Todo tiene su momento oportuno, y cada cosa su tiempo bajo el cielo. (Ecl 3, 1)

Chiti Hoyos/ Autora
Después de sacudir el polvo no podemos empezar inmediatamente a barrer; hay que dejar que las nubes que se han levantado se vayan posando. Dice san Ignacio que “en tiempos de desolación, no hacer mudanza”.
Hace falta un tiempo para que todo lo que hemos descubierto de nosotros mismos se asiente. Hay que detenerse para contemplar la nube y escuchar la voz de Dios que se filtra a través de ella. Eso es precisamente lo que hizo el profeta Elías, que se encontraba orando en una cueva en el monte Horeb cuando el Señor le pidió que saliera. Entonces sopló un viento fuerte, vino un terremoto y hubo un fuego, pero Dios no estaba en ninguno de ellos. Después del fuego sopló una brisa suave y delicada, y en esa brisa estaba Dios.
Al mostrarnos su voluntad, en ocasiones el Señor levanta polvo y estruendo. Cuando todo eso cesa, Dios quiere que sigamos esperando oírle. El discernimiento no puede concluir en medio de un vendaval emocional ni en medio de un celo devorador. Hay que dejar que las pasiones se sosieguen para poder escuchar lo que el Señor aún tiene que decirnos antes de que nos pongamos manos a la obra.
Detenerse a escuchar
Fácil de decir, difícil de poner en práctica. Una vez leí una meditación sobre el salmo 46. Lo que se me quedó grabado fue la reflexión que hacía sobre el versículo 11: ‘Parad y reconoced que yo soy Dios’. El Señor no dice: ‘Recoged la ropa tendida mientras le dais el pecho al bebé y enviáis mensajes de voz por el móvil, vigilando de reojo la sartén que tenéis en el fuego, y reconoced que yo soy Dios’…
Anhelamos la quietud, pero una montaña de tareas pendientes nos grita constantemente para que no paremos. Si pensamos en el pasaje del Evangelio de Marta y María, vemos que Marta se deja llevar por la urgencia del hacer y Jesús se lo hace ver: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con muchas cosas: solo una es necesaria”. Lc 10, 41-42. El trabajo agotador y desorientado de Marta tiene como resultado un gran cansancio, no solo mental y físico, sino también vital. Es un agotamiento malo que empieza con un desaliento interior. Jesús le recuerda que el trabajo no es un fin, sino un medio para llegar a Él: «Sólo una cosa es necesaria».
El anuncio de la buena nueva de la teología del hogar puede llenarnos de entusiasmo, pero es posible que la conversión de vida que va unida a ella nos remueva. Ponernos a hacer lo que sabemos que es voluntad del Señor en medio de las tareas del día a día sin el reposo del corazón que nos da Cristo puede impedir que nuestros esfuerzos fructifiquen. Hay mucho por hacer, pero no todo tiene que hacerse de una vez.
Nosotros no somos dueños de nuestro tiempo, sino administradores de él. El tiempo es un regalo de Dios. A diario, Él nos concede el tiempo suficiente para hacer lo que tenemos que hacer. Por eso dice: ‘Cada día tiene su propio afán’. Él sabe perfectamente lo que tardamos en hacer cada cosa y lo tiene todo previsto.
Para un católico el trabajo es ofrenda y oración. Por eso, detente un momento a pensar cómo se ve desde el cielo tu carrera loca por toda la casa queriendo abarcar demasiadas cosas a la vez… En este sentido, puede ayudarte la regla de san Benito. Ora et labora, San Benito invita a darse tiempo para hacer bien cada cosa, reduciendo la velocidad al hacerla y quitando la prisa conscientemente. Es más sano y santo concentrarse en una tarea, sentir completamente la presencia de Dios que mira complacido lo que estamos haciendo y entregarnos en cuerpo y alma a ella, ofreciéndosela a Dios. Con el tiempo, se va formando un ritmo interno de contemplación y uno externo de eficiencia. De esa manera honramos el trabajo de nuestras manos y respetamos el tiempo para cada tarea, sin excedernos ni quedarnos cortos.
