Continuamos con la catequesis del Papa Francisco sobre san José, padre adoptivo de Jesús
SS Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los evangelistas Mateo y Marcos definen a José como “carpintero” u “obrero de la madera”. Hemos escuchado hace poco que la gente de Nazaret, escuchando a Jesús hablar, se preguntaba: «¿No es éste el hijo del carpintero?» (13,55; cfr Mc 6,3). Jesús practicó el oficio de su padre.
Jesús adolescente aprendió del padre este oficio. Por eso, cuando de adulto empezó a predicar, sus paisanos asombrados se preguntaban: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?» (Mt 13,54), y se escandalizaban a causa de él (cfr v. 57). Porque era el hijo del carpintero, pero hablaba como un doctor de la ley y se escandalizaban de esto.
José y el trabajo
Este dato biográfico de José y de Jesús me hace pensar en todos los trabajadores del mundo, de forma particular en aquellos que hacen trabajos duros en las minas y en ciertas fábricas; en aquellos que son explotados con el trabajo en negro; en las víctimas del trabajo -hemos visto que en Italia ha habido bastantes-; en los niños que son obligados a trabajar y en aquellos que hurgan en los vertederos en busca de algo útil para intercambiar…
Me permito repetir esto que he dicho: los trabajadores escondidos; los trabadores que hacen trabajos duros en las minas y en ciertas fábricas, pensemos en ellos; quienes son explotados con el trabajo en negro, les dan el sueldo de contrabando, a escondidas, sin la jubilación, sin nada, y si no trabajas, tú no tienes ninguna seguridad, trabajo en negro, y hoy existe el trabajo en negro, y mucho. Todos ellos son hermanos y hermanas nuestros que se ganan la vida así, no les dan la dignidad, pensemos en ellos, y esto sucede en el mundo, esto sucede.
Pero pienso también en quien está sin trabajo, ¡cuánta gente va a tocar las puertas de las fábricas, de las empresas! “¿hay algo que pueda hacer? No, no hay…”. La falta de trabajo; y pienso en los que se sienten justamente heridos en su dignidad porque no encuentran un trabajo.
Lo que te da dignidad no es llevar el pan a la casa, tú puedes recibirlo en la Cáritas. No. Lo que te da dignidad es ganar el pan, y si nosotros no damos a nuestra gente, a los hombres y mujeres la capacidad de ganarse el pan, esta es una injusticia social, en aquel lugar, en aquel país, en aquel continente. Los gobernantes deben dar a todos la posibilidad de ganar el pan, porque esa ganancia les da dignidad. Es una ‘unción de dignidad’ el trabajo. Esto es importante.
En estos tiempos de pandemia muchas personas han perdido el trabajo, sabemos, y algunos, aplastados por un peso insoportable, han llegado al punto de quitarse la vida. Quisiera hoy recordar a cada uno de ellos y a sus familias.
No se tiene lo suficientemente en cuenta el hecho de que el trabajo es un componente esencial en la vida humana, y también en el camino de santificación. Trabajar no solo sirve para conseguir el sustento adecuado: es también un lugar en el que nos experimentamos a nosotros mismos, nos sentimos útiles, y aprendemos la gran lección de la concreción, que ayuda a que la vida espiritual no se convierta en espiritualismo.
Pero lamentablemente el trabajo es a menudo rehén de la injusticia social y, más que ser un medio de humanización, se convierte en una periferia existencial. Muchas veces me pregunto: ¿con qué espíritu hacemos nuestro trabajo cotidiano? ¿Cómo afrontamos el cansancio? ¿Vemos nuestra actividad unida solo a nuestro destino o también al destino de los otros? De hecho, el trabajo es una forma de expresar nuestra personalidad, que es por su naturaleza relacional.
Y también el trabajo es una forma de expresar nuestra creatividad. Cada uno hace el trabajo a su modo, con su estilo, el mismo trabajo, pero con un estilo diferente. Es bonito pensar que Jesús mismo trabajó y que aprendió este arte propio de San José.
Hoy debemos preguntarnos qué podemos hacer para recuperar el valor del trabajo; y qué contribución, como Iglesia, podemos dar para que este sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser vivido como derecho y deber fundamental de la persona, que expresa e incrementa su dignidad.