso me cae muy gordo y se los hago ver siempre que puedo, donde estoy.
Y lo que más disfrutoo es la celebración de la Santa Misa y cuando logro ver la mirada de las personas que reciben el perdón en el nombre de Dios y cómo se sienten, se ve su mirada, en su forma de irse muy tranquilos, como amados y perdonados por Dios en el sacramento de la Confesión. Disfruto mucho esos sacramentos. También cuando voy con los enfermos ver esa fe tan grande que comunican, que estan en situacion dificil y dolorasa y manifestan una fe que hasta uno sale edificado. Ahí con los enfermos descubro que en ellos está Jesús. Eso me motiva.
Pbro. Martín Magallanes, párroco de San Ignacio de Loyola
Hombre sagrado
“Fue una inquietud que tuve desde muy pequeño, no sabría especificarte a que edad, pero desde niño, tenía una curiosidad de lo que era la Iglesia, sobre lo que era la misa, cómo se vestía el sacerdote, cómo trataba a la gente y ese gusto fue creciendo en mí hasta que se dio la oportunidad de entrar al Seminario.
Cuando entré al Seminario estuve a punto de casarme, pero me decidí por el sacerdocio. Me gusta el ministerio sacerdotal, que hay momentos difíciles, de crisis, sí, a fin de cuentas llena de una manera plena nuestra vida.
Algo que no me gusta es que no se ha valorado la figura del sacerdote. En muchas personas hay mala idea o información de lo que es la figura del sacerdote, que humanizan demasiado el sacerdote, que le quitan esa parte sagrada de la ordenación.
El sacerdote es un hombre común que ha sido llamado por Dios y ha elegido un estilo de vida de servicio a la Iglesia y a la comunidad.
Lo que más me gusta es llevar dos sacramentos: la Eucaristía, y Confesión… me fascina.
Pbro. Humberto Gurrola, vicario de María Reina del Universo
Caminos de Dios
¿Quise ser sacerdote?, no lo se aún… Creo que Dios te va mostrando los caminos: un día te invitan, uno tiene ganas de ir, después no va y después pasa el tiempo y uno sigue sintiendo el llamado y ahí está uno. Primero yo sentí el deseo de ser franciscano, que eso ha calado y ahí sigue, y acabo de cumplir 25 años y estoy muy contento.
Todo me gusta, trabajar con los jóvenes me gusta mucho, me gusta mucho la atención a los enfermos, doy clases en el Seminario y eso me hace sentir muy contento.
Fray Mauro Muñoz, OFM, párroco de Mártires Mexicanos
Siempre he pensado que es difícil responder esta pregunta, pero en cada ocasión termino diciendo que se experimenta la llamada de Dios que invita, y de uno, que quiere responder, a veces por momentos puntuales o situaciones concretas, en otras ocasiones como una llamada así, que llega y se siente. Como dice una de la biografías de Juan XXIII: Alguien me llama y yo respondo.
A lo largo de la vida Dios mismo va confirmando interiormente la llamada, cierto que en medio de alegrías y dificultades, he podido experimentar que Dios me sostiene y me anima a seguir diciéndole sí, un sí cada vez mejor, día con día.
La vida en medio de la comunidad sacerdotal y del pueblo santo de Dios me va animando a seguir adelante y esforzarme por ser cada vez mas fiel y generoso en mi respuesta.
Pbro. Juan Carlos López, (destino pendiente pues recién regresó de Roma)
Mi vocación al sacerdocio empezó en el altar, de un templo llamado Jesús, María y José. Entré muy chico, con mi hermano Juan de Dios, a servir en el altar el día 16 de diciembre, el día de las posadas. Para nosotros era una novedad el altar, el sacerdote, el pueblo, las campanas, los cantos, los adornos. Todo aquello nos parecia muy maravilloso. Estamos hablando de un pueblo de Jalisco ,Encarnación de Díaz, un pueblo religioso, trabajador, que tenia una cosa muy especial, al alferería entre otras cosas.
Mi abuelo, mi padre, mis tíos, trabajaban haciendo ollas, cazuelas, tazas de barro y yo vi todo el proceso de traer el barro, amasarlo, ponerlo al sol, meterlo al horno, todo eso lo vi hasta en mi propia casa, hasta que mi padre puso una alfarería ahí mismo.
Ese canto que ahora escucho “El alfarero”, me recuerda todo lo que necesita el barro para ser una buena olla o taza; he reflexioando que yo, siendo barro, Dios me ha trabajado, me ha adornado, me ha regalado el sacerdocio como una obra de artesanos. Cada sacerdote somos una pieza única, no hay sacerdotes iguales porque tenemos distintos padres, hermanos, culturas, seminarios y motivaciones.
Ahora que se acerca del día del párroco, el 4 de agsoto, el sacerdote llamado Cura de Ars nos debe dar a todos un motivo de alegría para poder ser algo de lo mucho que él era o tenía.
Que tenía muchas horas de oración, de confesionario, muchas horas de pentinecia, de predicación y me pregunto ¿a qué horas dormía, comía y descansaba?, ¡ni de lejos me parezco yo al Santo Cura de Ars!, ¿cómo puedo yo pedirle a los demás que me estimen si soy tan poca cosa?.
Lo que más le gusta de ser sacerdote es predicar. Desde que estaba en el Seminario mi maestro de literatura nos forzó a escribir. Entre semana preparo las homilías de los domingos, es un gusto para mí, es como platicar. Decían los grandes predicadores: lo que contemplas, entrégalo.
Lo que no me gusta es manejar la computadora, porque no es de mi tiempo, no le hallo, requiere de paciencia.
Pbro. Refugio Montoya, sacerdote jubilado