El padre Eduardo Hayen Cuarón, coordinador de la Pastoral de la Vida en la Diócesis de Ciudad Juárez, reflexiona sobre algunas causas y efectos de este fenómeno…
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Influídos por una visión pesimista de la vida, egoísmo, o hasta miedo e incertiudumbre, muchos jóvenes en la actualidad se declaran abiertamente anti-hijos.
Que si traer más seres humanos al mundo daña al Planeta, que si los hijos de hoy no tendrán un buen futuro, son algunos de los argumentos que hoy se esgrimen. Sin embargo esta tendencia, que crece cada día más, es contraria al pensamiento cristiano.
El padre Eduardo Hayen Cuarón, licenciado en matrimonio y familia por la Univerisdad Lateranense, y coordinador de la Pastoral de la Vida en la Diócesis de Ciudad Juárez, reflexiona sobre algunas causas y efectos de este fenómeno, en la siguiente entrevista:
Existe hoy la tendencia de que los jóvenes no quieren tener hijos. Desde su punto de vista ¿A qué se debe esto?
Son varios los factores que se combinan para desmotivar a los jóvenes a la apertura a la vida. Desde hace casi seis décadas empezó el fenómeno de la revolución sexual que fue creando la mentalidad de que el sexo se puede desvincular de la procreación, y que se le puede dar un uso meramente recreativo. Esto ha hecho que hoy muchos jóvenes vean la procreación como consecuencia indesable del ejercicio de la sexualidad, ya que no están dispuestos a asumir una responsabilidad tan grande para lo que ellos consideran una diversión.
Por otra parte vivimos en una cultura que ha ido creando una mentalidad contraria a la vida. Las campañas anticonceptivas crearon la idea de que “la familia pequeña vive mejor” y que hay que tener “menos hijos para darles más”. Esta mentalidad ha hecho reducir el número de hijos por mujer hasta el punto de entrar socialmente en lo que se llama un “invierno poblacional” donde las nuevas generaciones ya no reemplazan a las antiguas, lo que pone en serio peligro la supervivencia de la sociedad.
Además está el fenómeno del narcisismo y del individualismo de las nuevas generaciones. A los hijos hoy se les da todos los bienes materiales. En casa y en la escuela se les mima demasiado hasta el grado de hacerles vivir en un exacerbado egoísmo donde no cabe la apertura para la generosidad y el sacrificio. Muchos jóvenes quieren hacer carrera, viajar por el mundo, disfrutar la vida material y placentera. Tener hijos implica truncar algunos de estos planes, y muchos jóvenes no están dispuestos a ello.
También influye una visión pesimista de la vida que muchos jóvenes tienen. Los profetas de desventuras los hacen ver el futuro con miedo e incertidumbre. Se les bombardea con la idea ecologista de que la tierra se está destruyendo y de que el ser humano es el culpable. El hombre es quien estorba dentro del orden de la creación porque la reproducción, de alguna manera, trae más contaminación para el planeta. Muchos jóvenes crecen con la idea de que el hombre debe desaparecer de la creación para volver a un estado de naturaleza salvaje. Esto, evidentemente, es falso y contrario al pensamiento cristiano.
¿Cómo impacta esto en las sociedades, en el mundo?
Lo primero es que la célula de la sociedad, que es la familia, con la mentalidad de tener pocos hijos, se debilita gravemente. Hoy vemos cada vez familias más frágiles donde sus miembros sufren mucha soledad, niños que crecen solos y sin hermanitos con quien jugar. Esto les convertirá más fácilmente en personas egocéntricas y egoístas. Los matrimonios que tienen pocos hijos o se cierran a la vida también son más propensos a tener problemas afectivos y económicos en el futuro, ya que se quedan sin hijos que les ayuden y cuiden de ellos en su ancianidad.
