Continuamos con la catequesis del obispo José Ignacio Munilla sobre lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica acerca de la Resurrección de Jesucristo.
Mons. José Ignacio Munilla/ Obispo de Orihuela-Alicante
El Catecismo de la Iglesia, en el punto 647 enseña: «¡Qué noche tan dichosa —canta el Exultet de Pascua—, sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!». En efecto, nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia”.
La resurrección es un acontecimiento transcendente. Es decir: por una parte es un acontecimiento histórico –que ha sucedido en lugar y fecha- dentro de la historia, y también transcendente: es un resucitar para la vida eterna. Eso se escapa a la percepción que tenemos del tiempo y del espacio.
Ya comentamos previamente sobre la apariencia que tenía Jesús resucitado y la pedagogía que tiene con los apóstoles y con nosotros para ese encuentro, esa visión. Se requiere La transformación interior de los corazones para poder reconocerle. Jesús resucita a la vida eterna y “nos requiere y nos dice”: “también tú tienes que resucitar a una vida nueva para reconocer al resucitado”.
Por eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus discípulos, «a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo» (Hch 13, 31).
Sentido salvífico
Fijaos cómo el Catecismo hace referencia a la cita de Jesús se manifestó a aquellos que estaban educados interiormente para comprender el acontecimiento transcendente que había tenido lugar.
Juan 14, 22: Le dice Judas – no el Iscariote -: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.
A la pregunta del apostol Judas es porque es un acontecimiento “transcendente”, que tiene que ser también percibido en la fe. Solamente quien ha purificado su carnalidad, sus conceptos carnales sobre Dios, podrá reconocer al Resucitado.
No sería correcto que habláramos de la resurrección solamente desde una dimensión apologética. Quiero decir: que Jesús resucito para demostrar con ello su “divinidad”, para que nosotros creamos. También hay un sentido salvífico. La primera dimensión de la resurrección de Cristo es la aceptación por parte del Padre del sacrificio de Jesús. Es la glorificación que realiza el Padre del Hijo en el Espíritu Santo. “La certeza de que el el sacrificio de la cruz, no ha sido “uno de tantos sacrificios” humanos; Ha sido aceptado por el Padre y esto se manifiesta en la resurrección.
En la película “La Pasión de Cristo”, en la escena del momento de la muerte de Jesús en la cruz, la última mirada desde los ojos de Jesús es elevada al cielo, y el efecto del cine, desde el cielo cae una lágrima. Queriendo significar que el Padre se conmueve ante la entrega de su hijo. La entrega de Cristo (“Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”) al Padre ha llegado a su corazón.
1ª Corintios 15, 17: Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados.
En ese abrazo que el Padre le da a Cristo al resucitarlo, ahí quedan nuestros pecados. La resurrección es “principio eficaz de la remisión de nuestros pecados”, es la cima de la redención que Cristo comenzó en la pasión y en la cruz.
Vida eterna
A veces decimos que “Cristo nos salvó de nuestros pecados muriendo en la cruz”, ¡ojo!: muriendo y resucitando. En la santa misa proclamamos: “anunciamos Tu muerte, proclamamos Tu resurrección, ¡Ven Señor Jesús!. La muerte es el paso hacia la glorificación, y Jesús mira hacia esa glorificación para que descienda sobre todos los hombres la gloria eterna.
Juan 17, 1-2: Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. 2 Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado.
El don de la vida eterna es obra del Hijo glorificado en la resurrección. La teología, a la hora de reflexionar esto, quisieron distinguir ciertas cosas. San Agustín, entro otros, quiso explicar este misterio de la muerte y resurrección de Jesús, como “dos etapas”: El “efecto” de la muerte de Cristo, seria “librarnos de la muerte eterna”: Darnos el perdón de los pecados Librarnos de las penas del infierno., El “efecto” de la resurrección sería el de darnos “la gracia santificante”.
Pero poco a poco, los autores, sobre todo Santo Tomas de Aquino; se fueron dando cuenta de que esto era una manera de hablar: Las dos cosas: son una sola. No se puede distinguir “el librarnos del pecado” y “elevarnos a la vida divina”, las dos cosas van en el mismo paquete.
La Resurrección obra de la Santísima Trinidad
Señala el Catecismo (648): La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención transcendente de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres Personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad. Se realiza por el poder del Padre que «ha resucitado» (Hch 2, 24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad —con su cuerpo— en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente «Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos» (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en la manifestación del poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1, 19-22; Hb 7, 16) por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor.
La Resurrección, en muchos pasajes del nuevo testamento, es expresada como obra del Padre:
Romanos: “A nosotros que creemos en aquel, que resucitó de entre los muertos a Jesús, Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados”.
Romanos 8, 11: 11 Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros.
Romanos 10, 9: 9 Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.
1ª Corintios 6, 14: 14 Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder.
Gálatas 1, 1: 1 Pablo, apóstol, no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos.
También hay texto de que hablan de cómo el Padre eleva a Cristo al cielo y lo sienta a su derecha:
Marcos 16, 19: 19 Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
Efesios 1, 20: y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos
Lo proclama sumo sacerdote: Hebreos 5, 10: 1 proclamado por Dios Sumo Sacerdote “a semejanza de Melquisedec.
