Enrique nos comparte su testimonio y pide a los padres cuidar a sus hijos adolescentes de la esclavitud del alcohol…son ellos los más propensos a esa adicción.
Noches tras las rejas, accidentes automovilísticos, perdida de un riñón, infidelidades y golpes a su familia fue lo que Enrique hizo bajo la influencia del alcohol, el cual lo dominó durante varios años, y aunque siempre quiso dejarlo, lo consiguió hasta que se abandonó realmente a los brazos de Dios.
“Dios se compadeció de mí y me sacó de esa vida que llevaba… me llevó a Alcohólicos Anónimos… a cambio de mi botella ahí me han regalado un vida en paz, de tranquilidad, y encontré a Dios”, dijo el hombre, quien lleva 25 años sobrio.
Su Inicio
Enrique es una más de las estadísticas que hoy se registran en las encuestas sobre alcohlismo y adicciones, ya que comenzó a beber en la adolescencia.
Compartió que desde niño fue muy introvertido e inseguro, le costaba desenvolverse y eso le provocó angustias y complejos.
Recordó que su primer contacto con el alcohol fue en una reunión familiar cuando pasó de una copa, a dos, tres y así hasta que perdió control. Pero a la vez recuerda que en esa ocasión se sintió feliz, relajado y con la sensación de que podía dominar el mundo.
“Había encontrado una forma de vivir, desde ese momento me enamoré del alcohol… gracias al alcohol podía ser la persona que siempre quise ser”, reflexionó.
No le importaba padecer vómitos, dolores de cabeza y otros males, con tal de “sentirse feliz”.
Tampoco le hizo mella la serie de conflictos que comenzó a vivir, los que convirtieron su vida en un “infierno”.
Recordó la ocasión en que, estando en un bar, un amigo le pidió “esquina” en un pleito que finalmente derivó en una pelea campal que finalmente lo llevó a la cárcel.
“En ese momento sentí mucho miedo de lo que me fueran a hacer…pero cuando salí, lo ví como una aventura, como una experiencia, siempre aparentando lo que no era o no sentía”, dijo.
No Escarmentó
Cuando tenía 16 años de edad, fue a un día de campo con unos amigos y como era de esperarse, se alcoholizaron y al regreso sufrieron un aparatoso accidente.
“El auto derrapó y dio volteretas por 200 metros… se me desvió la ultima vértebra, del coxis, y tuvieron que operarme, pero aún así, no escarmenté”.
Contrario a lo que su familia esperaba, Enrique fue cayendo cada vez en en situaciones más fuertes.
“Me hacia el propósito de dejar de beber, pero pronto se me diluía, tenía una obsesión por sentirme bien, vivir la vida”, dijo.
“Quería ser una persona segura, inteligente y buena para los negocios, hacer dinero… el alcohol me hizo creer que podía hacer todo eso”, agregó.
Suceso Trágico
Sin rehabilitarse, Enrique fue a estudiar a Guadalajara donde siguió tomando y vivió otro nuevo suceso trágico.
Fue con un grupo de amigos a la playa y de pronto comenzó a pelear con uno de los compañeros de viaje, que aunque lo noqueó, no lo hizo hacerse para atrás.
Tomó unos tragos de alcohol y fue a reclamar al compañero con golpes, pero de pronto escuchó un disparo.
Su compañero le había disparado y destruido uno de sus riñones.
“Tenía sondas por todos lados y no me podía mover, me decían que si no reaccionaba en 72
horas ya no la iba a hacer, pero mi otro riñón reaccionó y me recuperé”, compartió no sin un dejo de sonrojo, pues recuerda que en ese momento su preocupación era si con un riñón podría volver a tomar.
Juramento
Una vez recuperado, Enrtique volvió al alcoholismo y a enredarse en más y más problemas.
Embarazó a una muchacha y comenzó a golpearla. Consiguió trabajo en la Ciudad de México y allá comenzó otra relación que duró sólo cuatro años.
“También la golpee y mi enfermedad fue progresando”, dijo con tristeza quien en cierto momento hizo juramento en la Basílica, basado en el cuarto mandamiento.
Dejó de tomar durante tres meses en los que vivió una fuerte desesperación, y aunque pidió consejo de un sacerdote, retomó la bebida.
Más adelante formó una familia con quien hoy es su esposa, aunque no ajeno a los conflictos ocasionados por su adicción al alcohol, al que ahora se habían agregado algunas drogas.
“Para alcohol y droga si tenía, pero para mis hijos, nada. Creo que empecé a vivir la recta final de mi enfermedad, me fui degradando, fu infiel, golpeaba a mi esposa e hijos”, comentó.
La gota en el Vaso
En una de las golpizas a su esposa, Enrique la lastimó demasiado.
“Estaba ensangrentada y me dio miedo, creo que eso me detuvo, y cuando le prometí que ya no tomaría, me dí cuenta de que ya había hecho muchas promesas y no podía controlarme”.
Fue entonces cuando su esposa, con la amenaza de dejar el hogar, pero también con la promesa de acompañarlo, le pidió que acudiera a Alcoholicos Anónimos.
“Es curioso, pero creo que en Alcohólicos Anónimos encontré a Dios y pude cambiar. Ahí, a cambio de mi botella me han regalado un vida de paz y tranquilidad”, puntualizó el hombre que hoy advierte a jóvenes y padres de familias cuidar mucho el consumo de alcohol, porque de pronto puede convertirse en su esclavitud.