“Cuando nos asaltan sentimientos depresivos o de desesperación, por lo general se debe a que nos ocupamos demasiado del pasado y del futuro”. Es una frase de Santa Teresa de Lisieux – conocida también como Santa Teresita – proclamada doctora de la Iglesia en 1997 por el papa Juan Pablo II. Quizá mucho hemos oído hablar de la importancia de vivir el presente, el aquí y el ahora, pero en realidad casi nunca nos detenemos a reflexionar sobre el poco valor que le damos al momento actual, preocupándonos en cambio por lo superficial y olvidando que la muerte es parte de nuestro proyecto de vida.
Revivir un pasado lleno de sufrimientos donde fuimos víctimas de maltratos e injusticias, es retenernos nosotros mismos en el pozo de viejas heridas que nos impiden avanzar. De igual manera, pensar de modo obsesivo en cómo será nuestro futuro, preguntándonos constantemente si seremos exitosos, si libraremos las pruebas que vendrán o si caeremos enfermos o si veremos frustrados nuestros proyectos, esto, es alentar pensamientos destructivos imaginando los peores escenarios.
Por tanto, el único camino para escapar de la depresión es vivir el presente. Por más que alguien se preocupe por el pasado, por mucho que piense, nada podrá hacer para remediarlo o recuperarlo. Lo mismo sucede con quien se atormenta con la idea de su futuro, esa persona habita en un tiempo que ni siquiera ha nacido aún. Por el contrario, quien vive el “hoy”, se encuentra pleno al no estar dividido entre la duda de lo que fue y lo que habrá de venir. Ese habita en la certeza del presente, que es el único tiempo que existe y con el que es posible contar.
“Carpe diem, memento mori” es una máxima que se ha repetido a lo largo de la historia en diferentes monasterios.
“Aprovecha el día, recuerda que morirás”
Solo el que vive cada día, de cara a la fragilidad de su propia muerte, consigue darle el justo valor a las cosas. Solo con la perspectiva de la muerte mantenemos la debida proporción con nuestros afanes e intereses. Ello nos permite entender que al final de cuentas la vida es un don de Dios y que, al ser un regalo divino, nada está sujeto a nuestros propios méritos, ni nada material habremos de llevaremos. Recientemente el papa Francisco dio algunos consejos para ser feliz entre los que se encuentran: vivir y dejar vivir, darse a los demás, olvidarse de lo negativo, buscar la paz y jugar con los niños. Llama particularmente la atención este último punto, donde el papa refiere que “el consumismo nos llevó a esa ansiedad de perder la sana cultura del ocio, leer, disfrutar el arte… jugar con los chicos es clave, es una cultura sana”.
Y es que desde la actual concepción de que todo lo que se haga debe ser práctico, medible y con el propósito de ser “productivo”, es poco valorado el fruto del espíritu, el cual, en cambio, de modo frecuente se manifiesta por medio de actividades no utilitarias – “inútiles” – a través de las que es posible alcanzar la felicidad contemplativa de lo bello. Ir al parque en familia, a un museo, pintar, tocar un instrumento musical, escribir, dibujar son algunas actividades que pudieran parecer poco útiles, pero que en verdad son un utilísimo instrumento de oposición contra la barbarie del materialismo y que nos ayudan a encontrarnos con nuestro lado humano.
Así pues, el trabajo, los bienes, los quehaceres diarios tienen su justa medida. A este respecto es importante también recordar las palabras de su santidad Benedicto XVI, al referir en alguna de sus audiencias que “El camino de la belleza es una senda privilegiada y fascinante para acercarse al misterio de Dios. La belleza que escritores, poetas, músicos, artistas contemplan y traducen en su lenguaje, no es sino el reflejo del resplandor del Verbo Eterno hecho carne”. La vida se nos presenta de este modo en su totalidad y con toda su fuerza. Quien se concentra en el momento presente, quien consigue capturar la genuina belleza del instante, logra presentir, ya desde ahora, la felicidad eterna.