Ana María Ibarra
Vivir en el mundo del espectáculo no es impedimento para llevar una vida de fe y de respuesta al llamado de Dios. Este fue el testimonio que Paul Ponce, reconocido como “El malabarista de Dios”, compartió con la comunidad de la Diócesis de Ciudad Juárez, al presentarse con tres funciones en esta ciudad.
Artista católico
Argentino de nacimiento, Paul Ponce ha pasado su vida recorriendo el mundo ya que proviene de una familia de circenses, seis generaciones por parte de su padre, y cuatro por parte de su madre.
“A los seis años comencé a hacer malabares. Mis padres se conocieron en el circo. Ellos siguen actuando y se encuentran en Las Vegas”, compartió Paúl.
Aunque sus padres son creyentes católicos, Paul tuvo su primer encuentro con su fe a la edad de nueve años. Su familia se encontraba en Londres y su madre acudió a una iglesia a pedir para él el sacramento de la Eucaristía.
“Fueron pocas semanas de formación, por el tiempo en el que estaríamos en Londres, y me permitieron recibir la primera Comunión. Esa era toda la formación que tenía y mis padres también, se decían católicos y lo eran de tradición, pero no por convicción”, dijo.
Paul entrenaba hasta ocho horas diarias, porque, según dijo, los malabares requieren mucha práctica.
“Había que perseverar, si no lo hubiera hecho, no estaría aquí con ustedes. Agradezco mucho a Dios que me dio el don de la perseverancia”, expresó.
Fama y fortuna
En su juventud Paul creyó tener claro lo que quería para su futuro: fama, viajar por todo el mundo, ganar mucho dinero y tener muchas novias en cada ciudad.
“Sin embargo, cuando comencé a obtener estos objetivos no me daban la felicidad que buscaba. Me faltaba algo más. A los 14 años logré actuar en Tokio en un canal de televisión; a los 16 en un programa para la BBC, para la familia real. Pero no me sentía pleno, siempre quería más”, recordó.
Al pasar los años y sintiéndose infeliz, Paul se encontró actuando en un casino en las Bahamas y se acercó a la parroquia del Sagrado Corazón buscando el sacramento de la Confirmación.
“Mi papá me había dicho que cuando él se casó por la Iglesia tuvo que hacer una confirmación rápida porque no tenía el sacramento. Al ser una familia de circo, pidieron el permiso del obispo para recibir la confirmación antes de su matrimonio por la Iglesia.
“Me acerqué a la parroquia porque me di cuenta de que era un requisito”, dijo.
Su encuentro con Jesús
Paul contó su situación y su historia al sacerdote de la parroquia, quien lo envió al catecumenado con jóvenes de quince años, teniendo él 21 años.
“Tuve muchas preguntas y descubrí el tesoro de mi Iglesia católica. Al ir descubriendo a Dios, quería ser una mejor persona. Con mis amigos del catecismo era algo fácil, pero cuando volvía al mundo artístico continuaba haciendo cosas que no estaban bien moralmente”, reconoció Paul.
Compartió que llevar esa doble vida le quitaba la paz, y un día ante un crucifijo, Paul pidió a Dios ser coherente con su fe.
“Si confías en Dios, Él te ayuda; si pones de tu parte, Dios pone el resto. Sentí que era posible vivir esa coherencia que estaba pidiendo. Y más aún, sentía la felicidad que no tenía”.
Ante el público, el malabarista contó que lo que más le impactó de conocer a Dios fue la libertad que da y cómo fue posible, en esa libertad, cambiar de vida, aún en medio del mundo del espectáculo.
Llamado al matrimonio viviendo la castidad
Después de su Confirmación Paul fue a trabajar a Mónaco. Ahí frecuentaba la iglesia y acudía a misa diaria, y buscando hacer la voluntad de Dios, le preguntó qué quería de él. Conoció a jóvenes misioneros de la Regnum Christi y se unió a ellos. Dejó un año su vida de malabarista para ir de misión.
“Ese fue el año más feliz de mi vida. Descubrí que la felicidad estaba en dar y no en recibir. Estaba abierto a la vocación que Dios decidiera y supe que me llamaba a formar una familia, pero no tenía novia. Entonces comencé a consagrar todas las mañanas a mi futura esposa a los corazones de Jesús y de María”.
Pasaron diez años que para Paul fueron de purificación y de preparación para respetar y amar a su esposa, cuando llegara.
“Conocí a mi esposa en Guadalajara, en un congreso. Tuve una semana libre de trabajo y pude ir. Hacia el final del evento le pedí su email, pero no me lo dio, ella estaba discerniendo sobre su vocación”.
Él sin saber quién sería su esposa, vivió años fiel a esa mujer que Dios le tenía destinada. A los dos años de aquél congreso, Lía se contactó con él. Ella desde Brasil -de donde es originaria-, y él viajando por el mundo, se escribieron por email hasta que decidieron verse en persona.
“Sus vacaciones más largas eran en Navidad y yo estaría trabajando en Berlín. Le pedí que viajara. Yo conocía a una familia católica que la podría hospedar, pero su papá se negó. Por Providencia de Dios su papá indagó y un sacerdote le dijo que si Paul decía que hospedaría a su hija con una familia católica, era verdad”.
Cuando se vieron, fueron a una capilla a orar y coincidieron en que ambos querían hacer solo la voluntad de Dios. Estuvieron algunos días conociéndose. Después, Paul viajó a conocer a su familia. Decidieron que ella viajara con él una temporada del espectáculo para que conociera el ambiente, siempre en castidad.
“Fue en 2005 cuando nos casamos y bendito Dios llegamos viviendo la castidad del noviazgo no por nuestras fuerzas, sino porque Dios es grande y con Dios todo es posible. Nunca pensamos que estaríamos contando esto tan personal en un auditorio, pero si no lo hacemos, no estamos dando gloria a Dios, porque es Él quien nos dio esa gracia”, compartió.
Hoy Paul y Lía tienen cinco hijos y siempre agradecen a Dios por su matrimonio y la familia que les ha concedido tener.