Card. Raniero Cantalamessa, OFM Cap
En un discurso al pueblo, pronunciado cuando la fiesta de la Epifanía hacía poco que había sido introducida en la liturgia, san Agustín ilustraba con claridad su contenido y su relación con la Navidad. Decía: “Hace muy pocos días hemos celebrado la Navidad del Señor, en este día estamos celebrando con no menor solemnidad su manifestación, con la que comenzó a darse a conocer a los paganos… Había nacido quien es la piedra angular, la paz entre los provenientes de la circuncisión y de la incircuncisión, para que se unieran todos en el que es nuestra paz y que ha hecho de los dos un solo pueblo. Todo esto ha sido prefigurado para los judíos con los pastores, para los paganos con los Magos… Los pastores judíos han sido conducidos ante él por el anuncio de un ángel, los magos paganos por la aparición de una estrella” (Sermón 201, 1; PL 38 1031).
Lengua del cielo
Hoy, por lo tanto, celebramos la universalidad de la Iglesia, la llamada de los gentiles a la fe y la unidad profunda entre Israel y la Iglesia. La estrella, aparecida a los magos, era una “espléndida lengua del cielo” que narraba la gloria de Dios (cfr. Salmo 18, 2). Su puesto ha sido tomado por el Evangelio, que todavía hoy continúa llamando hacia Cristo a los hombres de toda la tierra. Eso ha sido la estrella, que ha guiado a Cristo hacia nosotros, provenientes del mundo pagano.
Sigamos ahora de cerca el relato evangélico de la venida de los Magos a Belén, a fin de descubriros alguna indicación práctica para nuestra vida. Es bastante evidente que en este relato se mezcla al elemento histórico el elemento teológico y simbólico. En otras palabras, el evangelista no ha pretendido sólo referir unos “hechos”, sino inculcar también cosas a “hacer”, indicar modelos a seguir o a huir por parte de quien lee. Como toda la Biblia, también esta página está escrita “para nuestra enseñanza”.
Tres reacciones: Herodes
En el relato ante el anuncio del nacimiento de Jesús aparecen con claridad tres reacciones distintas: la de los Magos, la de Herodes y la de los sacerdotes. Comencemos con los modelos negativos a huir. Ante todo, Herodes. Él, apenas sabida la cosa, “se turba”, convoca una sesión de los sacerdotes y de los doctores, pero no para conocer la verdad, sino más bien para urdir un engaño. Esta intención se manifiesta en su recomendación final de ir y volver después a referírselo. Su proyecto es el de transformar a los Magos de mensajeros en espías.
Herodes representa a la persona, que ya ha hecho su elección. Entre la voluntad de Dios y la suya, él claramente ha escogido la suya. Ni siquiera procede el pensar en un odio a Dios y cosas semejantes. Solamente él no ve más que su provecho y ha decidido romper cualquier cosa que amenace turbar este estado de cosas. Está animado por aquello que san Agustín llama “el amor de sí mismo, que según la ocasión puede llevar hasta el desprecio de Dios”. Probablemente hasta piensa hacer su deber, defendiendo su realeza, su estirpe, el bien de la nación. Incluso, ordenar la muerte de los inocentes debía parecerle, como a tantos otros dictadores de la historia, una medida exigida por el bien público, moralmente justificada. Desde este punto de vista el mundo está lleno también hoy de “Herodes”. Para ellos no hay “epifanía”, manifestación de Dios, que baste. Están “cegados”; no ven porque no quieren ver. Sólo un milagro de la gracia (y por suerte existen) puede deshacer esta coraza de egoísmo.
Segunda reacción: Los sacerdotes
No es ésta, probablemente, la situación que interesa a la mayoría de quienes hoy se acercan a la iglesia y escuchan el Evangelio. Pasemos por ello a la actitud de los sacerdotes. Consultados por Herodes y por los Magos si sabían dónde habría de nacer el Mesías, los sumos sacerdotes y los escribas no tienen empacho en responder:
“En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’”.
Ellos saben dónde ha nacido el Mesías; están en disposición de revelarlo también a los demás; pero, ellos no se mueven. No van de corridas a Belén, como se habría esperado de personas, que no esperaban otra cosa que la venida del Mesías, sino que permanecen cómodamente en sus casas, en la ciudad de Jerusalén. Ellos, decía Agustín en otro discurso para la Epifanía, se comportan como las piedras miliares (hoy diríamos como las señales de las carreteras): indican el camino, pero no mueven ni un dedo (cfr. Sermón 199, 1, 2).
