P. Adrian Flores
« He aquí que tu rey viene a ti apacible y montado en un burro, en un burrito, hijo de animal de yugo » (Mt 21,5)
La palabra en griego que Mateo emplea para describir la manera en la que Jesús entra en Jerusalén es praus (πραΰς) que puede ser traducida como apacible, manso, gentil o suave. Nos llama la atención que esta palabra la encontramos solamente tres veces en el evangelio de Mateo y una sola vez en la Primera Carta de Pedro. En el discurso sobre la montaña Jesús dijo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt 5,5). Mas tarde Jesús diría: «Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso». (Mt 11,28-30). En 1 Pe 3,34 encontramos un consejo que da Pedro a los esposo : «No se preocupen tanto por lucir peinados rebuscados, collares de oro y vestidos lujosos, todas cosas exteriores, sino que más bien irradie de lo íntimo del corazón la belleza que no se pierde, es decir, un espíritu manso y sereno. Eso sí que es precioso ante Dios».
En la version hebrea del profeta Zacarías que es citada por Mateo, la palabra utilizada para decir manso toma una tonalidad más grave. La palabra en hebreo es ‘aniy (עני) que significa pobre, afligido, humillado y miserable. En el Antiguo Testamento esta palabra designa a los más pobres, de los cuales el practicante de la ley debería de cuidar. En el libro de Job y en los Salmos, por ejemplo, es Dios quien escucha el clamor de los pobres, se acuerda de ellos, no los olvida y los defiende. Y el profeta Zacarías asocia esta palabra a las ovejas, al ganado miserable, al más débil. Por ejemplo, en Zc 11,7 encontramos: «entonces me puse a pastorear las ovejas destinadas al matadero, seguramente las más miserables del rebaño».
Mateo, sin duda alguna, al redactar la entrada de Jesús en Jerusalén pensaba en todos estos significados para darnos el sentido profundo de lo que estaba aconteciendo. Jesús entra como un rey que viene a dar su vida por su pueblo, como un pastor que viene a entregarse por sus ovejas, con el corazón de pobre, en la sencillez, sin ninguna pretensión ni apariencia, simplemente con un corazón manso y humillado lleno de amor por la humanidad.
« Cristo se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz… » (Flp 2,8-9)
Más tarde en el evangelio de Mateo leemos la Pasión de Cristo. Jesús se llena de una tristeza mortal, sufre la traición de uno de sus amigos y el abandono de sus discípulos. Recibe escupitajos, insultos y golpes, fue acusado de blasfemia, fue contado entre los malhechores. Jesús sufre humillaciones, la desnudez, la agonía de la cruz y el sentimiento de abandono. Su último grito fue el grito de los pobres, de los que se sienten solos y abandonados, el grito de los justos que sufren injustamente, de los inocentes maltratados, el grito desgarrador de una humanidad que siente la ausencia de Dios: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Jesús se hace solidario con los que sufren, con los más pobres y miserables, para que nadie se sienta solo jamás.
En estos tiempos tan particulares que nos ha tocado vivir, Jesús nos llama a seguir su ejemplo: ser mansos y humildes de corazón. Nosotros llevamos el nombre de cristianos precisamente porque creemos en Él y porque queremos vivir como Él nos ha enseñado.
En esta Semana Santa que inicia este domingo viviremos muy particularmente los misterios de nuestra salvación. Este año no habrá grandes procesiones con ramos, ni cantos, no veremos nuestros templos llenos. En esta Semana Santa experimentaremos la presencia sencilla pero eficaz de Dios en medio de nosotros. En la sencillez contemplaremos únicamente la soledad del Crucificado y la oscuridad de la tumba sellada, ahí donde la Vida descansa. En estos días santos podremos acariciar la presencia de Dios en nuestra fragilidad, en nuestra soledad, en nuestra vulnerabilidad.
No tengamos miedo de seguir a Aquel que va cargando nuestra existencia, que no nos gane el desánimo, y que en nosotros brille un espíritu manso y