Presentamos la tercera parte de la catequesis sobre el Año Jubilar de la misericordia convocado por el Papa Francisco, que comienza el 8 de diciembre. Esta parte se presentará en dos entregas…
Primera parte
La Misericordiae Vultus nos concretiza algunas acciones (hay otra más) que debemos realizar para fortificar la vida espiritual y ponerla en práctica:
- La peregrinación
- La Puerta Santa
- La indulgencia.
- La Caridad.
En este tema iremos desarrollando cada uno de los signos (acciones) para captar mejor su riqueza y para buscar ejercitarnos en ellos como una manera concreta de vivir el año jubilar, de profundizar en nuestra identidad cristiana y de crecer en comunión con nuestra Iglesia y con los hermanos.
Jesucristo, peregrino del padre que viene a visitarnos
Cada año jubilar es como una invitación a una fiesta nupcial. Acudamos todos, desde las diversas Iglesias y comunidades eclesiales extendidas por el mundo, a la fiesta que se prepara; llevemos con nosotros lo que ya nos une y la mirada puesta sólo en Cristo nos permita crecer en la unidad que es fruto del Espíritu”.
“…A lo largo de la historia la institución del Jubileo se ha enriquecido con signos que testimonian la fe y favorecen la devoción del pueblo cristiano. Entre ellos hay que recordar, sobre todo, “la peregrinación”, que recuerda la condición del hombre a quien gusta describir la propia existencia como un camino. Del nacimiento a la muerte, la condición de cada uno es la de “homo viator”.
Por su Parte, la Sagrada Escritura manifiesta en numerosas ocasiones el valor de ponerse en camino hacia los lugares sagrados…Sometiéndose voluntariamente a la Ley, también Jesús, con María y José, fue peregrinando a la ciudad santa de Jerusalén (Lc 2,41). La historia de la Iglesia es el diario viviente de una peregrinación que nunca acaba…”.
“La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es “Viator”, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. También para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo del hecho que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio. La peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión: atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros.
Somos peregrinos
El Señor Jesús indica las etapas de la peregrinación mediante la cual es posible alcanzar esta meta: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con la medida que midáis» (Lc 6,37-38). Dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano. Los hombres ciertamente con sus juicios se detienen en la superficie, mientras el Padre mira el interior” (MV 14).
Somos peregrinos. Esta realidad y convicción cristiana vamos a reflexionarla a la luz de nuestro hermano Jesús a quien podemos llamar “el peregrino del cielo que viene a nuestro encuentro” o “el peregrino del Padre”.
Somos enviados
Jesús viene a nuestro encuentro y se hace uno de nosotros: “La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros”. Y viene en la conciencia de ser enviado, viene en nombre de otro. “Ser enviado” es un título muy querido y repetido en San Juan: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (4,34; cf. 6,38; 7,16; 14,24). Jesús no viene en nombre personal, ni realiza la obra propia. El viene a mostrarnos lo que ha aprendido del Padre Dios (8,28; cf. 7,17).
En esta conciencia, Jesús vive y realiza su misión: Él es un enviado, El viene en nombre de otro, El sólo realiza lo que ha aprendido del Padre que lo ha enviado.
Es profundamente aleccionadora la actitud de Jesús delante de sus discípulos, delante de todo lo que vive: “…Padre, glorifícame tú junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese… porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado porque son tuyos; y todo lo mí es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado para que sean uno como nosotros…No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno…Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo…” (Jn 17,5ss).
Preguntas para reflexionar (todos las comparten en el grupo).
- ¿Qué te llamó la atención del tema?
- ¿Qué actitudes de misericordia faltan en la Iglesia para salir al encuentro de los demás a ejemplo de Jesús?
- ¿Cómo saldrás al encuentro de los demás a ejemplo de Jesús que es misericordia?
Jesucristo, puerta de acceso al padre y su vida.
