¡No te detengas, no te frenes! ¡que no te de miedo ser misericordioso! ¡haz práctica la misericordia!
Les saludo siempre con alegría y con gozo y más todavía porque estamos en tiempo de Pascua, tiempo de Resurrección. En la Iglesia nos alegramos de una manera maravillosa por esta gran noticia: ¡Cristo ha resucitado!
Hemos vivido un ambiente de regocijo todos los cristianos, todos los que tenemos fe en Cristo en este momento de felicidad.
Hoy celebramos el segundo domingo de Pascua, un día muy especial un día consagrado a la Divina Misericordia. El papa San Juan Pablo II tuvo a bien consagrar este día, Día de la Misericordia, que va muy a la par con este Año Santo de la Misericordia que el Papa Francisco ha tenido a bien regalarnos. La misericordia es algo muy hermoso. En el pasado miércoles el papa, en la Audiencia General, comentaba el Salmo Miserere donde nos invita primero a contemplar la bondad de Dios. Hay que contemplarla, hay que verla, hay que experimentarla, hay que vivir la misericordia de Dios, conocerla, tenerla, abrazarla, experimentarla en mi vida.
Dios es misericordioso conmigo y por eso debo reconocerlo como un Dios misericordioso. Es un acto de fe creer en la misericordia de Dios y no sólo de fe, sino de amor. Dios me ama y lo he experimentado en mi vida, pero también es un momento para ver, evaluar mi vida, en qué momentos he vivido la misericordia con mis hermanos. No sólo se trata de recibir la misericordia de Dios, sino también ser misericordiosos como el Padre. En este Salmo, comentaba el papa, experimentamos la misericordia de Dios en el perdón, porque es grande, porque es misericordioso. Reconozco mis pecados ante Él y Él me perdona como expresión de su perdón y de su amor.
Los misterios que estamos celebrando en Pascua: Cristo que murió y resucitó por mí, por nosotros, pero esto nos tiene que llevar a un compromiso. Repito, es la invitación que el Papa Francisco nos hizo desde un inicio de este Año de la Misericordia con el lema “Ser misericordiosos como el Padre” y una vez que lo contemplemos, actuar en consecuencia siendo misericordiosos con los demás.
Sin duda alguna cada día en más de alguna ocasión Dios me da la oportunidad de practicar la misericordia con mis padres, con los hijos, con los hermanos, con los fieles, con un sacerdote, con un enfermo, con aquel que pasa y me pide limosna, con aquel que me ha ofendido y que quiero perdonar, con aquel con quien no convivo bien del todo, pero lo acepto, como es el compartir con el que no tiene, el dar algo a los demás con generosidad: tiempo, cualidades, talento, ser misericordiosos como el Padre.
Por eso el papa nos ha invitado a salir, a salir al encuentro de los demás, por eso este Domingo de la Divina Misericordia es un domingo muy importante porque el papa san Juan Pablo II nos invitaba a experimentar, a vivir en carne propia el amor de Dios. Si rezamos la Coronilla de la Misericordia, si hacemos nuestras oraciones en relación a la misericordia de Dios a través de la Palabra, a través de los sacramentos, pero también a través de la acción de una vida, una vida del cristiano llena de misericordia y de amor a los demás.
¡No te detengas, no te frenes! ¡que no te de miedo ser misericordioso! ¡haz práctica la misericordia!
Hemos escuchado estos domingos de esta semana de la Octava de Pascua cómo Jesús se aparece a las mujeres, a los apóstoles, a los discípulos y les manifiesta su amor, pero también los envía: Vayan, anuncien a los demás que he resucitado, vayan y den la noticia. También vivir la misericordia significa anunciar, testimoniar con la Palabra que Dios es misericordioso y ha resucitado, anunciar a Jesucristo el Señor y como María y como las demás mujeres y como los apóstoles, salir contentos con determinación, con firmeza, con valentía a predicar la misericordia de Dios en este mundo, que, como dice también el Papa Francisco está necesitado de misericordia. Se requiere que reine la paz, la misericordia en los hogares, en las familias, en las calles, en los lugares de diversión, en todos los ámbitos de la sociedad que reine la misericordia, que reine Dios, que reine su amor.
Así pues queridos hermanos, sigamos en oración, sigamos en acción de gracias, sigamos viviendo intensamente la Pascua del Señor, estos cincuenta días de Pascua y preparémonos en comunión al Pentecostés, al final de la Pascua para que recibamos los dones del Espíritu Santo que él derramará en cada uno de nosotros, para que seamos más dóciles y más generosos en el testimonio de ser misericordiosos como el Padre. De esta manera me despido de ustedes con afecto y como siempre les envío mi bendición en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.