Rubén Aguilar/ Analista político
El pasado 10 de noviembre, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) dio a conocer el documento Mensaje al pueblo de Dios, donde expresa su preocupación “ante la realidad que estamos viviendo y, a la vez, nuestro deseo de seguir colaborando en la construcción de un país más justo, fraterno, unido y en paz”.
Los obispos hacen un análisis de la situación que vive el país y afirman: “los tiempos actuales son complejos y desafiantes. Nos preocupa, entre otras cosas, la pobreza creciente y el deterioro del medio amiente; la inseguridad y la violencia; el narcotráfico y la drogadicción; las extorsiones y los secuestros; los feminicidios y los miles de desaparecidos”.
Y también “los desplazamientos forzados de tantos migrantes, quienes buscando una vida mejor, atraviesan el territorio nacional convertidos, tristemente, en mercancía humana; las amenazas a la democracia, la libertad religiosa y de expresión; la polarización ante las diversas propuestas políticas, alimentada, muchas veces, por quienes deben promover la unidad para el bien del país”.
Los obispos tienen una visión del México actual radicalmente distinta a la que en sus comparecencias mañaneras y en sus frecuentes informes sostiene el presidente López Obrador. No hay ningún punto de coincidencia y las diferencias sobre el análisis de lo que ocurre en la realidad de todos los días tiende a hacerse más profundo.
En el documento se afirma que “los obispos de México percibimos que la inmensa mayoría de los mexicanos sueña y está dispuesta a construir una sociedad en la que todos podamos sentarnos en armonía en la mesa común, donde nadie tenga que comer “las migajas que caen de mesa” (Mt. 15,27) sino que como hermanos nos demos la mano para encontrar caminos nuevos en las relaciones sociales, políticas y económicas, que nos lleven a construir una patria mejor para todos”.
Y añaden que “signo de esperanza es la realización de conservatorios y foros con miras a un diálogo nacional para acuerdos por la paz que involucre a diversos actores de la sociedad civil, y a los que deseamos sumarnos”, trabajo que los obispos de manera discreta y con nulo perfil mediático han estado impulsando en sus diócesis desde el asesinato de los padres jesuitas Joaquín Mora y Javier Campos en junio pasado.
Los obispos plantean que ante la realidad que vive el país “Jesús nos dice: “no pierdan la paz ni se acobarden” (Jn. 14,27), palabras que nos llenan de esperanza y nos llevan a ser sensibles frente a la situación actual ya no quedaros cruzados de brazos ante los problemas que afectan a todos”. Con esta afirmación hacen una invitación a creyentes y no creyentes, para que se involucren en la solución de los muy graves problemas que tiene México.
De manera puntual señalan que el Papa Francisco “nos propone que no trabajemos de manera aislada, sino que hagamos un trabajo de respuesta conjunta: “comenzando por las familias; involucrando a las comunidades, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad, sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas (…)”. (Mensaje del Papa a los obispos de México, 13 de febrero de 2016).
En las últimas semanas los obispos reunidos en la CEM han decidido tomar una posición más activa frente a la situación que vive el país y han dado a conocer su análisis de los problemas que nos aquejan e invitado al diálogo, a la unidad y al trabajo común, para hacerles frente. Bienvenida esta posición de los obispos, el país necesita de su voz y de su acción. Ante la gravedad de la situación que ahora vivimos nadie puede ser indiferente.