- Vivir santamente el momento presente
Los antiguos griegos utilizaban dos palabras para referirse al tiempo: cronos, que se refiere al tiempo secuencial -un segundo detrás de otro, hasta completar 24 horas-, y kairós, que se refiere al modo en que cada momento influye en nosotros.
Cuando disfrutamos, el tiempo parece transcurrir más despacio, al igual que ocurre en los momentos más significativos: -el sí quiero de la boda, el primer llanto de tu hijo al nacer, tu primer beso…- El tiempo kairós no es un reloj sino la medida de la importancia que damos a cada momento particular, sin fijarnos en su duración. Si medimos lo que hacemos a lo largo del día en términos de kairós y no de cronos, es mucho más probable que nos acostemos satisfechos. Pero si vamos estresados saltando de una tarea a otra, nos perdemos los matices.
Seguro que te ha pasado alguna vez que, rezando el rosario, has pensado: «¡Ups, me he saltado una avemaría! ¿Qué hago, vuelvo a empezar? No, mejor digo un par de más por si vuel-vo a saltarme otra…». Lo que ocurre es que así te concentras más en el número de avemarías que en los misterios o en tu Madre, que está mirando tu lucha con unas bolitas. ¿Por qué no te preocupas por ofrecerle de corazón cada una de ellas?
El problema es que no usamos nuestra capacidad de concentración con el enfoque adecuado. Corremos sin reflexionar.
Uno de los libros que no me canso de recomendar es “La práctica de la presencia de Dios: Conversaciones y cartas del hermano Lorenzo”. En él, el hermano Lorenzo explica cómo podemos mantenernos en el instante presente en medio de las tareas de cada día, lo que nos permite estar siempre en oración. La oración es el tiempo de la escucha. En la escucha el tiempo se detiene, nos mantenemos a la expectativa de lo que tiene que venir y nos preparamos para recibir. Es un tiempo de gracia.
Es verdad que no todos los momentos nos gustan de la misma manera. Se nota mucho en las quejas -¡Ojalá hiciera calor, ¡ojalá refrescara!, ¡qué fila tan lenta! -, y en que no estamos donde tenemos que estar. Si estamos en el colegio pensamos en la universidad, y en la universidad nos preparamos para la vida laboral, y siempre con la mente en la próxima etapa, en la que no podemos estar ahora. Ninguno de nosotros está en el futuro. Siempre estamos aquí. En el momento presente.
Y lo gracioso es que nos pasamos la vida pensando en qué quiere Dios que hagamos… Pues es sencillo. Si estás tirando la basura, Él quiere que la tires de la mejor forma posible… si sales por la puerta pensando: «¡Muy bien, Señor! ¡Tiremos juntos la basura!», y lo haces sin prisas, entonces prestarás atención a los escalones, y quizás el Espíritu Santo te inspire dar gracias por los que los construyeron. Puede que huelas la basura -sí, no es agradable, pero estás poniendo los cinco sentidos, y el olor te traiga a la mente a santa Catalina de Siena, que olía los pecados de los demás a distancia, y eso te lleve a querer hacer una buena confesión. En la calle es posible que oigas una sirena de una ambulancia y eleves una oración por los enfermos, Al tirar la basura notarás tus manos vacías y doloridas si la bolsa era voluminosa y pesada, lo que te mostrará lo débil que eres y lo que te puede afectar cargar cosas en la vida tú solo. Por último, recibir el beso de tu cónyuge a la vuelta por el deber cumplido te sabrá a gloria. Eso es contemplación en acción, eso es el ora et labora.
Nuestra tarea es vivir santamente el momento presente. Santa Gianna Beretta Molla
En cada momento hay un bien que Dios nos está dando, una gracia que podemos pasar por alto o detenernos a recibir. No hay instantes de segunda categoría. El problema es no darle importancia a la mayoría. Santa Faustina Kowalska tenía una oración preciosa para ahondar en la confianza en Dios y no temer al futuro:
¡Oh momento actual, tú me perteneces por completo! Deseo aprovecharte cuanto pueda, y aunque soy débil y pequeña, me concedes la gracia de tu omnipotencia. Por eso, confiando en Tu misericordia, Camino por la vida como un niño pequeño Y cada día Te ofrezco mi corazón Inflamado del amor por tu mayor gloria.
