Pbro. Benjamín Cadena/Párroco de San Pedro y San Pablo
El terreno de los corazones y las conciencias es el campo íntimo del hombre, pero también y sobre todo de Dios, quien es “más íntimo a nosotros mismos que nuestra propia intimidad” (San Agustín). El tema del perdón es un tema delicado, urgente y necesario a toda persona y sobre todo a la Comunidad de fe. Mateo lo ha puesto en el conjunto del ‘Discurso eclesiástico’, como la ‘firma’ del Maestro.
Todos somos deudores
Hace mucho bien al espíritu humano tomar conciencia primeramente de la deuda que tiene con Dios. Sin éste presupuesto, sólo nos fijaremos en las ofensas recibidas pero no en las cometidas. A la vez, solamente quien se ha experimentado perdonado !y salvado! en Cristo, será capaz de perdonar a su hermano.
La Gracia recibida por Cristo
La enseñanza sobre el perdón será tan importante en la comunidad de discípulos, que Jesús da testimonio de ello en la Cruz: ahí nos revela a un Dios compasivo y miericordioso, que perdona con largueza -y no sin dolor- las faltas y pecados mas horrendos del ser humano. Sin esa gracia recibida, el hombre queda atrapado en el odio, en el rencor, en el deseo de venganza. Todo lo cual lo mantiene hundido en pantanos pestilentes propios del mal espíritu.
Duros de ofender
Ser demasiado sensibles o susceptibles, no ayuda a vivir la buena noticia del perdón de Cristo. Una persona ha madurado su fe, su Amor a Dios y al prójimo cuando se hace dueña de sus reacciones ante las ofensas recibidas y toma decisión de su hacer con ellas:
No responder con la misma moneda, como en la ley del talión sino perdonar ‘de corazón’ la ofensa recibida. La herida se ha abierto, como en Cristo, pero el Amor hace posible que el agresor se vea desarmado por la reacción de la víctima: ‘yo te perdono…’
Estamos en la escuela de los mártires y testigos del amor de Xto. ante los ultrajes recibidos. El perdón al ofensor es el rasgo característico de los discípulos que manifiestan el Amor del Padre, cuya perfección se manifiesta en su misericordia para con los pecadores; para con los que tienen el corazón podrido de maldad y ante los cuales solo la bondad divina podrá quebrar el corazón endurecido, sea por ofensas hechas o recibidas que les mantienen en un callejón sin salida.
El perdonado que no perdona; un contrasentido
En la parábola del ‘siervo sin entrañas’ se percibe la actitud mezquina del hombre que suplica paciencia ante una deuda impagable. El Señor le manifiesta compasión, le perdona la deuda y lo deja libre. ¡Cuántas gracias y bendiciones hemos recibido de Dios ante nuestra incapacidad de pagar por tantas faltas!
Y “Él no nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados” (salmo 102). El ‘siervo sin entrañas’ no valora este gran gesto de Misericordia recibido sino que mete a la cárcel a su compañero por una deuda ínfima que le debe. Y el reproche del Señor viene acompañado por la sentencia:
«Encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía» (18,30).
Perdonar…de corazón
Es decir a la manera de Jesús, la única como los miembros de una familia, una comunidad, o una congregación, pueden mantener el Espíritu de Comunión. Perdones a medias, mal hechos o superficiales, no ayudan más que a la hipocresía, al distanciamiento y a secretos rencores que a su vez le impiden al corazón recibir el perdón del Padre. Esto ya es adelantar el infierno.
Un Padre Nuestro bien dicho cada día, nos mantendría el corazón lozano de gracia e impediría muchos males del alma que nacen porque se quiere ser perdonado sin perdonar. Y Dios no está dispuesto. En éste tiempo de Pandemia, pensemos: ¿A quién debo pedir perdón? ¿A quién debo perdonar?