Ana María Ibarra
Con casi 25 años de casado y 17 catequizando a niños, adolescentes y jóvenes del suroriente de Ciudad Juárez, Gabriel Rodríguez ha encontrado en esa misión un seguimiento a los pasos de san José, como un padre adoptivo en el aspecto espiritual, a través del servicio en la comunidad Las Alitas.
La misión
Gabriel y su esposa llegaron a formar parte del grupo del padre Richard Thomas en el año 2000 y en el 2004 se fundó la comunidad Las Alitas.
“La comunidad fue formada pensando en las necesidades que se encontraron en aquellos años. Alrededor del 2004 nos encontramos con un entorno difícil, era una zona marginada del sur oriente donde concluía la zona urbana y comenzaba el Valle de Juárez”, recordó Gabriel.
Señaló que en esas zonas ejidales comenzaron algunas familias a construir sus casas, modestas y humildes, pero sobre todo pobladas por muchos niños y adolescentes.
“Llegamos como misioneros para encontrarnos con familias y nos encontramos con niños y adolescentes que estaban en las calles. Lo primero fue formarlos en la fe a través de la catequesis, enseñanzas evangélicas, pero todo se desarrolló durante y entre el juego”.
Sin un lugar definido para la enseñanza, Gabriel y su esposa se relacionaron con los niños a través del juego en la calle, especialmente el futbol. Finalmente se fue estructurando la formación más catequética.
“Buscamos el respaldo parroquial y nos lo dieron los claretianos, aun cuando no era el territorio de ellos, pero nos acogieron para darle identidad de Iglesia a la comunidad. Después fuimos a San Isidro y el párroco en aquel entonces, Jesús Ramírez, nos acogió para dar formalidad catequética e identidad, haciendo un vínculo con la parroquia”, relató.
Hoy por hoy, la comunidad cuenta ya con un edificio donde continúa la formación.
Padre adoptivo
Si bien los niños y adolescentes que acuden a Las Alitas cuentan con una familia, al verlos desenvolverse en las calles del sector, Gabriel los acogió como hijos adoptivos, sin un documento legal, pero si por su espiritualidad.
“La paternidad es algo natural del hombre y de la mujer, es decir, de todo matrimonio.
En aquel entonces teníamos ocho años de casados, habíamos pasado por esa etapa con en el deseo de ser padres y formar una familia. No tenemos hijos, pero entonces pasamos del deseo, a las frustraciones por no poder tener hijos”, compartió.
Para Gabriel, Dios le llevó al encuentro con esos niños y jóvenes, pues, aunque aún no se recrudecía la violencia como sucedió en el 2008, la mayoría de los menores sufrían la ausencia de la figura paterna a causa de la separación o contaban con padrastro.
“Conociendo esa necesidad de amor paternal empecé a ver que Dios me había enviado con ellos para ejercer la paternidad y ser ese padre adoptivo como san José. Eso no fue algo que descubrí en el momento, sino después”.
Gabriel citó la carta de San Pablo a los Corintios al comentar: “Dice san Pablo que hay muchos pedagogos, pero pocos padres. Al tomar conciencia en mí de ejercer la paternidad como san José: cariñoso, cercano, jugar con ellos, escucharlos en sus necesidades, empezaba a ejercer esa paternidad”.
En la espiritualidad de san José
Gabriel explica cómo ha experimentado toda su vida la espiritualidad de san José:
“Mi familia paterna es devota del Santo Rosario y la familia de mi esposa también. La cercanía con san José ha estado como lo conocemos: oculta y en silencio. Siempre vimos la figura maternal, pero cuando mi padre murió, hace 10 años, empecé a buscar la figura paterna, primero en nuestro padre Dios, pero también recurrí a san José”, reconoció.
Gabriel ha reconocido poco a poco esa conciencia de descubrir en su vida la espiritualidad josefina, y de manera providencial la figura del padre adoptivo de Jesús se le ha ido presentando en distintos grupos de varones.
“Al ver hacia atrás me doy cuenta que lo estoy realizando. Obviamente fui madurando poco a poco. Al principio quizá no cumplí con las expectativas de ser un papá, pero con el tiempo le fui dando ese sentido. Tenemos jóvenes de 20 años, que están desde los cuatro años. Los fuimos acompañando en sus etapas, ahora ya algunos tienen sus bebés”, recordó.
Gabriel logró descubrir que la figura de San José lo ayudaría también en su vida matrimonial, siendo custodio del corazón de su esposa, para que se sienta amada y llena en su vida como mujer.
“No soy el hombre ideal, pero me fue ayudando san José. Los últimos cinco años me han ayudado a reconocer más la figura de San José y ahora que se ha proclamado este año dedicado para él, da la oportunidad de madurar más esas virtudes”, sentenció.
Enseñanzas
Las riquezas que Gabriel ha recibido en su cercanía con los niños y adolescentes que acuden a Las Alitas, han sido muchísimas.
“Primero que nada, la correspondencia. Son unos niños muy cariñosos. Tenemos muchos ahijados y ahijadas, hay una confianza mutua, no se guardan nada, expresan sus ideas. Es un regalo custodiar su confianza”, expresó.
Gabriel reconoce también que esta experiencia de ser un padre adoptivo en vocación, le ha dado luces y sombras.
“Me ha ayudado a aprender que el amor de un padre no debe ser posesivo, tiene uno que respetar la libertad del niño o el joven. Ellos tienen sus papás y uno se encariña, y sabemos que no son nuestros hijos, que tienen sus casas y se van a ir, entonces he aprendido el desapego y es difícil. La entrega debe ser total, pero con desapego”, dijo al compartir que la vida de esos niños es distinta, pues a corta edad ellos comienzan a trabajar y se van alejando de la comunidad.
“Son luces y sombras que, al igual que un papá, se tienen que vivir respetando su libertad. Me han entregado amor, confianza, satisfacción de saber que estoy haciendo bien el trabajo que Dios me encomendó, pero la mayoría de las veces me he encontrado con sentimientos de frustración ante las decisiones de estos jóvenes”, compartió.
Aun así, esto es para Gabriel regalo de sufrimiento que padece como cualquier padre.
Frase..
“La ternura puede influir más en un niño que la dureza. Los invito a darse tiempo de convivir con ellos, jugar y participar de su vida. No estar al margen, sino vivir con ellos cada experiencia”.
Gabriel Rodríguez/ Centro Las Alitas