Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. (Jn 15, 5)

Chiti Hoyos/ Autora
Nuestra vida espiritual es fruto de nuestra unión con Jesús y obra del Espíritu Santo. Por eso, la única forma de crecer en santidad es fortalecer la unión con Cristo y ser obedientes al Espíritu.
Del Niño Jesús se decía que crecía en estatura, gracia y sabiduría. Él es el modelo al que debemos imitar a la hora de atender las necesidades de crecimiento de nuestra alma. Eso es lo que han entendido siempre los santos y por eso han intentado imitarle en todo. La imitación no tiene que ser solo externa, sino también interna. Eso ya hemos visto que se va consiguiendo a través de las purificaciones, pero también con la práctica de las virtudes. Con ellas crecemos en gracia, que es participación de la vida divina.
Sin embargo, la práctica de las virtudes no es suficiente para crecer en la unión con Cristo. Hace falta un conocimiento cada vez mayor de Él. un conocimiento que no es meramente intelectual, sino que se adquiere por medio de la fe y del amor. Cuanto más se ama, más se quiere conocer al amado. El conocimiento de Cristo lo adquirimos principalmente por obra del Espíritu Santo, que nos va iluminando en la oración, en la lectura del Evangelio, etc. También responde a una iniciativa de propio Cristo, que va «cortejándonos» conforme crece nuestra relación y nuestro trato con Él, y nos va abriendo su intimidad. El Señor no niega nunca la gracia de revelarse al que lo busca con humildad; por eso, la búsqueda de Jesús debe ser para nosotros una prioridad.

Cinco necesidades
En la regla de vida para el hogar debemos valorar en primer lugar nuestra necesidad de hacer crecer la relación personal que tenemos con Cristo. Si queremos que Dios sea el Corazón de nuestra casa, empecemos por colocarlo en el centro de nuestras vidas.
Te propongo empezar por esta pregunta: ¿Que necesita nuestra vida de oración para crecer en intimidad con el Señor? Al principio es bueno anotar las ideas que os vengan a la cabeza, pero también hay que ser prudentes para no excederos más allá de la exigencia real de la regla. Si no eres una persona madrugadora, no decidas de repente que te vas a levantar a las cinco de la mañana para hacer lectio divina. Sí, tu vida de oración puede que necesite lectio divina, pero sé realista. Busca otros huecos.
Conforme vayáis anotando necesidades podéis ir pensando en el momento de atenderlas.
«La familia que reza unida permanece unida», decía el padre Peyton, el apóstol del rosario. Y esto es incluso más cierto para la familia que recibe unida los sacramentos.
Cuando revisamos las necesidades de nuestra familia para crecer en intimidad con el Señor vimos que debíamos incluir la adoración al Santísimo. Aunque el Señor en su providencia siempre nos ha dado momentos de adoración en familia, no suele ser lo habitual. La adoración no puede ser una actividad de piedad más, sino una necesidad del corazón de descansar en Él; es una respuesta de nuestra sed al grito de la sed de Jesús por nosotros. Por eso nunca la hemos forzado, pero decidimos empezar a adorar juntos mi marido y yo para que los niños vieran que para nosotros era importante, y también porque nuestra sed lo pide. El resto se lo dejamos al Señor. Recientemente, mi hija mayor ha empezado a ir por su cuenta con un grupo de jóvenes y vemos cómo Dios va buscando las formas de atraer poco a poco a los demás. Estoy convencida de que acabaremos yendo todos juntos, no solo cuando el Señor nos sorprenda en algún viaje, sino por petición unánime.
Hay otra necesidad que para mí es vital: el silencio. Desgraciadamente, en mi casa el silencio se bebe a sorbitos. Por eso todos los años busco la manera de irme unos días a un retiro o a unos ejercicios espirituales. Me encantaría ir con mi marido, pero de momento no es posible porque los pequeños aún son muy pequeños, así que unas veces va mi marido y otras voy yo.
Sabemos que los niños también tienen necesidad de retirarse, aunque solo sea unas horas al año. Hay retiros para familias que pueden ser una opción, y también campamentos diocesanos o de las distintas espiritualidades de la Iglesia. Lo bueno es estudiar todas las opciones posibles y decidir cuál se adapta más a vuestra familia en ese momento. En nuestra regla de vida hemos metido un campamento al año para los niños y, como yo soy catequista, un retiro especial para los que se preparan para la Comunión o la Confirmación.

Prácticas de oración
Estas prácticas no son para todos los días, pero sí para cubrirlas en algún momento del año. Pero no son las únicas. Como la necesidad de intimar con el Señor es diaria, es importante valorar nuestra forma de hacer oración. Para eso vienen bien estas preguntas: ¿Qué tipo de prácticas de oración diaria pensamos que son razonables para nuestra familia en este momento?; ¿cuáles son las edades de los niños?