Lo más terrible es que, al cortar con las fuentes de la vida, la sociedad deja de renovarse, lo que es reflejo de una cultura que no transmite esperanza. La falta de hijos es propia de culturas decadentes como el antiguo Imperio Romano, cuya caída se debió, en parte, al gran número de abortos y de cerrazón a la fecundidad de sus habitantes. Era una sociedad que consumía muchos bienes materiales pero fueron faltando los brazos y las manos para producirlos. Lo mismo puede suceder en nuestras sociedades. Al no tener suficientes personas que trabajen en la producción para sostener a la mayoría de la población de adultos mayores que recibirán su jubilación, tendremos que depender cada vez más de la inmigración, como Estados Unidos y Europa. Pero también los países que exportan migrantes están viendo sus tasas de natalidad disminuídas, lo que será un serio problema para todos.
¿Qué nos dice la Iglesia acerca de tener hijos/No tener hijos?
La Iglesia, en su enseñanza afirma que el hombre y la mujer fueron creados por Dios para formar una comunidad de vida y de amor, que es el matrimonio. “Creced y multiplicaos”, fue el mandato de Dios a Adán y Eva; así el matrimonio alcanza su corona con la llegada de los hijos. Los esposos están llamados a colaborar con Dios en la procreación y la educación de nuevas vidas. No se trata de que las parejas llenen su hogar de todos los hijos que Dios les mande, sino que ejerciten una procreación responsable con la conciencia bien formada. Son ellos quienes, delante de Dios, deciden el número de hijos que pueden procrear. Y aunque a veces puede haber circunstancias en que un nuevo embarazo es inconveniente, ya sea por circunstancias sociales, de salud o económicas, la Iglesia invita a los matrimonios a ser generosos en el número de hijos. Hay parejas con situaciones económicas bastante desahogadas y con buena salud, pero que únicamente quieren tener dos hijos; ¿hasta ahí llega su generosidad?, nos preguntamos.
¿Cómo se puede animar a un cambio de mentalidad en este sentido? ¿Es factible hacerlo?
Es a través de una educación cristiana como los jóvenes pueden cambiar su mentalidad. Primero es necesario brindarles una formación en la sexualidad y la vida según el plan de Dios, lo que les llevará a respetarse a sí mismos, al sexo como una creación de Dios con un propósito específico: expresar el amor y engendrar la vida. Pero también es necesario desenmascarar las ideologías anti vida y anti familia que hoy influyen en la cultura. Abriéndoles sus ojos sobre la cultura de la muerte que se oculta entre las estructuras sociales podrán descubrir dónde está el enemigo y el daño que quiere causar. Además es necesario que reciban una educación en las virtudes cristianas. Ejercitándolas ellos pueden aprender a confiar en Dios y abrirse a la generosidad para formar una familia numerosa.
¿Cómo invita a los jóvenes a optar por el “sí” a dar vida?
En el fondo toda vida humana busca trascender, prolongarse. Antes de morir queremos naturalmente dejar una huella en el mundo, una expresión de que nosotros existimos y que nos vamos de esta tierra habiendo dejado un mundo mejor. ¿Qué más trascendente que haber formado una familia con hijos bien educados como fruto del amor en el matrimonio? Los hijos son una prolongación de nuestro ser, y si con ellos contribuimos a que en el mundo haya más amor, fe, alegría, esperanza y buenas ideas, habremos cumplido la misión que Dios nos dio: creced y multiplicaos. Difícilmente habrá algo más importante, trascendental y bello, como experiencia en la vida, que haber experimentado el amor de Dios y haberlo transmitido a través de la formación de una familia.
La segunda razón es que generar la vida y educarla nos hace imitadores de Dios, nos hace ser su imagen. Engendrar y educar una vida humana es ser, de alguna manera, como Dios, quien nos crea y nos educa. Es participar de su paternidad y su maternidad divina. Y si Dios es el ser más feliz de todos porque comparte su amor con todos, nada puede hacernos más felices que parecernos a Dios. Por eso un padre y una madre responsable son, por lo general, felices, y también por eso los sacerdotes y las religiosas somos generalmente felices, porque colaboramos con Dios para engendrar nuevas almas a la vida espiritual, educarlas y acompañarlas en su camino hacia el Cielo. En el fondo la felicidad se vive y se comparte en familia.
Para saber…
Según cifras publicadas por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en 2020, los nacimientos en Méxicotuvieron una caída del 22.1 por ciento respecto al 2019, al pasar de más de 2 millones 90 mil 214, a un millón 629 mil 211.