- Cómo ser contemplativos en acción
Dios quiere acompañar cada discernimiento con una lluvia de gracias que ayuden a cumplir lo que pide que hagamos. Pero lejos de contentarse con eso, quiere que en cada lluvia crezcamos en gracia y sabiduría y subamos un escalón en santidad. Pero si no nos paramos a recibirla, ¿cómo lo lograremos?
Fue justo en la pandemia cuando decidí bajar el ritmo y centrarme en el sacramento del momento presente, como lo llama Jean Pierre de Caussade, un jesuita y escritor francés del siglo XVIII. Lo llama sacramento porque el tiempo es un medio por el que Dios derrama gracias según la fe con la que lo acojamos y el amor con el que lo vivamos. Una mañana de mucho estrés me acordé de mi abuela cuando hacía las tareas del hogar. Mi abuela era muy activa. Hacía mil cosas durante el día y me sorprendía que todavía le quedara tiempo para hacer dulces y enseñarme a hacer punto. La contemplé en mis recuerdos haciendo una sola cosa, y cada cosa, despacio. No parecía tener prisa nunca, Y decidí imitarla. De repente me descubrí más eficaz en todo. Cuando miraba el reloj había pasado mucho menos tiempo del que yo había percibido porque estaba disfrutando de lo que hacía y eso ‘estira’ el tiempo. Si conectas con Dios en el momento presente entras en el eterno presente de Dios, que está fuera del tiempo.
Decía San Francisco de Sales: “Reza diariamente treinta minutos, excepto si estás ocupado; entonces reza una hora”. Eso se puede aplicar al trabajo que tenemos por delante. ¿Te abruma la tarea? Pues baja el ritmo y concéntrate en convertirla en oración, que es lo que necesitas para poder con todo.
Dios nos pide ser contemplativos en medio de la acción. Dicen los carmelitas que uno se hace contemplativo viendo al Amor actuar, porque el Amor es el centro de todo, y hacia donde todo se dirige. La contemplación del actuar del Amor es lo que nos permite pasar de una dimensión a otra -del silencio a la palabra, del reposo a la actividad, como quien no cambia de actitud, sino simplemente de forma de expresar la escucha permanente en la que vive. El hermano Lorenzo lo dice así: “En medio del ajetreo de la cocina, donde a veces me piden al mismo tiempo cada uno una cosa, poseo a Dios con la misma paz que si estuviera de rodillas ante el Santísimo”.
Cuando las pasiones están fuertes, nuestro ‘ojo espiritual’ no puede posar la mirada. Hay agitación del alma. Nuestras heridas nos reclaman atención. Pero cuando el alma se sosiega, cuando las aguas dejan de agitarse, podemos contemplar no ya la herida, sino los síntomas que nos muestran el tamaño de nuestro pozo. Ahí es donde el Señor nos dice que surgirá un manantial, que hará que se note que vivimos más desde el corazón que desde la herida.
Detenerse a ver cómo el Amor penetra en nosotros, nos inunda y nos llena es la fase final del discernimiento. Es dejarle a Dios la culminación del proceso. En eso consiste el discernimiento, en conversar con el Amigo hasta que brote el manantial del pozo que nos impulsa en arrebatos de vida
- Las mociones del Espíritu
A menudo, Dios se comunica con el ser humano desde dentro, provocando en el corazón unas invitaciones, unos impulsos -mociones-. San Ignacio dice que las mociones que vienen de Dios dan fuerza, consolación, serenidad, paz y quietud. De repente, aunque la tarea parezca difícil, no nos resulta imposible.
Dios no te va a pedir algo para luego abandonarte a tus propias fuerzas. Lo que quiere es que descanses en Él para recibir la gracia que necesitas para llevarlo a cabo. Y para eso no necesitas retirarte al desierto ni dejar de cumplir con las obligaciones de tu vocación de padre o madre de familia. Quiere que le descubras en mitad de tu jornada, donde tu sed y la de Él se encuentran: su sed de darte y tu sed de recibir.