Para decidir qué hacer con la oración familiar nos fijamos en la situación real en la que vivimos. No siempre tenemos tiempo durante la semana para juntarnos y rezar varias horas, ni siquiera una hora completa, porque los pequeños se cansan. Nosotros empezamos por lo básico -la bendición de la mesa, la oración de la mañana al salir de casa y la de la noche antes de dormir-, y poco a poco fuimos agregando oraciones. Ahora ya podemos rezar el rosario juntos y la coronilla de la Divina Misericordia.
En todas las reglas monásticas se adaptan las oraciones y los tiempos de oración al tiempo litúrgico. Se añaden o quitan salmos, se cambian las devociones, etc. Eso es algo que también podemos hacer en el hogar. Durante la pandemia, nosotros decidimos rezar todos los días en las comidas la oración de la coraza de san Patricio. Solo la rezamos en esa época porque nos pareció una necesidad importante pedir la protección del Señor para la salud del alma y del cuerpo.
La regla de vida del hogar no es algo estático, sino que permite flexibilidad siempre que nuestras necesidades de oración estén cubiertas, y eso me encanta porque puedo ver cómo la espiritualidad de la familia crece con mis hijos; y a la vez que ellos crecen, va creciendo mi necesidad de rezar con ellos. La verdad es que nos hace mucho bien a todos.
Más también se deriva por la oración de muchos, no poco provecho, cuando oran unánimes y en concordia.
Regla de san Basilio
Debemos cuidar la oración familiar, pero eso no debe llevarnos a descuidar nuestra oración personal. Dios es un Dios celoso que quiere una relación de corazón a corazón con cada uno de nosotros. La regla también ayuda a buscar tus propios tiempos de oración según tus necesidades.
Amo mucho a la Virgen y me encanta rezar el ángelus a las doce. No me quita tiempo porque puedo hacerlo en medio de tareas; y cuando estoy con los niños, hago una pausa y lo rezo en voz alta. Siempre se unen. Esa pausa en medio de la mañana para acordarme de María me cambia la perspectiva en un segundo. Es como si viniera Ella misma a ver como llevo el día. Me pasa igual a las tres de la tarde, cuando medito por un instante la muerte de Jesús. Muchas veces me ha salvado de discusiones tontas en las que estaba enfrascada. Parar a una hora determinada del día un breve instante es como la llamada de la campana de un convento. Obedecer esa campana me hace más dócil y me centra en Dios, que es mi prioridad.
Suelo rezar por mis hijos mientras ordeno sus cosas, y por mi marido al hacer nuestra cama. Además, tengo un pequeño apostolado en redes sociales para rezar por otros. Hago acciones de gracias cada vez que dejo la cocina resplandeciente y, cuando veo desolada el montón de ropa sucia recuerdo mi propia necesidad de convertirme y hago súplicas al Señor para que no me abandone a mí misma. Quizás tú descubras que el momento más adecuado para hacer un examen de conciencia es cuando friegas el suelo o limpias el polvo… ¡Y las letanías del rosario son estupendas para hacer ejercicio! Como ves, no es un horario rígido sino saber combinar el día a día con vivir centrados en Dios. Como dice mi marido, es contemplación en acción.
Ninguna de las prácticas de piedad que escojas debe suponer un conflicto con tu ritmo habitual. En su Introducción a la vida devota, así lo afirma san Francisco de Sales: «La verdadera devoción […] no destruye ninguna clase de vocación o de ocupaciones, sino que las adorna y las embellece», y añade: «La verdadera devoción hace que sea mucho más apacible el cuidado de la familia, que el amor mutuo entre marido y mujer sea más sincero y que todas las ocupaciones sean de la clase que sean resulten más llevaderas y hechas con más perfección». O sea, que no solo está bien rezar durante las tareas del hogar, sino que encima es una maravilla que lo hagamos así.
Lectura espiritual
Además del tiempo de oración, en mi regla de vida incluí la necesidad de la lectura espiritual, pero no el momento exacto de hacerla porque a veces tengo un ratito para leer mientras que en me tomo el café, y otras un rato antes de dormir. Lo que síOrden escojo con cuidado es el tipo de lectura. Según el momento que estés viviendo, puede venirte bien escuchar unos podcasts sobre cómo crecer en virtud, hacer una novena a un santo que una salido a tu encuentro para ayudarte con lo que llevas entre manos, meditar los siete domingos de san José para obtener su mediación paternal, etc. Es posible que al principio se te ocurran muchas cosas, pero es importante programarlas de una forma sencilla, evitando hacerlas todas a la vez o todas seguidas, porque entonces podrías agobiarte o desanimarte. Si quieres tener varias devociones, no tienes por qué ponerlas en práctica todas el mismo año: un año puedes hacer la novena a santa Teresita y otro el triduo a la Santísima Trinidad. Eso sí, procura que tenga un sentido la devoción que escojas; que el criterio no sea simplemente que te gusta.