Aquí vemos simbolizado una actitud divulgada entre nosotros. Sabemos bien qué comporta seguir a Jesús, “ir detrás de él”, y, si es menester, lo sabemos explicar también a los demás; pero, nos falta la valentía y la radicalidad de ponerlo en práctica hasta el fondo.
El peligro no afecta sólo a nosotros, los sacerdotes. Si cada bautizado por ello mismo es “un testigo de Cristo”, como lo define un texto del Concilio Vaticano II, entonces el planteamiento de los sumos sacerdotes y de los escribas debe hacernos reflexionar a todos. Estos sabían que Jesús se hallaba en Belén, “la más pequeña de las ciudades de Judá”; nosotros sabemos que Jesús se encuentra hoy entre los pobres, los humildes, los que sufren…
Tercera reacción: Los magos
Y vengamos finalmente a los protagonistas de esta fiesta, los Magos. Ellos no instruyen con palabras, sino con los hechos; no con lo que dicen, sino con lo que hacen. Dios se ha revelado a ellos, como suele hacer, desde el interior de su experiencia, utilizando los medios que tenían a su disposición; en su caso, la costumbre de escrutar el cielo. Ellos no han puesto demora, sino que se han puesto en camino; han dejado la seguridad, que procede del moverse en el propio ambiente, entre gente conocida y que les reverenciaba. Dicen con sencillez, como si no hubiesen hecho nada de extraordinario:
“Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.
Hemos visto y venimos: aquí está la gran lección de estos anónimos “predicadores” bíblicos. Han actuado en consecuencia, no han interpuesto demora alguna. Si se hubieran puesto a calcular uno a uno los peligros, las incógnitas del viaje, habrían perdido la determinación inicial y se habrían frustrado en vanas y estériles consideraciones. Han actuado de inmediato y éste es el secreto cuando se recibe una inspiración de Dios. Son los primeros “hijos de Abrahán según la fe”; también Abrahán, en efecto, se puso en camino, “sin saber a dónde iba” (Hebreos 11, 8), fiado sólo en la palabra de Dios, que le invitaba a salir de su tierra.
Van a “adorarlo”. Este término reviste un profundo significado teológico en el contexto de Navidad, que debía estar bien claro en la mente del evangelista Mateo. Él lo usa de nuevo, cuando dice que:
“Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron”.
Los Magos conocían bien qué significa “adorar”, hacer la proskynesis, porque la práctica había nacido precisamente entre ellos, en las cortes de oriente. Significaba tributar el honor posible al máximo, reconocer a uno la soberanía absoluta. El gesto estaba reservado por ello sólo y exclusivamente al soberano. Es la primera vez que este verbo viene empleado en relación a Cristo en el Nuevo Testamento; es el primer reconocimiento, implícito pero clarísimo, de su divinidad.
Sobre la adoración
Los Magos no se mueven sólo por curiosidad, sino por auténtica piedad. No buscan aumentar su conocimiento, sino expresar su devoción y sumisión a Dios. También hoy la adoración es el homenaje que reservamos sólo a Dios. Nosotros honramos, veneramos, alabamos, bendecimos a la Virgen, pero no la adoramos. Éste es un honor que se puede tributar sólo a las tres Personas divinas.
La adoración es un sentimiento religioso que hemos de descubrir con toda su fuerza y belleza. Es la mejor expresión del “sentimiento de criaturas” creído por algunos como el sentimiento que está en la base de toda la vida religiosa. Muchos usan esta palabra con demasiada ligereza: “Yo adoro ir a pescar, adoro a mi perro”. De criaturas humanas dicen “mi adorable bien”. No digo que se cometa pecado cada vez cada vez que se pronuncie, pero ciertamente no indica una gran sensibilidad religiosa.
Los Magos adoraron al Niño “en la casa”, en las rodillas de la Madre, hoy podemos adorarlo también en la Eucaristía, adorarlo “en espíritu y verdad”, en lo profundo del corazón… No nos faltan ocasiones.
Cambiar la vía
Una última indicación preciosa nos viene de los Magos:
“Habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino”.
