Santa Teresita y san Francisco Xavier, patronos de las misiones
Agencias
Las historias de vida de muchos santos han servido de inspiración a cientos de misioneros para llevar el cobijo de la palabra de Dios a quienes más lo necesitan. De hecho, la vida de muchos misioneros culminó cuando contrajeron las enfermedades de quienes cuidaban, otros decidieron ser intercesores con Dios, para santificar la vida de los demás a través de sus oraciones y otros más, llevaron el amor de Dios a recónditos lugares. Esta es la historia de algunos santos que inspiran la labor de cientos de misioneros de este siglo.

Santa Teresita del Niño Jesús, doctora y patrona
También conocida como Teresita de Lisieux, San Juan Pablo II la declaró Doctora de la Iglesia en 1997. Desde niña Teresita aspiraba llevar una vida entregada a Dios, pero no tenía la edad suficiente -16 años- para ingresar al convento; sin embargo, una oportunidad se abrió cuando viajó con familiares en peregrinación a Roma y pidió al Papa le diera la indulgencia para ingresar al convento de clausura de las Carmelitas Descalzas y su petición fue concedida.
Nunca fue de misión
Santa Teresita del Niño Jesús es una de las cuatro doctoras de la Iglesia Católica. Pero, además de ser recordada por las profundas reflexiones que dejó en obras como Historia de un alma, también se le reconoce como patrona de las misiones.
Sin embargo, sabemos que Santa Teresita tomó los votos carmelitanos, llevando una vida de profunda oración entre los muros del monasterio como monja de clausura. Entonces, ¿cuál es la razón por la que se le da este título, si nunca fue de misión?
La respuesta nos la presenta el Papa Francisco que, en la audiencia general del 7 de junio de 2023, dedicó una reflexión sobre la joven santa.
“Aunque su cuerpo estaba enfermo, su corazón era vibrante, era misionero. En su ‘Diario’ cuenta que ser misionera era su deseo y que serlo no solo por algunos años, sino para toda la vida.”
A pesar de este deseo que ardía en lo más profundo de su corazón, Dios tenía un camino distinto para ella, y fue el de llevar los hábitos para entregarse al silencio de la oración y ofrecer sus dolores y penas cotidianas.
Pero si algo tenía claro esta joven santa, es que sabía que llevar el evangelio a los más alejados era mucho más importante que sus deseos. Por tal motivo, se convirtió en la “hermana espiritual” de diversos misioneros a los que inspiró con sus escritos.
Sus cartas a los misioneros
Durante su vida en el monasterio, se dedicaba a escribirles cartas para animarlos en su misión, a la vez que ofrecía por cada uno de ellos sus oraciones y sacrificios.
Entre los mensajes que escribió, se encuentra el de la Carta a Celine, del 15 de octubre de 1889 en la que le indica “hacer amar a Jesús e interceder para que los otros lo amaran”.
Al padre Adolfo Roulland, sacerdote de las misiones extranjeras de París, le escribió en una ocasión “Quisiera salvar almas y olvidarme por ellos: quisiera salvarles también después de mi muerte” (19 de marzo de 1897).
A este mismo le dirigió otra carta, el 9 de mayo de 1897, en la que hace su reconocimiento a la labor misionera:
“¿Cómo se puede dudar que el Buen Dios no puede abrir las puertas de su reino a sus hijos que lo amaron hasta el punto de sacrificarlo todo por él, que no sólo dejaron su familia y su patria para hacerlo conocido y amado, sino que también quisieron dar la vida por aquel a quien amaban? Jesús tenía razón en decir que no hay mayor amor que este!”
Oraciones para la conversión de las almas
Además de sus cartas, Santa Teresita dedicaba su tiempo a orar por las almas de los pecadores para rescatarlas.
En una ocasión, supo de un criminal condenado a muerte por el crimen de homicidio. Para salvar su alma, Santa Teresa se entregó a la oración para lograr su conversión.
Un día después de la ejecución, leyó en el periódico que el condenado, antes de apoyar la cabeza en el patíbulo de la guillotina, tomó el crucifijo que le presentaba el sacerdote que estaba presente y lo besó en tres ocasiones.
