En el principio era la Palabra…y la Palabra era Dios. Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros (Jn. 1, 1,14).
Sergio Madero Villanueva/Abogado
Hace muchos años, cuando todavía el correo electrónico era usado para enviar cadenas. Circuló un mensaje en que un hombre hablaba de lo poco edificante que le era asistir al servicio dominical, “he acudido durante más de treinta años, escuchado más de mil quinientos sermones y no puedo recordar ninguno de ellos.” A lo que otro contestó, “he estado casado por 40 años durante los cuales mi esposa me ha preparado más de cuarenta mil comidas, no puedo recordar particularmente ninguna de las combinaciones de desayuno, comida o cena que haya servido, pero sin duda cada una de ellas ha contribuido a mi nutrición y me ha sostenido en la tarea, y ha propiciado el crecimiento de mis hijos”.
Hubo un tiempo que me llevaban a misa casi a fuerza, luego ingresé al grupo de jóvenes DAYT y se hizo parte de la rutina acudir después de la reunión semanal. Con el tiempo se volvió costumbre, como padre llevé a mis hijas los domingos; ahora, debo confesarlo, con frecuencia dormito durante las homilías. Pero le he tomado otro sentido.
Hoy tengo claro que el verdadero sentido de la misa es recibir la Palabra de Dios, y no me refiero a las lecturas o la catequesis que imparte el oficiante, el sentido de la misa es recibir la palabra de Dios que se ha hecho carne, y que Jesús nos dejó para recordarlo perpetuamente: “Entonces tomó el pan, dio gracias por él, lo partió, se lo dio a ellos y les dijo: ―Este pan es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto para que se acuerden de mí” (Lc. 22, 19).
En los términos en que Juan inicia su evangelio deja claro que Jesús es la Palabra. El gesto de amor más grande que Dios tiene con la humanidad es enviarnos a su Hijo para nuestra salvación: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3, 16). