Felipe de J. Monroy/ Periodista católico
Por fuera, el edificio luce inacabado. Los muros no fueron recubiertos ni aplanados, los ladrillos tienen apenas una capa de pintura y los portones son de lámina cruda. En realidad es lugar es muy semejante a los cientos de templos católicos en colonias populares, sitios que comenzaron como asentamientos irregulares, en riesgosos terrenos y alejados de todo tipo de servicios. Pero importa menos el exterior que el interior. Se trata de la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, asentada en la ladera del icónico Cerro del Chiquihuite; el complejo montañoso al norte de la Ciudad de México, desde donde las principales antenas de radiotransmisión bañan el valle central de las emisiones de empresas de comunicación públicas y privadas.
El recinto parroquial se convirtió de la noche a la mañana en el principal refugio y centro de asistencia para las víctimas del deslave que sufrió el cerro tras las lluvias y el sismo de hace dos semanas (8 de septiembre). Párroco, feligreses y voluntarios desempeñaron arduas labores de limpieza y acondicionamiento para recibir a las familias damnificadas por una tragedia colosal; pero no sólo ofrecieron el espacio, también organizaron y desarrollaron una logística necesaria para proveerles alimentos, cobijo, ropa, atención médica primaria y, obviamente, auxilio espiritual ante la pérdida de sus hogares y, en un par de casos, de sus familiares.
No fue el único centro religioso que abrió sus puertas y sus brazos para recibir a gente en condiciones de precariedad. Tanto en el Estado de México, como en Hidalgo por las inundaciones de esta temporada de lluvias; y en ambos extremos de las fronteras mexicanas, los recintos religiosos son verdaderos oasis para miles de personas y migrantes que padecen las inclemencias del tiempo o la indolencia de políticas persecutorias.
No importa lo apartado o inaccesible del lugar, aunque precario, siempre hay algún templo, un espacio para la celebración y enseñanza de la fe; que, cuando la desgracia sacude intempestivamente a los pobladores se tornan justamente en espacios que ofrecen el mejor de los rostros de la comunidad de creyentes: casas de solidaridad, caridad, servicio y sacrificio para auxiliar en las necesidades del prójimo que, desde la perspectiva cristiana, no son sino el reflejo del rostro de Jesús.
Hace unas semanas, una inquietante combinación de factores y fenómenos pusieron a prueba esta vocación cristiana en varias localidades del país. Desde el excruciante fenómeno migratorio que hace crisis en las fronteras como las afectaciones a millares de ciudadanos por las cargas hidrometeorológicas o sísmicas: comedores, dispensarios médicos, logística de centros de acopio, albergues, refugios, asesoría jurídica, defensa ante arbitrariedades de gobierno o de abusadores ocasionales.
Ha sido una sugerente coincidencia que, también la semana anterior, la Iglesia española haya presentado su proyecto de pastoral para los próximos cinco años. En algunos fragmentos de su plan se acepta que los casos de abuso sexual y los malos ejemplos de la administración de bienes en manos de la Iglesia parecen razones suficientes para que la sociedad conteporánea desconfíe de los ministros y las instituciones eclesiásticas (algo que se comparte en otras latitudes).
Y, sin embargo, los gestos de gran compromiso, de compasión y solidaridad con las personas sufrientes también revelan que la perspectiva cristiana quiere y puede ofrecer la ternura, el consuelo y el auxilio que ninguna otra institución formal puede hacer. Ese es el mejor rostro de una Iglesia y de todos sus miembros; más que la fachada, el interior. (Publicado en Agencia Quadratín)