No queremos forzar estas palabras, pero visto el carácter fuertemente parenético del relato no está fuera de lugar ver en ello un símbolo. Una vez encontrado a Cristo, no se puede ya volver atrás por el mismo camino. Cambiando la vida, cambia la vía. El encuentro con Cristo debe determinar un cambio, una permuta de costumbres.
No podemos, también nosotros hoy, volver a casa por el camino por el que hemos venido, esto es, exactamente como estábamos al venir a la iglesia. La palabra de Dios debe haber cambiado algo dentro de nosotros, si no además de nuestras convicciones y nuestros propósitos.
En esta fiesta de la Epifanía la palabra de Dios nos ha puesto delante tres modelos, que representan cada uno una elección global de vida: Herodes, los sacerdotes, los Magos. ¿A cuál de ellos queremos asemejar en la vida? De los Magos se dice que, al volverse a poner en camino, “se llenaron de alegría”; nada semejante para los que prefieran permanecer tranquilos en casa.
Concluyamos con las palabras con que Agustín terminaba uno de sus discursos de la Epifanía al pueblo: “También nosotros hemos sido conducidos a adorar a Cristo por la verdad, que resplandece en el Evangelio, como por una estrella en el cielo; también nosotros, reconociendo y alabando a Cristo nuestro rey y sacerdote, muerto por nosotros, lo hemos honrado como con oro, incienso y mirra. Nos falta ahora solamente testimoniarlo, tomando un nuevo camino, volviendo por una vía distinta de aquella por la cual hemos venido” (Sermón 202, 3, 4).
(Isaías 60, 1-6; Efesios 3, 2-3a.5-6; Mateo 2, 1-12)
¿Cuál es el origen de la Fiesta de la Epifanía del señor o Fiesta de Reyes?
La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Justamente la palabra griega epiphaneia, se traduce como manifestación. La Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos «magos» venidos de Oriente según narra el evangelista san Mateo (Mt. 2, 1). Tiene, desde este lugar de manifestación, un fuerte vínculo con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná.
El Catecismo de la Iglesia Católica ve “En estos «magos», representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la Salvación.
La llegada de los Magos a Jerusalén para «rendir homenaje al rey de los Judíos» (Mt. 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David ) al que será el rey de las naciones. Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento .
La epifanía tiene origen oriental y, probablemente, comenzó a celebrarse en Egipto y Arabia, sustituyendo a la fiesta pagana del solsticio de invierno. Es una de las fiestas cristianas más antiguas, más aún que la Navidad. De allí pasó a otras iglesias de Oriente, y posteriormente desembarcó en occidente a través de la Galia en el siglo IV. La aparición de esta fiesta al principio del siglo IV coincidió aproximadamente con la institución de la navidad en Roma.
¿Cuándo se celebra?
La Iglesia celebra la Fiesta de la Epifanía del Señor a los doce días de la Navidad, el 6 de enero, dentro de este tiempo litúrgico. De hecho el domingo posterior a la fiesta de la epifanía se celebra el Bautismo del Señor que concluye el tiempo litúrgico de Navidad. La Epifanía tiene una fuerte ligazón con la Navidad, tal es así que se les ha llamado “fiestas gemelas”.
¿Cuáles son los símbolos principales de la Epifanía?
* La Estrella- El Papa Francisco ha resumido de esta manera el significado den la luz que viene de la estrella de Belén: «¡Cuántas estrellas hay en el cielo! Y, sin embargo, los Magos han seguido una distinta, nueva, mucho más brillante para ellos. Durante mucho tiempo, habían escrutado el gran libro del cielo buscando una respuesta a sus preguntas y, al final, la luz apareció. Aquella estrella los cambió. Les hizo olvidar los intereses cotidianos, y se pusieron de prisa en camino. Prestaron atención a la voz que dentro de ellos los empujaba a seguir aquella luz; y ella los guió hasta que en una pobre casa de Belén encontraron al Rey de los Judíos».
* Los regalos- los Reyes Magos llevan a Jesús tres regalos: oro, incienso y mirra. El oro refería a la realeza de Jesús. El incienso remite a la divinidad. La mirra tiene un doble sentido, habla de la humanidad de Jesús, pero también era utilizado para embalsamar a los muertos, de allí se puede inferir la muerte del Señor por nosotros. (publicado en Zenit.org)