Hágase todo decorosamente y con orden. (1 Cor 14, 40)

Chiti Hoyos/ Autora
Mientras estudiaba la teología del hogar, sus luces y sus sombras, comprendí que el Espíritu Santo inspira a todas las familias las cosas que se necesitan para construir un auténtico hogar católico, y que depende de nosotros y nuestra docilidad a sus inspiraciones seguirlo o no.
Para mí fue una grata sorpresa descubrir que, durante muchos años, habíamos estado con la oreja puesta y llevábamos mucho de ese camino andado. Al mismo tiempo, fui consciente de que cogíamos las inspiraciones un poco al vuelo, hacíamos un poco aquí y un poco allá, pero yo no era capaz de integrarlo todo en una visión general. Era como estar dando pinceladas de distintos colores sin seguir un patrón… Y el Espíritu Santo siempre crea un patrón. Hay armonía en todo lo que hace. Es como la historia que suele contarse sobre el tapiz. Nosotros solo vemos los nudos de los hilos por la parte de atrás del bordado y parece un galimatías, pero el que observa desde el otro lado puede ver cómo se va formando la imagen.
Yo ya tenía una visión de lo que quería para mi hogar y también de las dificultades a las que me enfrentaba, pero necesitaba que el Señor me diera un plan de acción. Si lees la mayoría de los libros y blogs para crear armonía en tu hogar, verás que están llenos de técnicas de limpieza, horarios, plannings y hojas de Excel para que te organices con todo. No digo que no sea útil, pero ninguna técnica ni planificación vale por sí misma si no se la dota de un sentido (un para qué) y un rumbo (un hacia dónde).

Para qué y hacia dónde
Si tu meta es tener una casa bonita y cuidada, cuando lo consigas habrás obtenido lo que buscabas… ¿y luego qué? Por eso es mejor tener un rumbo, una dirección, para dar con confianza cada paso, y sin precipitación. No se trata de adelantar a nadie por la derecha sino de no salirse del camino porque, aunque hayamos oído hablar de la meta de la teología del hogar, no deja de ser un misterio que no sabemos cuándo alcanzaremos y viviremos en plenitud.
En su Primera Carta a Timoteo, san Pablo le dice que escoja para la Iglesia naciente personas que gobiernen bien su propia casa. La palabra ‘gobernar’ no hay que entenderla como que somos la cabeza de la república independiente de nuestra casa; el hogar es una Iglesia doméstica y la Iglesia es la barca que conduce el Señor. Gobernar, en este sentido es dotar a la nave de un timón para que al manejarlo siguiendo las inspiraciones divinas, siga el rumbo deseado.
Dios es un Dios de orden. Se nota en su asombrosa atención al detalle. No se le escapa nada. Cada cosa tiene su lugar y su función adecuada. Y ese orden no lo establece únicamente por el placer visual que transmite la armonía; el gobierno de Dios sobre el Cosmos tiene un sentido. Su para qué es esencialmente el cuidado de los hombres, a quienes ama con locura, y su hacia dónde es la plenitud a la que quiere llevarlos.
Los ríos, las estrellas y los planetas siguen el curso que Dios ha dispuesto para crear un hogar para nosotros. Lo mismo el ritmo de las estaciones y el ciclo vital de los seres vivos. Pues bien, nosotros estamos llamados a gobernar nuestros hogares como Dios gobierna la Creación. Podemos ordenar todo lo que tiene que ver con el hogar con el mismo rumbo y sentido: el florecimiento de las personas que lo habitan. Eso une el orden con el amor en nuestro pequeño microcosmos. Pero no nos quedemos solo en las metas. No se trata de ordenar cables, papeles y que cada cosa tenga su sitio -eso hay que hacerlo mientras caminamos-, Las personas son más importantes que las cosas, los horarios y los logros. Lo que hay que ordenar y unificar es toda nuestra vida para dirigirla hacia donde nos diga el Señor.

Regla de vida
Tenemos que hacer un examen de nuestra vocación y los deberes que conlleva para elaborar un programa que nos ayude a cumplir con ellos de manera coherente y ordenada. Este programa ha sido llamado tradicionalmente por las comunidades religiosas regla de vida.
La Providencia quiso que, cuando buscaba un plan de acción para ordenar mi hogar sin morir en el intento, me topara con un libro de una escritora llamada Holly Pierlot en el que leí esto: “Puedo seguir un horario para hacer las cosas o para complacerme a mí misma. Pero seguir una regla es vivir la vida como respuesta a la llamada de Dios, con la intención de decir sí a todo lo que Dios me pide, como la Santísima Madre cuando dijo «He aquí la esclava del Señor». En mi regla es Dios mismo quien pregunta: «¿Vas a lavar la ropa?». Y mi sí a Él hace que todo lo que hago sea santo y sobrenatural, sin importar lo mundano que parezca en la superficie». Esa es la diferencia entre un horario y una regla de vida; el primero nos hace eficientes, la segunda santos.