Propio poder
Es curioso que en la Sagrada Escritura se pueden llegar a conjugar cosas que a nosotros, aparentemente, podrían parecer contradictorias. Me refiero a que por una parte encontramos todos estos textos en los que se nos habla de que el Padre resucito a Jesucristo, pero también vais a ver que hay otra serie de textos en los que parece decirse que el propio Jesucristo resucito por su propio poder.
Punto 649: En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar (sentido activo del término) (cf. Mc 8, 31; 9, 9-31; 10, 34).
Por otra parte, él afirma explícitamente: «Doy mi vida, para recobrarla de nuevo… Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo» (Jn 10, 17-18). «Creemos que Jesús murió y resucitó» (1 Ts 4, 14).
Marcos, 8, 31: 31 Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días.
Marcos 9, 9: Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Fijaos que dice “será entregado”, en pasivo, pero luego dice “resucitará” El (no es en pasivo “será resucitado”).
Marcos 10, 34: 33 «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará.»
Hay que acordarse que Jesús nos dijo, en el evangelio de San Juan: “El Padre y Yo somos una sola cosa”. No olvidemos que aunque Jesús sea una persona distinta de la del Padre, tienen una naturaleza divina común. Por tanto la resurrección de Cristo, la resurrección de su humanidad, es al mismo tiempo obra del Padre y obra del Hijo, sin que haya en ello una contradicción.
La Ascención del Señor
En la teología católica se ha distinguido la “ascensión de Jesucristo” con la “asunción de María”. María, que no tiene naturaleza divina, es elevada por Dios a los cielos. En Cristo se puede decir que “el Padre ascendió al Hijo a los cielos, como que “el Hijo ascendió a los cielos” por su propio poder.
Marcos 16, 19: Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
En la Sagrada Escritura no se dicen palabras “gratuitas”. Cada versículo, cada palabra, tiene una razón de ser.
La resurrección es obra del Padre, es obra del Hijo, y por medio del Espíritu Santo. El Espíritu Santo ha estado presente en toda la vida de Jesús: desde la Encarnación, en el Bautismo en el Río Jordan, lo guía al desierto, con el poder del Espíritu hace milagros. Podíamos decir que Cristo, en cuanto hombre, vive su filiación divina en el Espíritu Santo.
Lucas 10, 21-22: 21 En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Cauce de gracia
Hay que decir que la resurrección es también obra del Espíritu Santo, que por medio de Él, resucita el Padre a Cristo de la muerte.
Romanos 1, 3-4: 3 acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro.
Es el Espíritu Santo el que transforma a Jesús en Espíritu vivificante. Es decir: Jesús también tenía una humanidad, por tanto de carne y hueso limitada; por este Espíritu fue glorificada, de tal manera que esa humanidad de Jesucristo ya no tuviese esa limitación, al espiritualizarse en la resurrección se convirtiese en “cauce” de la gracia, ilimitadamente para todo el mundo.
1ª Corintios 15, 45: 45 En efecto, así es como dice la Escritura: “Fue hecho el primer hombre, “Adán, alma viviente“el último Adán, espíritu que da vida.
Espíritu Vivificante
A Cristo se le ha dado a su humanidad un “Espíritu” que da vida.
En la Encarnación –el hacerse hombre- es un abajamiento, limita la potencia de Dios. Permitir el ejemplo: Es como si ponemos un motor potentísimo en la carrocería de un coche utilitario. Esa carrocería limita enormemente la potencia del motor. Todos los que veían a Jesús veían a un hombre, un hombre muy santo, pero hombre al fin. Ese abajamiento, ahora en la Resurrección, el Espíritu Santo “espiritualizo”, a ese Jesús que había nacido de mujer y que había estado sujeto a la ley de la carne. Es así como se convierte en Espíritu Vivificante.
Es el Don pascual para todos nosotros. El acto de amor supremo que se realiza entre el Padre y el Hijo, tiene lugar en el instante en el que el Hijo entrega su vida al Padre; y en el que el Padre que ama al Hijo lo glorifica; es en ese momento cuando es cuando se da el Espíritu Santo. De esa mutua entrega dimana el Espíritu Santo.
Ya hemos dicho que la resurrección es “el abrazo de amor entre el Padre y el Hijo” y de ese abrazo dimana para nosotros el Espíritu Santo. De ahí que a la Pascua de Resurrección siga Pentecostés.
Romanos 1, 3-4: 3 acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro…
Manifestación de Gloria
Es un buen resumen explicar este texto. Jesús nació “de la estirpe de David” según la carne. Pero fue constituido Hijo de Dios con poder por la resurrección. Es verdad que Jesús era Hijo de Dios desde siempre; pero “no con poder” –por supuesto que nunca dejo de tener el poder de Dios y de hecho lo demostró haciendo milagros, pero los milagros eran excepciones-, pero de ordinario Jesús vivía “oculto” en la humanidad, vivía humillado, en la limitación de la carne, de lo que supone ser hombre.
La resurrección constituye a Jesús Hijo de Dios en poder, en gloria. A partir de ahora la humanidad glorificada de Cristo será “manifestación de Gloria”. Por eso hablamos de dos venidas: Jesús vino en Belén, vino con una “gloria ocultada”, y cuando venga en “Gloria” el dia de la parusía.