En uno de sus manuscritos, retomando este hecho la santa comenta: “Después su alma voló a recibir la sentencia misericordiosa de Aquel que dijo que habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por los noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
San Francisco Javier, el misionero de oriente

Fue considerado uno de los más grandes misioneros de la Iglesia católica, pues sólo 11 años le bastaron para recorrer la India, Japón y otros países para evangelizar.
Su labor misionera comenzó a los 35 años, cuando ya era un jesuita de primer orden. De acuerdo con los historiadores, el gran anhelo de san Francisco Javier fue misionar y convertir a China al catolicismo.
Este santo nació en la ciudad de Pamplona, en el reino de Navarra, el 7 de abril de 1506, en el seno de una familia noble e influyente; abrazó la carrera eclesiástica y en 1528 fue a París para estudiar en la Sorbona, donde conoció a San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús y de quien fue un gran colaborador, siendo uno de los primeros miembros de esta agrupación religiosa, que se proponía recorrer las diversas partes del mundo, aun las más apartadas, para predicar en ellas la palabra de Dios, en plena comunión con el Papa.
Murió prematuramente a los 42 años y fue canonizado por el Papa Gregorio XV en 1622, junto con san Ignacio de Loyola, santa Teresita del Niño Jesús, san Isidro Labrador y san Felipe Neri.
Apóstol de las Indias
Fue uno de los seis primeros misioneros jesuitas y pionero en llevar el evangelio al lejano oriente y a África, en países como Mozambique donde ayudó al cuidado de los enfermos en un hospital, India, Ceilán, Islas Molucas, Japón y China, razón por la que tuvo por sobrenombre el Apóstol de la Indias; es recordado por la Iglesia cada 3 de diciembre, en la fiesta litúrgica en su honor.
Se ha calculado que Francisco Javier recorrió más de 100 mil kilómetros durante los 10 años que vivió como misionero (1549-1552).
En cuanto a la cronología de sus viajes, los siete primeros años evangelizó la costa del cabo Cormorín, después Ceilán; de allí pasó a Malasia de donde se trasladó a Indonesia.
Francisco Javier fue el primer misionero en llegar a Japón, donde en dos años (1549-1551), fundó una pequeña comunidad cristiana de unos mil conversos que a su partida confió a un sacerdote portugués, y en donde 20 años después ya contaba con 30 mil fieles.
Su forma de enseñar
La forma de proceder de San Francisco Javier era enseñar a la gente humilde por medio de un intérprete los elementos básicos de la fe cristiana, enseñándoles el Credo, el Padre Nuestros y el Ave María; capacitaba catequistas a quienes encargaba la tarea de llevar adelante la instrucción. Con frecuencia escribía a sus superiores para que le enviaran pastores y después de trabajar una zona, marchaba para otra. Él rezaba mucho.
Luego enfrentó uno de los desafíos más fuertes de su carrera eclesial, ir a la China imperial que para aquellos años estaba prohibida a los extranjeros; llegó a la isla de Schangchwan, frente a la costa de la ciudad de Cantón, en espera de un junco que lo trasladaría a territorio chino, pero sorpresivamente cayó enfermo y murió solo en una cabaña, acompañado de un joven intérprete, el 3 de diciembre de 1552.
Semanas después, llegaron de Goa en la India, donde él había creado un seminario, a buscar su cuerpo y le dieron sepultura. Fue beatificado en Roma el 25 de octubre de 1619 por el Papa Paulo V, y canonizado por Gregorio XV el 12 de marzo de 1622.
San Francisco Javier se ha convertido al paso de los siglos como un modelo a seguir por los misioneros que acuden a tierras paganas, y hay numerosas iglesias en todo el mundo que están dedicadas a su memoria.
Para saber…
En 1972 el Papa Pío XI nombra a san Francisco y a santa Teresita del Niño Jesús como los patronos de las misiones.


































































