Pbro. Adrián Flores
El evangelio de este domingo nos presenta a dos discípulos de Jesús que van caminando hacia Emaús justo después de los días de la pasión y muerte de su Maestro. El evangelista nos hace entrar de una manera muy especial al relato, lo cual merece nuestra atención y nuestra reflexión.
Primeramente, de estos dos discípulos solamente conocemos el nombre de uno de ellos: Cleofás, el nombre del otro nos es desconocido. Probablemente Lucas no menciona el nombre de este discípulo para que cada uno de sus lectores puedan nombrarlo con su propio nombre, nosotros podemos ser ese discípulo desconocido que se encuentra con Jesús sobre el camino de Emaús, casi de la misma manera con la cual Juan en su evangelio nos presentaba a Tomás, el apóstol incrédulo, como el mellizo. Otra forma en la que Lucas nos hace entrar en el relato es la descripción que hace de los sentimientos y pensamientos de estos discípulos.
Al inicio del relato, la decepción, la desesperanza, la duda y la confusión residían en el alma de los peregrinos de Emaús, y al final vemos cómo la alegría y la emoción ardiente consumían su corazón a partir del encuentro con Jesús.
Estos sentimientos y emociones son muy característicos de nuestra naturaleza humana, y el hecho de leerlos de la pluma de Lucas nos hacen empatizar con estos dos discípulos. Compartimos con ellos los mismos sentimientos al vernos confrontados a aquello que no sale como esperábamos.
En este relato Lucas nos hace también cómplices de Jesús, solo Él y nosotros lectores sabemos que ese personaje misterioso y que aparentemente ignoraba los últimos acontecimientos ocurridos en Jerusalén es el mismísimo resucitado. Lo que para los discípulos de Emaús es imperceptible, para nosotros es evidente, Jesús resucitado los alcanza personalmente en su camino. También, para hacernos entrar en la dinámica del relato, el evangelista nos cambia la jugada, de pasar a ser cómplices del secreto de la presencia de Jesús, ahora, nos hace ser ignorantes de la explicación de las Escrituras que el resucitado da a los discípulos sobre el camino de Emaús.
Ahora nosotros ignoramos lo que Jesús había revelado a estos dos discípulos que tenían el corazón ardiente. Lucas no nos da la exactitud de las palabras de la explicación de Jesús, hubiera sido muy bueno saber cómo Jesús había interpretado las Escrituras en lo que lo concernían, sin embargo, esto es y permanecerá siendo un misterio.
Finalmente, Lucas nos hace participar en la fracción del pan, para que junto con los discípulos de Emaús podamos reconocer la presencia en el sacramento de la Eucaristía de Aquel que ha vencido a la muerte y que ha resucitado.
Es interesante la manera en que Lucas nos hace entrar en la dinámica de este evangelio. La finalidad de este relato, como la de muchos de los relatos que narran las apariciones del resucitado, es hacer que el creyente, sobre todo los recién bautizados y aquellos que comienzan a conocer a Jesús, entren en el misterio de la resurrección viviendo por sí mismos la experiencia del encuentro con Jesús resucitado.
Si el relato es dinámico, y se desarrolla sobre un camino, andando, caminando, es precisamente para enseñarnos que a Jesús vivo se le encuentra en el camino mismo de la vida. ¡Jesús quiere que experimentemos su resurrección desde ya! En esta vida podemos caminar cabizbajos, tristes, confundidos, a veces hasta decepcionados de Dios y de ver qué en muchas ocasiones lo que esperamos de Él no concuerda con el misterio de su profunda bondad y de su providencia. Sin embargo, su bondad sobrepasa nuestras esperanzas. Y es justo en los momentos difíciles en que Jesús viene a nuestro encuentro, se nos dificulta reconocerle porque nuestros ojos pueden estar cegados por el desánimo pero Jesús viene a dialogar con nosotros, a platicar de lo que hay en nuestro corazón, a caminar al lado nuestro para alentarnos, para hacernos saber que su amor y su ternura son más fuertes que nuestras decepciones y tristezas. A Jesús le importamos, por eso nos busca por nuestros caminos.
Durante este tiempo de confinamiento, de desesperación, de cuestionamientos sobre la bondad y sobre el poder de Dios, confiemos totalmente en Aquel que seguramente, y lo escribo con convicción, está a nuestro lado. Aún si nos confrontamos con el caos de la muerte y de la tristeza, estas ya no tienen ni tendrán la última palabra sobre nuestra vida. El Señor Jesús está vivo, está con nosotros siempre y nos promete nuestra resurrección. ¡Ánimo no temas —dice el Señor— Yo he vencido a la muerte y te traigo la Paz!
Domingo III del Tiempo Pascual