En esto de las prioridades, san Martín de Porres lo tenía muy claro. En una ocasión le preguntaron mientras barría la escalera qué haría si el Señor volviera en su gloria ese día, y él contestó: «Seguir barriendo». Bien sabía él lo que necesitaba para santificarse y lo que el Señor le pedía hacer…
Vistas las necesidades de oración en familia y las necesidades personales, aún queda otra cosa por priorizar: la necesidad de educar en la fe a nuestros hijos.
Educar a los hijos en la fe
El beato Laszlo Batthyany -Strattman, un médico aristócrata austro húngaro participó activamente en la formación espiritual de sus trece hijos, tenía la convicción de que no había nada más precioso que pudiera fomentar en ellos, que un espíritu contemplativo cuyo tesoro fueran Jesús y su Iglesia. Él y su familia iban a misa todos los días y después, Laszlo daba a los niños una lección de catecismo y asignaba a cada uno un acto concreto de caridad para ese día. Todas las noches, después de rezar el rosario, repasaban el día y el acto de caridad asignado. Estaba comprometido de todo corazón con la responsabilidad de ser el principal educador en la fe de sus hijos y se aplicó a ello con una prioridad absoluta. Está bien llevar a los niños a catequesis, por supuesto, pero nadie puede ocupar ese primer puesto que Dios ha reservado a los padres. Me imagino al beato Laszlo llegando al cielo, sonriendo de oreja a oreja y diciendo “Lo que te prometí, lo cumplí y llevé el Reino de Dios a mis hijos”.
Al igual que él, yo me tomé en serio esta obligación y he sido catequista de todos mis hijos. En casa no tengo un horario, pero mis hijos saben distinguir cuando hablamos de Dios simplemente y cuando estamos haciendo catequesis. Para lo segundo busco ratos los fines de semana, es un rato de trabajo en el que ven algún video o les cuento algo de la biblia, hacemos un teatro con marionetas o se disfrazan y lo representan ellos. En eso me he inspirado mucho en la familia de santa Teresita y en el libro de Mujercitas de Louisa May Alcott. También hacen manualidades y muchos juegos para aprender los puntos básicos de la fe.
En el día de Todos los Santos les hablo de ellos y aprovechamos los viajes para que aprendan historia de la Iglesia. Hace un par de años visitamos un monasterio trapense donde hicimos una visita guiada para aprender sobre costumbres monacales, comprender qué es un abad y ver las estancias del monasterio, incluidas las cocinas y el refectorio.
En la cena de los domingos solemos preguntar si se acuerdan del evangelio de la misa de ese día. Cada vez se fijan más para poder responder bien. También les hablamos de los distintos carismas de la Iglesia y compartimos tiempo con sacerdotes y religiosas para que los sientan cercanos.
El tener un sacerdote en la familia, aunque viva muy lejos, es un apoyo muy grande. Nada de esto tiene un horario rígido, pero sí está en mis prioridades. De todas formas, si pasa mucho tiempo entre catequesis y catequesis, los pequeños se suelen quejar porque les encanta.
Luego está la formación de mi marido y la mía. Para eso cantarse por leer encíclicas y yo suelo devorar libros de teología, pero muchas veces compartimos lectura, sobre todo por las noches, y eso es algo que nos enriquece a ambos y nos une mucho.
Conclusión
Oración personal, oración en familia, tiempo ante el sagrario, sacramentos y formación son las necesidades que hay que cubrir en primer lugar, porque sin ellas toda la vida en el hogar se tambalea. Cada familia debe buscar su propia manera de cubrirlas, sin agobiarse, poco a poco y como le inspire el Señor.
En la regla de vida hay que tener claro que esta prioridad manda sobre otras, pero puede solaparse con ellas. Por ejemplo, si necesitamos pasar tiempo al aire libre podemos buscar algún trayecto en el que haya una ermita o tenga un viacrucis, y después de rezar jugar a cualquier cosa, montar en bici y hacer un picnic. Así en una sola jornada cubrimos varias necesidades del cuerpo y del alma.
Es fundamental recordar que todo esto lo hacemos como respuesta a la llamada de Dios para llevarnos a la plenitud de vida. Si cuidamos nuestra vida de oración y cubrimos las necesidades que vayan surgiendo a través de ella, cada vez será más fuerte la presencia del Señor en nuestro hogar.
































