El Señor no se contenta con inspirar una solución, un proyecto o un enfoque, porque sabe que solo con eso podemos fallar a la hora de aplicarlo. Dice el sacerdote lean Lafrance: «Ciertamente están los mandamientos de Dios y de la Iglesia, sabemos bien lo que hay que hacer y evitar. Pero sobre el detalle de nuestra vida, cotidianamente, minuto a minuto, en el fondo sabemos muy poco. Ahí es donde debemos dejarnos guiar, fieles a las mociones del Espíritu».
Aplicado a la teología del hogar, esto significa que no se trata únicamente de poner en práctica una idea, sino de dejar que Dios ejecute su idea con nosotros, Él es el primero que quiere remangarse y poner manos a la obra. Por eso, cuando el alma está recogida, el Señor comienza a llamarnos suavemente, con pequeños ‘empujoncitos’ para que le sigamos y hagamos lo que Él nos diga. Esta llamada, que comienza en el silencio y la quietud del alma, no cesa con el ajetreo de las tareas si, mientras las hacemos, seguimos conversando con Él y permanecemos a la escucha.
Jean Pierre de Caussade decía que estas mociones que el Espíritu derrama aumentan según la fe con la que las acojamos y el amor con el que las vivamos. Lo primero es la docilidad; lo segundo es contemplar al Amor actuar y amar junto con Él.
La moción de la caridad es tan suave que podemos pensar que es cosa nuestra, pero a veces, como me ocurrió a mí, es tan clara y nítida la forma en que nos guía que sorprende. Lo que pasó es que un día mi madrina vino de visita a casa. Como no venía casi nunca, le presté toda mi atención. Estando en la cocina, recogió un par de vasos y me comentó: “Tu madre no se encuentra bien. Deberías ayudarla con los platos”. No dijo nada más. Cuando mi madrina se fue, decidí poner el lavavajillas. Después los ojos se me fueron a los quemadores de la cocina de gas, que necesitaban un repaso. Era como si me dijeran: ‘Esto también podrías hacerlo’, así que los limpie a fondo. Y mientras lo hacía me fijé en otra cosa, y luego en otra. Al final estuve toda la tarde. Limpié hasta la campana, que era muy grande, los armarios por dentro, los cristales de las ventanas… No paré hasta que la cocina estuvo impecable. Al final sonreí de oreja a oreja, impresionada de lo que había sido capaz de hacer. Me daba perfecta cuenta de que había sido guiada a «hacer más», porque yo habría lavado los platos y ya, que es lo que me había pedido mi madrina. Pero Dios tiene sed de amar y servir, de darse todo el rato, de darse más y mejor. Y es lo que hace a través de nosotros si se lo permitimos. Mi padre me dijo después: “He visto la cocina. ¿Qué me quieres pedir?”. Ме costó convencerle de que en realidad me habían entrado ganas de hacerlo.
La virtud de la caridad se activa cuando de corazón queremos hacer algo por alguien; si nos limitamos a hacer lo que tenemos planeado, no crece. Debemos esforzarnos por dejar espacio al Espíritu Santo para sus algo más. Él planea nuestro día mucho mejor.
Nadie es más dócil al Espíritu que Cristo, que dijo: «El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo» y el Señor también dijo: «El Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar». Unirnos a Cristo es el mejor modo de asegurarnos de que el provecto del Padre para nuestro hogar se realice. Dios en nosotros y nosotros en Dios, juntos, trabajando hombro con hombro.
Gracias a mi experiencia de adolescente ahora le presto mucha atención a «esas ganas» que me entran. El resto es dejarse conducir. Y no es que Dios solo se encargue de que la casa esté limpia, es que tiene en cuenta todo. Es tremendamente detallista. Te ayuda por ejemplo a recibir mejor a las visitas en casa acomodando los cojines, ventilando la estancia, teniendo detalles de cariño con cada uno…, porque está atento a todas las necesidades. Y muchas de ellas a nosotros nos pasan desapercibidas.


































