La regla de vida responde a nuestra necesidad de encontrar la manera de hacer de Dios el centro de nuestra vida mientras servimos a los nuestros sin olvidarnos de nuestras propias necesidades. Nos permite cumplir con el resumen de los mandamientos: «Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo». Decía san Vicente de Paúl que «todas las reglas deben conducir a la caridad». Por tanto, el timón de nuestro hogar debe ser únicamente el amor.
El libro de Holly Pierlot («Regla de vida de una madre. Cómo traer orden a tu casa y paz a tu alma») me ayudó mucho, aunque cae en lo mismo que los demás libros para organizar el hogar: ¡tablas y tablas de tareas! En mi opinión, eso puede ser útil después de mucho tiempo de discernimiento sobre lo que te pide el Señor. Sin este discernimiento previo, puede resultar abrumador.
Don y oblación
Nunca me han gustado los horarios ni las listas de tareas. Mi lado sanguíneo se rebela continuamente y mi mente me martillea con la frase: ‘¡No entristezcáis al Espíritu!’
Durante mucho tiempo me he frustrado con estas cosas porque mi vida, como dice una gran amiga nuestra “no es para nada rutinaria”. Cuando ya creía que tenía un horario que funcionaba, venía otro bebé a hacer sus propias sugerencias. Por otra parte, que no sea capaz de cumplir un horario estricto me ha venido muy bien para crecer en humildad. No puedo controlarlo todo. El timón lo lleva Dios, no yo. Si planificara mi vida en cronos y no en kairós, metiéndola en pequeños cuadraditos y gráficos, seguiría mis propias reglas y no la Suya. No necesitaría volverme al Señor para pedir su gracia. Por eso, cuando no sale lo que teníamos planeado para el sábado por la noche, simplemente le miramos a Él y preguntamos: “¿Hacia dónde, Señor?”, y cambiamos el plan.
Gracias a mi amigo Jesús, sacerdote, tuve acceso a una entrevista que le hicieron a Erik Varden, un obispo trapense noruego que expresa magníficamente el fin que busca una buena regla, hablando de los primeros monjes: «Ellos veían la regla como un don divino por el que se elevarían por encima de sí mismos para comenzar a alcanzar la estatura de Cristo y ofrecer a Dios una oblación agradable. Estaban animados por el ardiente deseo de llegar más alto, de dar cada vez más».
Ser fiel a una regla conlleva la promesa de elevarnos y transfigurarnos. ¿Ves la paradoja? No se puede volar libremente a las alturas sin atarse a algo bien establecido. El obispo Varden habla de la necesidad de un eje teocéntrico que sea verticalmente exigente. La regla debe centrarse en Dios, que es el que fija sus términos: procede de Él y retorna a Él. Por su procedencia es un don, por su retorno una oblación: todo lo sujeto a una regla, una vez transfigurado, puede ofrecerse. Tiene un sentido profundo muy eucarístico.
¿Cómo se crea la regla de vida para el hogar?
A lo largo de mi vida he entendido que no se puede planear de forma rígida, pero tampoco se puede vivir sin ningún plan. A veces Jesús se duerme en la barca, y da igual lo que gritemos, que no se despierta para coger el timón. Pero para eso nos ha dado una vocación que nos ayuda a disponer las boyas para anclar el barco y evitar que vayamos a la deriva cuando no tenemos referencias claras.
Las reglas de vida monásticas se basan en las prioridades que definen la propia vocación y están hechas con el fin de agradar a Dios en aquello que nos pide. Para la Madre Teresa de Calcuta existían dos prioridades para las Misioneras de la Caridad: la oración y la atención a los más pobres entre los pobres. Por eso en su horario, fiel a estas dos prioridades las hermanas dedican la mayor parte de la mañana y la noche a la oración y la adoración, y entre tres y cinco horas a la entrega a los más pobres. El resto del tiempo -la parte más pequeña- es para el cuidado de sus centros, la limpieza, las comidas, el descanso, etc.
No se puede hacer un horario si no has discernido bien las prioridades con las que debes gobernar tu hogar. Si te pones a hacerlo sin discernir, lo más probable es que esté descompensado. Nuestras prioridades, horario diario y compromisos deben estar en el orden correcto.
