Con el Adviento inauguramos como Iglesia un tiempo de esperanza para la humanidad, además de un nuevo Año Litúrgico. Sacerdote explica cómo debemos prepararnos para esta vivencia…

Pbro. Diego García/ Dimensión Diocesana de Liturgia
En medio de un mundo que suele tornarse caótico y frenético, inauguramos como Iglesia no solo un nuevo tiempo litúrgico, sino también, un nuevo año litúrgico, ahora enmarcado en el ciclo A, donde el evangelio de Mateo nos permitirá adentrarnos y profundizar durante este tiempo privilegiado para alcanzar nuestro objetivo: prepararnos para vivir el nacimiento del Hijo de Dios.
Por qué celebrar conscientemente el Adviento
El Adviento como tiempo litúrgico, no es un elemento aislado, se engloba dentro de todo el año litúrgico, por ello habrá que precisar los elementos propios, que permanecerán implícitos para una rica y viva experiencia de fe. Comprendiendo que el Adviento es preparación para la Navidad, es disponer todo mi ser para que espiritualmente se encarne Jesús en vida.
Prepararme en este tiempo privilegiado para la Encarnación del Hijo de Dios, en su momento, será la oportunidad de comprender que es Él quien también muere, padece y resucita para darme una vida nueva. Es aquí donde recobra con fuerza lo que Orígenes manifiesta: “lo no asumido, no es redimido”.
En el Adviento nos adentramos a comprender que la profecía de la salvación en los profetas se cumple, se hace pleno, es comprender que el Hijo de Dios que en un hito de la historia irrumpe el tiempo y el espacio para tocar este mundo, esta realidad, tocar en la carne lo que quiere salvar.
Dos bloques
Hay un antes y un después, no solo en el tiempo que transcurre nuestra vida, sino que hay un impacto directo que nos adentra a la eternidad, con mucha razón, el tiempo deja ser un chronos lineal, sino que se convierte además, en un kairos ascendente, es decir, un tiempo de gracia que Dios me ofrece para encontrarme con El para que irrumpa mi vida, mi tiempo, mis proyectos, comprendiendo así los dos bloques del Adviento: el primero que comprendemos que el Hijo de Dios se encarna y que esperamos ahora su segunda venida y el segundo bloque donde visualizamos que Jesucristo, el Hijo de Dios, hace poco más de 2000 años vino por primera vez.
Signos y símbolos de la
liturgia para prepararnos
El Adviento no es prepararme para recibir “algo”, es prepararme para recibir a Alguien, para encontrarme con El, por ende, no se improvisa, se prepara para un mejor provecho, como decíamos antes, para que permie toda mi vida. Por ello lo que la liturgia nos permite oír y ver de sí misma y nos encamina para ello, así como todo lo contrario, no vivir, no ver y no escuchar, es cerrar la puerta a que Dios cumpla su promesa en mí.
En la Iglesia desde el siglo IV-V, se ha profundizado cada vez más en los elementos propios de este tiempo, que, desde la misma Palabra, nos va conduciendo para entender el objetivo propio de este tiempo.
En el color morado en la liturgia visualizamos una actitud de recogimiento, de escucha atenta, que en medio de tanto ruido suele impedirnos oír la voz de Dios, ruido que no me deja ver que Dios llega a mi vida.
Otro elemento será la corona de Adviento con sus cuatro candelas, que nos permiten ver el transcurrir de estas cuatro semanas y en esencia, estas candelas son para consumirse, reflejo propio de la vida del hombre que se consume, pero con la gran diferencia que puede ser en consonancia con Dios que me busca y le respondo, o totalmente lo contrario, alejado de Él, como bien San Juan nos expresa “habiendo venido a los suyos, los suyos no lo recibieron”.
Otro elemento propio que quisiera recalcar es el pino de Navidad, que hace alusión a los robles, los ciprés y los mirtos que aparece en el antiguo testamento, como en Isaias 55, arboles de hoja perenne que nos permiten mantener viva la esperanza que viene de Dios, a pesar de que ha sido el hombre que se aleja de la vida y el proyecto de Dios, como lo vemos en el Genesis, no solo había arboles de toda índole, sino que se estaba en comunión plena con Dios.
La esperanza muy humana tiende a agotarse y desvanecerse, y este adviento es una oportunidad para encender y visualizar que Dios cumple su promesa y restaura el proyecto original para la humanidad.
Pasar de lo superficial o lo interior
Dios no busca la apariencia, y la preparación a la Navidad con el Adviento, es asimilar una oportunidad bella para comprender que Dios me habla. Para ello hay que estar atentos y expectantes.
Solemos enfocarnos en los regalos, en los adornos externos, en posadas varias, nada extraño para nuestra actualidad que nos encierra para buscarnos y nos abre para aparentar ante los demás. Sin embargo, Dios conoce nuestro corazón y es cuando se comprende que, preparando nuestra morada, se convertirá también en un humilde pesebre para que, ante su alumbramiento en la Navidad, también se convierta en un Belén que le da calor, el cual -como mencionaba antes- no se improvisa, se prepara con amor, con actitudes y acciones concretas.
Los más beneficiados somos nosotros, que dejándonos abrazar y consumiendo la vida en sintonía con El, nos convertimos en un corazón palpitante y ardiente que le comparte su fulgor a este mundo que suele tornarse caótico y frenético.
No somos individuos aislados, somos parte de una Iglesia, de una familia, de una comunidad, además somos parte de una humanidad que suele tener frio y no busca el encuentro con Jesús, nuestro Príncipe de la Paz.
Con el Adviento, como signo de Dios que me invita a esperar con la esperanza -que es Él mismo-, nos adentramos para prepararnos a escucharlo y darnos cuenta que trae salvación y paz con su Encarnación y que a pesar de la desesperanza, nos prepara para una transformación. Nos ayuda a salvar lo que el hombre mismo no puede hacer por sí mismo. Es re encender la esperanza para comprender que Él cumplirá, como antiguo, la promesa que Dios ha hecho por amor: que no es la oscuridad ni la muerte lo que prevalecerá o imperará.
Por tanto, este Adviento no es igual que los pasados, pues tan solo el hecho de vivirlo en este año, es la oportunidad de cambio que Dios me ofrece, preparándome para encontrarme con Él.


































































