Continuamos con la catequesis del Dicasterio para la Evangelización para caminar y aprender a orar junto al Papa Francisco, rumbo al Año Jubilar 2025… En la edición pasada reflexionamos sobre la Eucaristía, ahora , siguiendo el capítulo 3, vemos otros tipos de oración en la comunidad parroquial.
La Liturgia de las Horas
«Orad incesantemente» (1Tes 5,17): la oración pública de la Iglesia
La Liturgia de las Horas – llamada también Oficio Divino – constituye la oración pública de la Iglesia, que, a lo largo de los siglos, ha querido responder a la misión de «orar incesantemente». Conscientes de que el misterio de Cristo penetra y transfigura el tiempo presente, esta oración nos permite santificar el transcurso del día y de la noche, por medio de la alabanza a Dios.
Todo el pueblo de Dios ejercita el sacerdocio real de los bautizados,
uniéndose en una sola voz, con Cristo, en la alabanza al Padre. Por esta razón, la Liturgia de las Horas no es nunca una acción privada, sino que pertenece a todo el Cuerpo de la Iglesia.
Además, cuando rezamos la Liturgia de las Horas, somos santificados por la Palabra de Dios presente en todo el Oficio, de modo especial en los Salmos, su núcleo central, y también en las lecturas y en los otros cantos, textos y preces, que toman su inspiración primaria de la Escritura.
La Liturgia de las Horas en la comunidad parroquial
La oración de la Liturgia de las Horas, siendo una celebración propia de la Iglesia, resplandece de plena luz cuando es recitada en la comunidad eclesial, reunida con su presbítero. Es de= grande valor la invitación a proponer esta oración en la parroquia, sobre todo en el rezo de las Horas principales (Laudes y Vísperas), las cuales, según la tradición de la Iglesia, son el doble núcleo del oficio cotidiano:
- una celebración litúrgica realizada en la iglesia, a la cual un número de fieles, el mayor posible, pueda participar, teniendo en cuenta los horarios laborales, de modo que también los laicos puedan participar antes de ir a trabajar, y por la tarde, a su regreso; con el deseo de que los jóvenes también participen.
- en cada comunidad, un grupo de voluntarios podría dedicarse a la preparación de las celebraciones, aprendiendo el canto de los himnos, distribuyendo las lecturas o realizando otras tareas.
A los voluntarios se les debe ofrecer la catequesis necesaria para desarrollar lo mejor posible – con una conciencia más formada – su servicio.
- al recitar la Liturgia de las Horas, puede ser de ayuda el acompañamiento musical del órgano que, junto al cantor, sepa involucrar a los fieles con algunas melodías sálmicas simples; en caso que se considere más oportuno recitar el salterio sin canto, se reserve particular atención al canto del Benedictus y del Magnificat, invitando a los presentes a levantarse y reflexionar en las palabras del cántico.
- atribuir una atención especial al preparar las celebraciones de las primeras vísperas del sábado por la tarde y de las segundas vísperas del domingo.
24 Horas para el Señor: La iniciativa querida por el Papa Francisco
La iniciativa denominada «24 Horas para el Señor» es un evento de oración querido por el Papa Francisco, a celebrarse del viernes al sábado que preceden el IV domingo de Cuaresma.
Tiene como objetivo ofrecer a los fieles la posibilidad de vivir un momento de intensa oración y reencontrar el camino para volver a acercarse al Señor. Concretamente, se propone a las comunidades, en la noche del viernes y durante todo el sábado, prever la apertura extraordinaria de las iglesias y santuarios, ofreciendo la posibilidad de acceder a las Confesiones, preferiblemente en un contexto de Adoración Eucarística dirigida, conscientes de que «al centro de la vida cristiana el sacramento de la Reconciliación, […] permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia» (Bula de convocación del Jubileo extraordinario de la misericordia Misericordiae Vultus, 11 de abril de 2015, n.17).
La Cuaresma de oración y reconciliación
La propuesta «24 Horas para el Señor» constituye una óptima posibilidad para acercar nuevamente a los católicos que se han alejado de la Iglesia. La invitación dirigida a las comunidades eclesiales es la de redescubrir, con más ardor y entusiasmo, la belleza de esta iniciativa y los grandes frutos de conversión que esta ocasión puede traer. Es deseable que se aproveche el tiempo de gracia de la Cuaresma para proponer tiempos fuertes de oración y reconciliación.
- En las comunidades se puede iniciar el viernes por la noche con la Santa Misa o con una Liturgia de la Palabra; seguida de la exposición del Santísimo Sacramento y la Adoración Eucarística, animada por los grupos parroquiales.
- Los responsables podrán establecer tanto el programa de la Adoración como su duración, con la posibilidad de horarios de confesiones. En las diversas horas de Adoración se pueden intercalar momentos de canto, de silencio, de Lectio Divina, del rezo del Santo Rosario meditado, etc. El evento podría concluirse con una celebración festiva de la Santa Misa del sábado por la tarde.
- En comunidades más pequeñas, la Adoración nocturna se puede sustituir por un breve momento de oración el viernes por la noche, podría ser así: 1) liturgia penitencial 2) exposición del Santísimo Sacramento 3) adoración eucarística en silencio o animada por un grupo de oración, invitando a los presentes a la reconciliación sacramental con Dios. La presencia de los Misioneros de la Misericordia que, desde el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, realizan su servicio sacramental, será de grande ayuda en la celebración de este evento.
