Catequesis número 13 del papa “La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente”.
Queridos hermanos y hermanas
Prosiguiendo nuestro itinerario de la Catequesis con algunos modelos ejemplares de celo apostólico… recordemos que estamos hablando de evangelización, de celo apostólico, de llevar el nombre de Jesús, y hay muchas mujeres y hombres en la historia que lo han hecho de manera ejemplar. Hoy, por ejemplo, elegimos a san Francisco Javier, que es considerado, dicen algunos, como el más grande misionero de los tiempos modernos.
San Francisco Javier nace de una familia noble pero empobrecida de Navarra, en el norte de España, en 1506. Va a estudiar a París ―es un joven de mundo, inteligente, capaz―. Allí encuentra a Ignacio de Loyola que le da ejercicios espirituales y le cambia la vida. Y deja toda su carrera mundana para hacerse misionero. Se hace jesuita, toma sus votos. Luego se convierte en sacerdote, y va a evangelizar, enviado a Oriente. En aquella época los viajes de los misioneros a Oriente… era enviarlos a mundos desconocidos. Y él va, porque estaba lleno de celo apostólico.
Inicia así, en los tiempos modernos, el primero de un numeroso grupo de misioneros apasionados, preparados para soportar fatigas y peligros inmensos, a alcanzar tierras y encontrar pueblos con culturas y lenguas completamente desconocidas, impulsados sólo por el fortísimo deseo de dar a conocer a Jesucristo y su Evangelio.
En poco más de once años realizará una obra extraordinaria. Fue misionero durante once años más o menos. Los viajes en nave en aquella época eran durísimos, y peligrosos. Muchos morían en el viaje por naufragios o enfermedades. Hoy desgraciadamente mueren porque les dejamos morir en el Mediterráneo… Javier pasa en las naves más de tres años y medio, un tercio de la duración de su misión. En los barcos pasa más de tres años y medio, yendo a la India, y luego de la India a Japón.
Sigue a los confines
Al llegar a Goa, en la India, la capital del Oriente portugués, la capital cultural y también comercial, Javier pone su base, pero no se detiene allí. Va a evangelizar a los pobres pescadores de la costa meridional de la India, enseñando catecismo y oraciones a los niños, bautizando y cuidando a los enfermos. Después, durante una oración nocturna ante la tumba del apóstol san Bartolomé, siente que debe ir más allá de la India. Deja en buenas manos el trabajo que ya había iniciado y zarpa con valentía hacia las Molucas, las islas más lejanas del archipiélago indonesio. Para esta gente no había horizontes, iban más allá… ¡Qué valor tenían estos santos misioneros!
Un día, en India, se encuentra con un japonés, que le habla de su lejano país, donde ningún misionero europeo había ido antes. Y Francisco Javier tenía la inquietud del apóstol, ir más lejos, más allá, y decide partir lo antes posible, y llega después de un viaje lleno de aventuras en el junco de un chino. Los tres años en Japón son durísimos, por el clima, las oposiciones y el desconocimiento de la lengua, pero también aquí las semillas plantadas darán grandes frutos.
El gran soñador, Javier, en Japón entiende que el país decisivo para la misión en Asia era otro: China, que con su cultura, su historia, su grandeza, ejercía de hecho un predominio en toda esa parte del mundo. También hoy, China es un polo cultural, con una gran historia, una hermosa historia… Por eso vuelve a Goa y poco después se embarca de nuevo esperando poder entrar en China. Pero su plan fracasa: muere a las puertas de China, en una isla, la pequeña isla de Sancián, frente a las costas de China esperando en vano poder desembarcar en tierra firme cerca de Cantón. El 3 de diciembre de 1522, muere en completo abandono, sólo un chino junto a él a velarle. Así termina el viaje terreno de Francisco Javier. Había envejecido, ¿cuántos años tenía? ¿Ochenta ya? No… Tenía solamente cuarenta y seis años, había pasado su vida en la misión, con celo.
Su intensa actividad estuvo siempre unida a la oración, a la unión con Dios, mística y contemplativa. Nunca abandonó la oración, porque sabía que ahí reside la fuerza. Dondequiera que estaba, cuidaba mucho de los enfermos, los pobres y los niños.
El amor de Cristo fue la fuerza que lo llevó hasta los confines más lejanos, con continuas fatigas y peligros, superando fracasos, decepciones y desánimos, más aún, dándole consuelo y alegría para seguirlo y servirlo hasta el final.
Que san Francisco Javier que hizo esta gran cosa, en tal pobreza, y con tal valentía, nos dé un poco de este celo para vivir el Evangelio y anunciar el Evangelio.
A muchos jóvenes de hoy que tienen algo de inquietud y no saben qué hacer con esa inquietud, le digo: Miren a Francisco Javier, miren el horizonte del mundo, miren a los pueblos tan necesitados, miren a tanta gente que sufre, a tanta gente que necesita a Jesús. Y vayan, tengan coraje. También hoy hay jóvenes valientes. Que el Señor nos dé a todos la alegría de evangelizar, la alegría de llevar adelante este mensaje tan hermoso que nos hace felices a nosotros y a todos.