Catequesis del Papa Francisco sobre la vejez
SS Francisco
Llegamos a la última catequesis dedicada a la vejez. Hoy nos adentramos en la conmovedora intimidad del discurso de despedida de Jesús a los suyos, ampliamente recogido en el Evangelio de Juan. El discurso de despedida comienza con palabras de consuelo y promesa: «No se turbe vuestro corazón» (14:1); «Cuando me haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo esté vosotros también estéis» (14:3). Hermosas palabras, estas, del Señor.
Un paso por la fragilidad del testimonio y las bendiciones de la fe
Poco antes, Jesús le había dicho a Pedro: «tú me seguirás después» (13:36), recordándole el paso por la fragilidad de su fe. El tiempo de vida que les queda a los discípulos será, inevitablemente, un paso por la fragilidad del testimonio y por los desafíos de la fraternidad. Pero también será un paso por las emocionantes bendiciones de la fe: «El que cree en mí hará también las obras que yo hago y hará obras mayores» (14:12). Piensa en lo que es una promesa. No sé si lo pensamos bien, si lo creemos bien. No sé, a veces pienso que no…
Vejez: tiempo propicio para el testimonio
La vejez es el momento propicio para el testimonio conmovedor y alegre de esta expectativa. El anciano y la anciana están esperando, esperando un encuentro. En la vejez, las obras de la fe, que nos acercan a nosotros y a los demás al reino de Dios, están ya más allá del poder de las energías, las palabras y los impulsos de la juventud y la madurez. Pero precisamente así hacen más transparente la promesa del verdadero destino de la vida. ¿Y cuál es el verdadero destino de la vida? Un lugar en la mesa con Dios, en el mundo de Dios. Sería interesante ver si existe alguna referencia específica en las iglesias locales destinada a reavivar este ministerio especial de la espera del Señor –es un ministerio, el de la espera del Señor–, fomentando los carismas individuales y las cualidades comunitarias de la persona mayor.
Le vejez disuelve la presunción
Una vejez que se consume en el desconsuelo de las oportunidades perdidas trae consigo el desconsuelo para uno mismo y para todos. En cambio, la vejez vivida con dulzura, vivida con respeto a la vida real disuelve definitivamente el malentendido de un poder que debe bastarse a sí mismo y a su propio éxito. Incluso disuelve el malentendido de una Iglesia que se adapta a la condición mundana, pensando así en gobernar definitivamente su perfección y realización. Cuando nos liberamos de esta presunción, el tiempo de envejecimiento que Dios nos concede es ya en sí mismo una de esas obras «mayores» de las que habla Jesús. De hecho, es una obra que a Jesús no le fue dada: ¡su muerte, resurrección y ascensión al cielo la hicieron posible para nosotros! Recordemos que «el tiempo es superior al espacio». Es la ley de la iniciación. Nuestra vida no está destinada a cerrarse sobre sí misma, en una imaginaria perfección terrenal: está destinada a ir más allá, a través del paso de la muerte, porque la muerte es un paso. En efecto, nuestro lugar estable, nuestro punto de llegada no está aquí, está junto al Señor, donde Él habita para siempre.
Aprendices de la vida: en la tierra comienza nuestro noviciado
Aquí, en la tierra, comienza el proceso de nuestro «noviciado»: somos aprendices de la vida, que –en medio de mil dificultades– aprendemos a apreciar el don de Dios, honrando la responsabilidad de compartirlo y hacerlo fructificar para todos. El tiempo de la vida en la tierra es la gracia de este pasaje. La pretensión de detener el tiempo –querer la juventud eterna, la riqueza ilimitada, el poder absoluto– no sólo es imposible, sino que es delirante.
Hacia una vida más plena
Nuestra existencia en la tierra es el momento de la iniciación a la vida: es la vida, pero la que te lleva a una vida más plena, la iniciación de una vida más plena; una vida que sólo encuentra su plenitud en Dios. Somos imperfectos desde el principio y seguimos siendo imperfectos hasta el final. En el cumplimiento de la promesa de Dios, la relación se invierte: el espacio de Dios, que Jesús nos prepara con todo cuidado, es superior al tiempo de nuestra vida mortal. Aquí: la vejez acerca la esperanza de esta realización. La vejez conoce definitivamente el sentido del tiempo y las limitaciones del lugar en el que vivimos nuestra iniciación. La vejez es sabia por esto: los viejos son sabios por esto. Por eso es creíble cuando nos invita a alegrarnos del paso del tiempo: no es una amenaza, es una promesa. La vejez es noble, no necesita maquillaje para mostrar su nobleza. Quizás el truco viene cuando falta la nobleza. La vejez es creíble cuando invita a alegrarse del paso del tiempo: pero el tiempo pasa y esto no es una amenaza, es una promesa. La vejez, que redescubre la profundidad de la mirada de la fe, no es conservadora por naturaleza, como se dice. El mundo de Dios es un espacio infinito, sobre el que el paso del tiempo ya no tiene ningún peso. Y fue precisamente en la Última Cena cuando Jesús se proyectó hacia esta meta, cuando dijo a sus discípulos: «Desde ahora, no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que lo vuelva a beber con vosotros en el reino de mi Padre» (Mateo 26,29). Fue más allá. En nuestra prédica, el Paraíso suele estar justamente lleno de dicha, de luz, de amor. Quizás le falte un poco de vida. Jesús, en las parábolas, hablaba del reino de Dios poniendo más vida. ¿No somos más capaces de esto, al hablar de la vida que sigue?
La vejez: fase adecuada de la vida pata difundir lo mejor está por llegar
Queridos hermanos y hermanas, la vejez, vivida en la espera del Señor, puede convertirse en la «apología» realizada de la fe, que da razón de nuestra esperanza para todos (cf. 1 Pe 3,15). Porque la vejez hace transparente la promesa de Jesús, que se proyecta hacia la Ciudad Santa de la que habla el libro del Apocalipsis (capítulos 21-22). La vejez es la fase de la vida más adecuada para difundir la alegre noticia de que la vida es una iniciación a una realización final. Los antiguos son una promesa, un testimonio de promesa. Y lo mejor está por llegar. Lo mejor está por venir: es como el mensaje del anciano y la anciana creyentes, lo mejor está por venir. ¡Que Dios nos conceda a todos una vejez capaz de esto!