Ana María Ibarra
Cristos sufrientes llegan a la Casa del Migrante a solicitar asilo después de una larga travesía. Rosa María Parra Martel, Rosy, como la llaman con cariño, ha sanado los pies de muchos hermanos y hermanas migrantes que han pasado por el albergue. Para ella, son los pies de Cristo los que sus manos tocan, y es una bendición verlos partir sanos y resucitados física y espiritualmente.
Dios la acogió
Hace doce años, Rosa María llegó a la Casa del Migrante por invitación del padre Javier Calvillo, quien había sido su párroco en la comunidad Santo Tomás Apóstol.
“Me invitó a ayudarle en la librería en Santa María Goretti. Luego me invitó a la Casa del Migrante. Inicié haciendo de todo, limpieza, recepción, trasladando a los migrantes a donde se requiere, me tocó también ir al mercado de abastos a pedir ayuda”, compartió Rosy.
“Nunca había tenido trato con migrantes, pero estaba en un grupo de caridad en la parroquia Santo Tomás. Desde niña sentí el llamado a la caridad. Cuando llegué la Casa del migrante sentí los brazos de Dios que me acogió”, afirmó.
En doce años, Rosy ha conocido de cerca la experiencia de muchos migrantes, sus padecimientos y su peregrinar, y todo eso la ha impactado, pues se considera una persona muy aprensiva.
“Tomo muy apecho lo que a las personas les pasa. Me duele el dolor ajeno, pero ha sido favorable estar aquí, porque he conocido historias fuertes, otras bonitas y otras más tristes. Pero como persona de fe he experimentado a Jesús vivo en los migrantes, quizá de primer momento a un Jesús doliente, pero también lo he visto resucitar”, señalo.
Servir a Cristo
Actualmente, Rosy sirve en el departamento de Derechos Humanos del Migrante, sin embargo, el servicio que más le ha llenado es curar los pies de los huéspedes de esa obra.
“Tengo una certificación en masaje de los pies. He dejado un poco porque tengo mi columna desviada y el masaje de los pies tiene que ser muy concentrado, muy fuerte.
Me capacitaron dos personas que venían a prestar ese servicio y llamaban pies de Cristo a los pies de los migrantes”, recordó.
Cuando estos servidores tuvieron que retirarse, pidieron al padre Javier autorización para capacitar a personas en el servicio, pensando en que así habría muchos servidores para los migrantes.
“Capacitaron a treinta personas con la finalidad de que se quedaran a servir, pero no fue así, ya que al final no quisieron dar el servicio”, lamentó la entrevistada.
Fue entonces cuando los terapeutas decidieron capacitar al personal de Casa del Migrante, sin embargo, solamente Rosy y otra persona mostraron interés.
“Me encantó. No era solo dar masaje. Los migrantes llegaban con los pies deshechos. Me llenaba curar los pies de ellos. Efectivamente eran los pies de Cristo en cada una de esas personas que, al final, se iban agradecidas”, dijo emocionada.
Sanar pies y almas
Este servicio fue también una oportunidad para que Rosy ayudara en la resurrección espiritual de las personas.
“En una ocasión llegó un muchacho de veinte años con sus pies destrozados, iba a Estados Unidos a encontrarse con su mamá, que lo dejó cuando él nació. Tenía sus pies desgarrados y del dolor le subía la presión. Bendito Dios, él sanó y se fue a encontrarse con su mamá. Sanó espiritualmente, ya que él traía mucho resentimiento con ella por haberlo dejado”, recordó.
Cada vez que Rosy atendía al joven le hablaba de Dios para que pudiera perdonar a su mamá.
Ve al resucitado en los migrantes
El momento de la pandemia Rosy fue enviada a su casa ya que empezó con crisis de pánico. Duró cuatro meses en casa, pero el mal empeoró.
“Sentí que me volvía loca. Dios me sostuvo, pues en mis plegarías le pedía volver a sentir sus pies en mi hermano migrante. Bendito Dios me recuperé. En sueños el Señor me agradecía por sanar los pies de quienes sufrían tanto dolor”, dijo entre sollozos.
Recientemente a Rosy le fue diagnosticada epilepsia, pero eso no ha sido motivo para dejar de asistir a Casa del Migrante, pues ha descubierto que su padecimiento no es nada comparado con lo que sus hermanos migrantes sufren.
“Me siento sanada. Y regreso alegre, porque sé que soy un instrumento de Dios para poder brindarles ayuda. El cariño y el agradecimiento de los migrantes es el mejor regalo”, señaló.
Rosy no ha perdido su espíritu de servicio y su fe la sostiene y la impulsa para pedir por ellos, los encomienda a la intercesión de María y pide por la conversión de la gente de los migrantes y por su propia conversión.
“Pido ser más humana, sé que aún me falta mucho para conocer a Dios y darlo a conocer a los migrantes. Cuando veo los cambios en ellos, sanados física, emocional y espiritualmente experimento a Jesús mismo resucitado en ellos”, concluyó.