La Adoración Eucarística: Estar en la presencia del Señor
Profundizando la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la Iglesia ha tomado conciencia del significado de la adoración en silencio del Señor presente bajo las especies eucarísticas (Cf. CEC 1379). La Adoración Eucarística permite prolongar y dar más espacio al encuentro personal con Jesús realmente presente en las especies eucarísticas, fuera de la Santa Misa. Si en la Eucaristía la Iglesia demuestra su fidelidad al mandato del Señor «Haced esto en conmemoración mía», adorar el Cuerpo sacramental del Señor es continuar haciendo
su memoria. Contemplamos a Aquél que recibimos en la Comunión, para permanecer con Él, estar en su presencia, la única capaz de transformar nuestra vida y darle un sentido. De hecho, es el cuerpo real de Cristo, la Eucaristía, que da fuerza para el camino de esta peregrinación terrena y santifica el cuerpo místico, que es la Iglesia.
3.4.2 Introducir al silencio contemplativo: una propuesta de esquema de oración
En este Año de la Oración, pues, se invita a todas las comunidades a promover momentos de Adoración Eucarística, ocasiones privilegiadas para el encuentro con el Señor. Cada comunidad encuentre los modos y tiempos más adecuados para realizar esta práctica que trae tantos frutos de santidad para la Iglesia.
Ofrecemos un esquema clásico de Adoración que puede ser de ayuda a los fieles para la oración y el reconocimiento de la presencia del Señor que espera que nos dirijamos a Él.
- Exposición del SS. Sacramento: en espera de que el Señor sea expuesto sobre el altar, es conveniente prepararse con recogimiento en silencio, conscientes de que pronto estaremos delante de Él, preparados para escuchar en la oración lo que quiere decirnos y para poner a sus pies nuestras peticiones. Para favorecer el clima de oración, es deseable que la exposición sea acompañada por un canto y con incienso: todo esto favorece el reconocimiento de lo excepcional del momento y de la divinidad del Señor presente bajo las especies del pan consagrado.
- Petición de perdón: una vez concluida la exposición, para disponer de la mejor manera el propio corazón, se puede dedicar un breve momento a una petición de perdón por los propios pecados. El Señor conoce nuestras heridas, nuestros límites y nuestros pecados: nadie puede gloriarse delante de Él, lo que se nos pide es poner todo en su Presencia, seguros de que la grandeza de su misericordia puede abrazar todo nuestro ser.
- Invocación al Espíritu Santo: siguiendo la enseñanza de San Pablo, también para la Adoración Eucarística, hagamos nuestra la invitación de invocar «al Espíritu de Dios para conocer lo que Dios nos ha donado» (1Cor 2,12): nadie, de hecho, puede reconocer la presencia real del Señor en la Hostia consagrada si no es por el Espíritu que lo sugiere dentro de cada uno de nosotros. Por esto, conviene disponer el corazón al encuentro con el Señor a través de una invocación al Paráclito, puede ser también con un canto, pidiendo iluminar nuestras mentes con el don de la fe.
- Adoración en silencio: el momento central de la Adoración Eucarística puede ser dejado a un espacio personal dedicado a la oración en silencio, a ese diálogo especial con el Señor Jesús en el cual el corazón de Dios habla al corazón del hombre – corad cor loquitur – como nos enseñó John Henry Newman. En este momento, podemos presentar al Señor las intenciones de oración particulares para dedicar la Adoración Eucarística: por ejemplo, por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, por los enfermos, por las familias, etc.
Este silencio puede ser intercalado por cantos breves – incluso litánicos – o por algunas lecturas breves, tomadas de la Sagrada Escritura o de la enseñanza de los santos; asimismo, puede ser de gran provecho recitar, delante del SS. Sacramento, el Santo Rosario sabiendo que invocamos a aquella que fue la primera que acogió las palabras del Señor – permitiendo a
Dios, encarnándose, obrar el inicio de la Redención – y que, con nosotros, está presente al adorar a su Hijo en la Hostia consagrada.
- Bendición Eucarística: la celebración se concluye con la bendición de los fieles con el SS. Sacramento. Esta bendición, aun cuando mantiene siempre el carácter sacramental, posee un carácter único respecto a todos los otros tipos de bendiciones (con agua bendita, con reliquias de santos, por intercesión de la B.V. María, etc.) porque en esta bendición está presente el Señor con su Cuerpo, en modo verdadero, real y sustancial.
Con la bendición eucarística, Él se hace cercano a nosotros del modo más especial, involucrando a todos los presentes y atrayendo a todos hacia sí. Este momento puede ser considerado
el ápice del rito de adoración, la coronación de ese diálogo que se realizó en el silencio delante de Jesús y que, ahora, como un sol que ilumina, infunde su calor en nuestra alma.
- Reserva en el Sagrario: enriquecidos por el don recibido en la bendición, acompañamos la reserva de la Hostia consagrada en el tabernáculo con reverencia, poniéndonos de pie y, de ser posible, entonando un canto apropiado para despedir al Señor. Que esto nos ayude también a recordar que Jesús Eucaristía nos espera siempre en el sagrario: está continuamente presente en nuestras iglesias y, aun cuando no se presente nadie para orar, Él está ahí, deseoso de hablar al corazón de los fieles que se acerquen a Él. Recordemos hacer, incluso en nuestras jornadas llenas de compromisos y distracciones, visitas al SS. Sacramento, dedicando, aunque sea algunos minutos, para ofrecer una alabanza, un agradecimiento o tan solo para encomendar nuestras necesidades y sufrimientos. El Señor, que ciertamente «sabe lo que necesitáis antes de pedírselo» (Mt 6,8), no tardará en escucharnos.