Dios hizo a los humanos equilibrados, pero ellos se buscaron preocupaciones sin cuento. (Ecl 7. 29)
Chiti Hoyos/ Autora
Dice Jesús que si no nos hacemos como niños no podremos entrar en el reino de los cielos. No creo que Dios se refiera a que seamos infantiles, sino a que seamos sencillos como palomas. (Mt 18, 3) Un joven sacerdote que falleció hace unos años tenía como criterio de discernimiento para saber si alguien había crecido en santidad comprobar si también había crecido en simplicidad. Tiene toda la lógica del mundo, porque la santidad crece cuanto más te conformas a Dios, y Dios es simple.
La simplicidad de Dios procede de su pureza y de su unidad. Dios se manifiesta en un acto único puro: lo que piensa, lo quiere, lo ama y lo hace, todo de una vez y sin que nada externo le condicione. Nosotros no podemos hacer eso, pero sí podemos simplificar lo que hacemos. Los hombres tendemos a distraernos con cientos de cosas, pensamientos, palabras y actividades. Sin un lazo que mantenga todo unificado dentro de un orden, pronto aparece el caos. También tendemos a mezclar razonamientos, deseos y afectos en un cóctel, una mezcla contaminada bastante a menudo por lo mundano.
La simplicidad es fuente de libertad y proporciona alegría y equilibrio. La santa simplicidad requiere, además, unidad de enfoque. La decisión de quedarnos con una cosa o tirarla no puede depender un día de nuestro estado de ánimo y al día siguiente de lo que piensen los demás de nosotros… El carecer de un centro de operaciones en nuestras vidas nos lleva a un apego insano por las cosas: ansiamos muchas que ni necesitamos ni disfrutamos. Compramos cosas que no queremos para impresionar a gente que no nos cae bien, sentimos vergüenza por nuestra ropa usada y cambiamos los zapatos a la primera rozadura. La sociedad consumista es una sociedad enferma. ¿Por qué seguimos sus pautas? Necesitamos formas más sanas de vivir.
- Cómo empezar a simplificar nuestra vida
Cuando buscas en Internet ‘simplificar tu vida’ te sale un disparate de enlaces que se centran en la simplificación externa: limpiar armarios y cajones, reducir el desorden en el hogar y eliminar el estrés. Todo eso merece ser tenido en cuenta y forma parte de la teología del hogar, pero detenerse ahí es quedarse en los síntomas del problema real, es ocuparse solamente de lo externo en lugar de mirar lo que está pasando en nuestro interior.
La virtud católica de la sencillez vive de forma interna el estilo de vida externo. Eso sí, no se puede vivir la sencillez interior sin que esta tenga un efecto profundo en nuestra forma de
vivir, y viceversa: no podemos conseguir vivir sencillamente en nuestros hogares sin alcanzar antes la simplicidad de espíritu.
Lo ideal sería hacer un inventario de nuestras vidas, ¡pero de forma sencilla! No hace falta anotar minuto a minuto lo que hacemos. Basta con poner nuestras vidas en manos del Espíritu Santo para que Él se encargue de detectar dónde se encuentran los problemas y qué es lo que nos está complicando innecesariamente el día a día.
Dice Kierkegaard: “Hay una cosa que toda la astucia de Satanás y todas las trampas de la tentación no pueden tomar por sorpresa, y esa es la simplicidad”. La santa simplicidad solo se consigue cuando la gracia recorre el perímetro de nuestras actividades diarias y nos permite observarlo todo con ojos de sabiduría. Como somos limitados y vamos dando bandazos por la vida, es vital que sujetemos todas las cosas a la voluntad del Señor, que es una roca firme. Eso implica sopesar y eliminar todo aquello que choca con Él y abrazar todo aquello que nos sujeta más fuertemente. Así es como se evitan los bandazos. El lazo es Cristo.
Un aviso: la forma de alcanzar la sencillez varía de un miembro de la familia a otro. Me encantaría simplificar a mi marido dándole a un botón y ya y a él le pasa igual conmigo-, pero ambos tenemos que recorrer un camino propio que nos conduzca a la sencillez. Si yo me meto en su camino o él en el mío, lo más probable es que eso nos obligue a dar un rodeo o a saltarnos por encima. Yo puedo caminar a su lado, pero el que marca las pautas es el Espíritu Santo.
