Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas
Con esta catequesis concluimos el ciclo dedicado al tema del discernimiento, y lo hacemos completando el discurso sobre las ayudas que pueden y deben sostenerlo: sostener el proceso de discernimiento. Una de ellas es el acompañamiento espiritual, importante, en primer lugar, para el conocimiento de uno mismo, que hemos visto que es una condición indispensable para el discernimiento. Mirarse en el espejo, a solas, no siempre ayuda, porque uno puede fantasear la imagen. En cambio, mirarse al espejo con la ayuda de otro, eso ayuda mucho porque el otro te dice la verdad —cuando es veraz— y así te ayuda.
Es importante, en primer lugar, darnos a conocer, sin tener miedo a compartir los aspectos más frágiles, en los que nos descubrimos más sensibles, débiles o temerosos de ser juzgados. Darse a conocer, manifestarse a una persona que nos acompañe en el viaje de la vida. No que decida por nosotros, no: que nos acompañe. Porque la fragilidad es, en realidad, nuestra verdadera riqueza que debemos aprender a respetar y acoger, porque, cuando se la ofrecemos a Dios, nos hace capaces de ternura, de misericordia y de amor. Ay de las personas que no se sienten frágiles: son duras, dictatoriales. En cambio, las personas que reconocen con humildad sus propias fragilidades son más comprensivas con los demás. La fragilidad nos hace humanos…de hecho, Dios, para hacernos semejantes a Él, quiso compartir hasta el final nuestra propia fragilidad. Miremos el crucifijo: Dios que baja precisamente a la fragilidad. Miremos al pesebre donde llega con una fragilidad humana grande. Él compartió nuestra fragilidad.
Experiencia de salvación
Y el acompañamiento espiritual, si es dócil al Espíritu Santo, ayuda a desenmascarar malentendidos, incluso graves, en la consideración que tenemos de nosotros mismos y en nuestra relación con el Señor. El Evangelio presenta varios ejemplos de conversaciones clarificadoras y liberadoras hechas por Jesús. Pensemos, por ejemplo, en la de la Samaritana, que leemos, leemos, y siempre hay esa sabiduría y ternura de Jesús; pensemos en la que tuvo con Zaqueo, con la mujer pecadora, con Nicodemo y con los discípulos de Emaús: la manera de acercarse del Señor. Las personas que tienen un verdadero encuentro con Jesús no temen abrirle su corazón, presentarle su vulnerabilidad, su propia insuficiencia, su propia fragilidad. De este modo, su compartir se convierte en una experiencia de salvación, de perdón libremente recibido.
Contar ante otra persona lo que hemos vivido o lo que buscamos ayuda a aportar claridad en nuestro interior, sacando a la luz los muchos pensamientos que nos habitan y que a menudo nos perturban con sus insistentes estribillos. Cuántas veces, en momentos oscuros, tenemos pensamientos así: “Lo he hecho todo mal, no valgo nada, nadie me comprende, nunca tendré éxito, estoy destinado al fracaso”.
Pensamientos falsos y venenosos, que la confrontación con el otro ayuda a desenmascarar, para sentirnos amados y estimados por el Señor por lo que somos, capaces de hacer cosas buenas por Él. Descubrimos con sorpresa formas distintas de ver las cosas, signos de bondad que siempre han estado presentes en nosotros. Es verdad, podemos compartir nuestras fragilidades con el otro, con el que nos acompaña en la vida, en la vida espiritual, el maestro de vida espiritual, sea laico, sea sacerdote, y decir: “Mira lo que me pasa: soy un desgraciado, me pasan estas cosas”. Y quien nos acompaña responde: “Sí, todos pasamos estas cosas”. Esto nos ayuda a aclararlas bien y ver de dónde vienen las raíces y así superarlas.
El acompañante espiritual, al que llamamos director espiritual —no me gusta este término, prefiero acompañante espiritual, es mejor—, es el que te dice: “Muy bien, pero mira aquí, mira aquí”, te llama la atención sobre cosas que pueden estar pasando; te ayuda a comprender mejor los signos de los tiempos, la voz del Señor, la voz del tentador, la voz de las dificultades que no logras superar. Por eso es muy importante no caminar solos. En la vida espiritual es mejor estar acompañado por alguien que conozca nuestras cosas y nos ayude. Y eso es acompañamiento espiritual.
Este acompañamiento puede ser fructífero si, ambas partes, han experimentado la filiación y la fraternidad espiritual. Descubrimos que somos hijos de Dios cuando descubrimos que somos hermanos, hijos del mismo Padre. Por eso es indispensable formar parte de una comunidad en camino. Acompañamiento, pero como hijos de Dios y hermanos con nosotros.
La Virgen María es maestra de discernimiento: habla poco, escucha mucho y guarda en su corazón (cf. Lc 2,19). Las tres actitudes de la Virgen: hablar poco, escuchar mucho y guardar en el corazón. Y las pocas veces que habla, deja huella.
Queridos hermanos y hermanas, terminamos esta serie de catequesis sobre el discernimiento: el discernimiento es un arte, un arte que se puede aprender y que tiene sus propias reglas. Si se aprende bien, permite vivir la experiencia espiritual de manera cada vez más bella y ordenada. Ante todo, el discernimiento es un don de Dios, que hay que pedir siempre, sin presumir nunca de experto y autosuficiente. Señor, dame la gracia de discernir en los momentos de la vida, qué tengo que hacer, qué tengo que entender. Dame la gracia de discernir, y dame la persona que me ayude a discernir.
La voz del Señor siempre se reconoce, tiene un estilo único, es una voz que apacigua, anima y tranquiliza en las dificultades. Gracias.