“La peregrinación va acompañada del signo de la “puerta santa” …ella evoca el paso que cada cristiano está llamado a dar del pecado a la gracia. Jesús dijo: “Yo soy la puerta” (Jn 10,7), para indicar que nadie puede tener acceso al Padre si no a través suyo.
Ciertamente Jesús es puerta que nos da acceso al encuentro con la trascendencia de Dios y de nuestra propia vida, pero que en términos más concretos nos permite “entrar” en una concepción más profunda de nuestra vida y de nuestra misión: por eso con “sentimientos de agradecimiento por cuanto la Iglesia ha recibido y de responsabilidad por la tarea que nos espera, atravesaremos la Puerta Santa, en la plena confianza de sabernos acompañados por la fuerza del Señor Resucitado que continua sosteniendo nuestra peregrinación. El Espíritu Santo que conduce los pasos de los creyentes para que cooperen en la obra de salvación realizada por Cristo, sea guía y apoyo del Pueblo de Dios para ayudarlo a contemplar el rostro de la misericordia” (MV 4).
Por eso atravesar la Puerta Santa exige:
* Entrar en la conciencia de ser hijos de un Padre creador. Creaturas, “hechura de sus manos”.
* Entrar en la conciencia de ser hermanos, parte de una familia común y llamados a ser constructores de esta familia, tan dividida y contrastada en nuestro mundo.
* Entrar en la conciencia de ser discípulos, llamados a colaborar con Él en la construcción de un mundo más acorde con sus proyectos, con su visión original en la creación.
* Entrar en una visión diferente de nuestra vida, de nuestros procesos, aún de nuestras dificultades y adversidades propias de la vida…como camino de redención, como camino de cruz que glorifica al Padre, como camino de solidaridad humana;
* Entrar en una visión diferente del otro, particularmente del más pobre, del marginado, del último…ser solidarios con nuestros hermanos, como Él lo ha sido de cada uno de nosotros (Heb 2)
* Entrar en una visión diferente de Dios como Padre, como Madre…con entrañas de misericordia y compasión…como un Dios siempre viniendo al encuentro nuestro y que nos invita a ser compasivos y misericordiosos como Él…
Pero una puerta también nos conduce a salir. Jesús “Puerta” nos invita y en ocasiones nos exige “salir”.
* Salir de nuestro egoísmo y nuestro pecado.
* Salir de nuestro individualismo y autosuficiencia.
* Salir de nuestra mediocridad y conformismo.
* Salir de nuestra “religión” cómoda centrada más en nosotros mismos.
* Salir de nuestra cerrazón ante el otro, ante el clamor del más necesitado.
Preguntas para reflexionar (todos las comparten en el grupo).
- Al entrar por la Puerta Santa ¿Qué te exige la fe para que vivas como cristiano el año de la misericordia?
- Al salir de la Puerta Santa ¿Qué tienes que dejar salir para tener un corazón misericordioso como el Padre?
Salmo (102) de la misericordia
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; el rescata tu vida de la fosa, y te colma de gracia y de ternura; el sacia de bienes tus anhelos, y como un águila se renueva tu juventud.
El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos; enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre duran lo que la hierba, florecen como flor del campo, que el viento la roza, y ya no existe, su terreno no volverá a verla.
Pero la misericordia del Señor dura siempre, su justicia pasa de hijos a nietos: para los que guardan la alianza y recitan y cumplen sus mandatos.
El Señor puso en el cielo su trono, su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos, poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su palabra.
Bendecid al Señor, ejércitos suyos, servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras, en todo lugar de su imperio.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
Oración conclusiva:
Bendito seas tú; Señor, Padre santo, que has enviado a tu Hijo al mundo para acoger en la unidad, mediante la efusión de su Sangre, a los hombres heridos y dispersos por el pecado. Tú lo has constituido pastor y puerta del rebaño, para que quien entre sea salvo, y quien entra y sale encuentre la vida. Concede a tus fieles que crucen el umbral de la puerta, ser acogidos en tu presencia y experimentar, Padre, tu misericordia. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Se reza Padre nuestro y la oración de la Salve.