El Espíritu revolotea sobre las aguas de nuestro caos vital y en algún momento separa la luz de la oscuridad, le pone nombre a la situación que está analizando y la desarrolla para luego decirnos lo que tenemos que hacer. Pongo un ejemplo
Caos inicial: ‘No me da la vida para tanto’.
Separación de lo que es luz y lo que es oscuridad: si disminuyes el tiempo que dedicas a ver series, dispondrás de más tiempo para ver a los amigos, viajar y hacer todo eso que no puedes hacer nunca porque estás enganchado a tramas absurdas y chistes fáciles que te desestresan, pero te mantienen fusionado con el sofá.
Nombre: Te has creado un ídolo. Donde está tu tesoro ahí está tu corazón.
Mandato: Ordena tus prioridades. ¡Sé valiente! Renuncia a ver series en bucle.
Este es un ejercicio muy parecido a la lectio divina, con sus tiempos de lectio, meditatio, oratio, contemplatio y actio. Cuando sentimos que nuestras vidas son demasiado complicadas tenemos que darle vueltas al tema, analizarlas a la luz de la fe, pedir luz para discernir bien y que se nos muestre la solución, y después comprometernos y poner manos a la obra. No es precipitarnos a cambiarlo todo, sino entender cuál es la voluntad del Señor y cumplirla.
- “Una sola cosa es necesaria”
Simplificar es reducir a lo básico. Sabemos que «solo una cosa es necesaria (Lc 10, 42). Dice el Señor que busquemos el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos dará por añadiduras, y yo se lo recuerdo todos los días cuando miro desolada mi pila de calcetines. No se aún cómo se las va a apañar para simplificar eso, pero ya me va dando ideas.
La santa simplicidad es una disciplina espiritual que han practicado los santos durante siglos. Al igual que la oración, la limosna y el ayuno, la sencillez ocupa un lugar importantísimo en la vida del que busca sinceramente una comunión más profunda e íntima con el Padre. Jesús vivía en absoluta simplicidad. Tenía en cada momento lo necesario para cumplir su misión cada día, y nada más. Viajaba ligero de equipaje.
Decía el Padre Pío: “Yo te recomiendo la santa simplicidad con la que se conquista el Corazón de Jesús”. Es una recomendación fantástica. La función de la simplicidad de vida es ayudarnos a estar más cerca del Señor, crecer en amor incondicional, santo desapego, confianza en la Divina Providencia, orden, armonía y paz. Pero la tarea de simplificar no puede recaer sobre un solo miembro de la familia; debe ser un objetivo común, tomado en conciencia, en cuya consecución se apoyen los unos en los otros, especialmente en lo que más cuesta. Porque si alguien se queda atrás, eso afecta a todos.
La sencillez, la moderación y la disciplina, así como el espíritu de sacrificio, deben formar parte de la vida cotidiana, para que todos no sufran las consecuencias negativas de los hábitos descuidados de unos pocos. San Juan Pablo II
Evitemos quedarnos en lo externo. Un hogar recogido y limpio no tiene por qué ser armonioso, y se puede vivir en un lugar ordenado llevando una vida desordenada. El verdadero orden está en amar a Dios, luego al cónyuge, a nuestros hijos, a nuestro hogar, a nuestro vecino, a nuestra comunidad jerarquizando, y luego el Espíritu Santo lo simplifica todo en un único amor: amar lo que Dios ama.
Según lo complicados que nos hayamos vuelto, más abrumadora nos parecerá la tarea, pero eso se resuelve siguiendo tres sencillos pasos: rezando, rezando y rezando. Y no olvidemos ofrecer desde el principio nuestro proyecto de simplificación al Señor. La sencillez cristiana mira a Jesús para saber qué quiere El para nuestras casas y nuestras vidas. De ese modo llegan la paz, el orden y un santo abandono en el Señor y en su providencia. No es nada santo caer en la miseria por falta de provisión, pero acaparar cosas por miedo también puede llegar a ser pecado si se deja completamente desprovistos a los demás. Lo hemos visto desgraciadamente en la pandemia.