«El propósito principal por el que se han reunido es vivir en armonía en su casa, atentos a Dios en unidad de mente y de corazón». Regla de san Benito
No hace mucho leí una historia sobre un hombre que estaba atravesando por una etapa de vacío interior y decidió pasar unos días de recogimiento en un monasterio. Al llegar le enseñaron su celda. En la puerta estaba puesto su nombre. Esa primera noche no podía dormir, así que fue a dar un paseo por el claustro, pero cuando quiso volver a su celda no recordaba donde estaba. Los pasillos estaban totalmente a oscuras y apenas veía por donde andaba. Aunque se acercaba a las puertas no podía leer los nombres de los letreros. No se atrevía a llamar a ninguna puerta para no despertar a los monjes y tuvo que esperar a la primera luz del alba para localizar su habitación.
Como el alba, la vocación es la primera luz del día para acertar con el rumbo y no perdernos. Cuando un hombre y una mujer deciden unir sus vidas para formar una familia tienen muchos proyectos, ilusiones y deseos. Muchos de ellos son santos deseos. El matrimonio no es su meta, sino el camino que emprenden para una obra mucho más grande. Esa obra tiene un germen el día de la boda, pero tiene que ir creciendo poco a poco. Si te fijas en el crecimiento de las plantas verás que primero crecen las raíces, luego el tallo, luego las ramas y hojas, después las flores y más tarde los frutos. No se puede saltar ningún paso y el siguiente siempre depende del crecimiento del anterior. Decía san Ireneo que “donde hay orden, allí hay armonía, donde hay armonía, todo sucede a su debido tiempo, y donde todo sucede a su debido tiempo, allí hay provecho”.
Una guía de prioridades
Dios quiere construir un hogar sobre roca para nosotros. La vocación va marcando los puntos sobre los que va creciendo y desarrollándose el designio de Dios para nuestro hogar.
Ordenar nuestra vida en torno a esos puntos es como poner una guía a una planta para que crezca firme y derecha hacia arriba.
Antes he mencionado el libro de Holly Pierlot por lo útil que me resultó en algunas cuestiones. Una de ellas es la gran inspiración de sus cinco «Ps»: piedad, persona, pareja, paternidad y proyectos, sus cinco prioridades de actuación. Cuatro son prioridades propias de la vocación; la última, más que una prioridad, son los medios que ponemos para ayudar a atender las otras cuatro. Conociendo esas prioridades es más fácil organizar tu rumbo. Me gusta la clasificación de las cinco Ps, pero también me gusta la clasificación de san Agustín de los fines del matrimonio: bonum prolis, bonum fidei et bonum sacramentum (El bien de los hijos, el bien de la fidelidad, el bien del sacramento). Yo me he atrevido a hacer mi propia clasificación uniendo las de ambos para explicar qué es lo que hemos de buscar en cada parcela familiar. No es tanto un horario o una lista de tareas (como lo es el enfoque de Holly Pierlot), sino cubrir unas necesidades inmanentes a ellas (como hacen los fines de san Agustín), sujetándolas a una regla en la que el timón es la caridad. Hay que tener claro que el amor siempre va a buscar el mayor bien para nuestra vida de fe, para la persona, para el matrimonio y para la prole. Los medios para poder atender a esos cuatro bienes los he agrupado en su fuente real: la Providencia.
Donde está tu tesoro (tiempo)
Primero hay que detectar las necesidades y luego priorizar conforme a ellas. Me explico. Aunque las prioridades deben ser las mismas para todos, no hay dos reglas iguales para el hogar porque las necesidades de cada familia son distintas. Insisto en que no se trata de hacer un horario rígido. Hay tareas que haces constantemente y lo más probable es que no puedas cambiar el horario en que las haces, como la hora a la que tienes que recoger a tus hijos del colegio. Hay horarios de sueño, trabajo, comidas y otras rutinas que hay que tener en cuenta, pero también hay que encontrar el tiempo adecuado para cuidar cada área.
Una buena forma de adaptar las necesidades de la regla a tu vida diaria es empezar anotando cómo pasáis el tiempo tu familia y tú. No hace falta entrar en muchos detalles. Al evaluar vuestro tiempo os podéis hacer una idea de en qué momentos estáis más libres y en cuáles no, y ver si hay cosas de las que os podéis liberar para centraros en lo que verdaderamente necesitáis. A mí me ayuda tomar esta frase de san Mateo: “Porque donde está tu tesoro, ahí está tu corazón” cambiando la palabra tesoro por la palabra ‘tiempo’. Me da mucha luz.
Una vez que tengáis claro el margen de maniobra podéis empezar a reconducir vuestro hogar, sin soltar nunca el timón de la caridad y siguiendo el impulso del soplo del Espíritu.


































































