Pbro. Eduardo Hayen Cuarón/ Director de Presencia
Las crecientes crisis de ansiedad y depresión de muchos jóvenes se debe, en buena parte, a que el mundo en que vivimos proclama que nuestro origen es la nada y que nuestro destino es llegar a ninguna parte. Hace unos días el obispo Robert Barron señalaba cuáles son las ideas que han tomado la dirección de nuestra cultura: el ateísmo, el materialismo y creer que la vida puede resolverse sin Dios. El resultado es que muchos jóvenes viven con una mente atormentada y con crecientes tendencias suicidas.
¡Cristo ha resucitado! Este es el fundamento de todo el edificio del cristianismo. Nuestra fe se sostiene en el triunfo glorioso de Jesucristo sobre el reino de las tinieblas que persiguió al Redentor; reino tenebroso que hoy continúa asediando a la humanidad. El materialismo es una engañosa ideología que encierra al hombre en el mundo de la materia, dándole la ilusión de que la felicidad proviene de ella. Sin embargo los bienes materiales no pueden ocupar ese espacio vacío que hay en el alma humana, y que nada en el mundo puede llenar. «Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta descansar en ti», son palabras de san Agustín para el hombre de todos los tiempos.
La resurrección de Jesús nos regala libertad, nos ayuda a vivir una vida coherente, nos abre el cielo. Son anhelos que están en el corazón de los hombres. Libertad, coherencia y cielo. Todo eso nos lo trae la resurrección de Cristo.
El miedo aprisionaba a los apóstoles. Simón Pedro, quien se sentía muy seguro de sí mismo, dijo al Señor «Aunque todos te nieguen yo nunca te negaré». Y cuando llega aquella criada diciéndole que él era uno de los que andaba con Jesús, Pedro se sintió amenazado y le entró el miedo. No era libre. Los apóstoles tuvieron miedo a las autoridades y permanecieron encerrados. Es cierto que hay un miedo saludable que nos protege de los peligros, pero hay miedos que son paralizantes. Muchos jóvenes están paralizados por el miedo. No los prepararon para la batalla de la vida y hoy tienen miedo de enfrentar los retos que se les presentan. Hay que contemplar a Cristo resucitado para vencer el miedo.
San Oscar Arnulfo Romero estaba amenazado de muerte, pero él defendió la justicia porque creía en el Resucitado. La fe en la resurrección vence el miedo porque sabemos que detrás de los problemas, las enfermedades y la muerte existe la vida eterna.
La resurrección trae coherencia. Da consistencia a nuestras palabras, pase lo que pase. La hipocresía, tener dos caras, la doble vida decepcionan, sobre todo a los jóvenes. Caifás preguntó a Jesús: «¿Eres tú el Mesías?» Si Jesús hubiera dicho que no, sólo le hubieran propinado una golpiza y lo hubieran dejado libre. El Señor respondió a Pilato diciendo que era rey, y no lo negó. Se jugó la vida por la gloria del Padre, por ti y por mí. Fue siempre coherente.
No ser coherente destruye todos los tejidos. Saber que papá o mamá han roto su promesa matrimonial hiere a los hijos, quienes aprenden que el divorcio es la solución a las tensiones conyugales. Saber que un sacerdote ha fallado en sus promesas de ser fiel y llevar una vida íntegra, hiere a la Iglesia y afecta las vocaciones. Saber que los políticos hacen pactos con los grupos criminales, luego de haber prometido darnos seguridad, hace que no creamos en ellos. Cristo prometió que después de su muerte resucitaría, y que estaría con su Iglesia hasta el fin del mundo. El Resucitado es coherente.
La Resurrección nos abre el cielo. La vida de la persona que vive con el cielo cerrado gira en torno a una rueda: producir, consumir y entretenerse. En eso se le va la vida. El lema de estas personas es el que dice san Pablo: «Comamos y bebamos que mañana moriremos». Pero esa rueda llega a cobrarnos factura. Cuando la persona ya no produce y no consume, el mundo le dice que su vida es inútil, y le ofrece la eutanasia como salida. Quien sólo vive en la rueda de producir, consumir y entretenerse termina fácilmente tomando antidepresivos. Vivir una vida de resucitados es vivir sabiendo que fuimos creados no sólo para producir, consumir y entretenernos, sino que fuimos creados para Dios: «Han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo».
Nada teme más un gobierno que ciudadanos libres, coherentes y que miren el cielo como su última meta. Un criterio para votar en las elecciones de junio es preguntarnos si México será más libre de miedo, de violencia y de muerte con tal o cual candidato. Preguntémonos si hay coherencia entre la vida de los candidatos y sus propuestas; sobre todo entre esas propuestas y los valores de nuestra fe católica. Cuestionémonos si, votando por tal o cual persona, tendremos más libertad para ejercer nuestra religión, o si encontraremos más obstáculos. Y votemos con responsabilidad. ¡Feliz domingo de Resurrección!