Jesús llama a las familias a un plan hecho a medida conforme a los dones que les ha concedido y les da la gracia necesaria para llevarlo a cabo. La sencillez católica empieza en el momento en que, conservando lo que necesitamos para seguir a Jesús, nos desapegamos del resto. Tenemos que hacerle al Señor la pregunta del joven rico: ¿Qué me falta para alcanzar la sencillez?. Ya verás como Él te ilumina.
Tampoco hay que angustiarse pensando en el tiempo que nos va a llevar. Hay gente que empieza con un proyecto de un mes, luego de un año, y así hasta que acaba siendo un proyecto de vida. No importa el tiempo que nos lleve, Dios tiene todo el tiempo del mundo. ¡Te simplifica incluso mientras duermes! (Es un guiño al Salmo 127, 2: Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!).
Dios quiere que nuestro hogar sea acogedor para la familia y los amigos. Que tengamos lo suficiente para atenderlos a todos, ya sea ropa, comida o espacio, pero sin necesidad de tener que recorrer kilómetros de pasillos para llegar al baño. Lo que sí debe notarse es que en nuestra casa se vive según el plan de Dios. Así es como debemos sopesar todo lo que tenemos. El ordenador nuevo, ¿lo necesito porque el Señor me está pidiendo trabajar en casa o es un capricho? ¿Responde a la llamada de Dios o no?
- Naturaleza salvífica de la santa simplicidad
Cuando viajo me maravillo de ver que, con un plato, un vaso y un cubierto cada uno aguantamos un mes. Metemos en la maleta lo necesario, sí, pero lo suficiente para no ir demasiado cargados. Con la vida deberíamos hacer lo mismo. Estamos de paso. Cuando simplificas toda tu vida por amor a Dios, cada pequeño acto, cada reducción a lo básico, acerca un pasito más a las almas al Padre. Esa visión sobrenatural permite que disfrutemos de las cosas sin que el alma se resienta. El desapego no es fácil, cuesta mucho y por eso la santa simplicidad tiene naturaleza salvífica cuando la unimos a los sufrimientos de Jesús en la cruz.
Cuando nos cuesta mucho deshacernos de algo, puede ayudarnos el pedir a otros que recen por nosotros, porque cuando es más fuerte el deseo de poseer una cosa que el deseo de poseer a Dios, nuestro camino de santidad se puede resentir. La sencillez valora las cosas por su utilidad y no por lo que podemos presumir con ellas, y cuando hay que elegir entre dos cosas igual de útiles, lo santo es tender a elegir la más sencilla.
El apego es muy sutil: ‘tengo que comer este tipo de platos’ ‘tengo que veranear en este tipo de hotel’; ‘tengo que tener esta clase de zapatos’… El peligro no está en las cosas, sino en lo que consideramos especial en ellas. La caída del joven rico no fue necesariamente por su apego a las riquezas, sino más bien por no haber pedido la gracia de poder dejarlas. Podemos ofrecer todos nuestros desapegos por cualquier intención -por el fin de las guerras, el aborto o la unión de los cristianos-. Que todo lo que dejemos atrás nos ayude a alcanzar el cielo.
El excesivo deseo de poseer se opone directamente a tenerlo todo en común. La sencillez de vida nos hace libres para tomarlo todo como un regalo para compartir. Por eso es un buen hábito regalar cosas que tenemos y no solo regalos comprados. Un libro que se haya leído y ya no vayamos a volver a leer puede alegrar a un amigo tanto como a nosotros. Añadiendo una dedicatoria hará que lo aprecie mucho más que uno nuevo.
De los primeros cristianos se decía que tenían todo en común y mostraban al mundo hasta qué punto se amaban. No es que no debamos tener cosas propias, pero sí tenemos que estar dispuestos a compartirlas con los demás. No hay nada especial; lo que es especial es que lo que yo tengo lo puedo compartir. Sea lo que sea.
Descentrarse de sí mismas y pensar en los demás es algo que define a las almas sencillas, que son las que más cerca están del reino de los cielos. Practicar la santa simplicidad siguiendo la llamada de Cristo nos hace soltar lastre y, literalmente, nos quita un peso de encima.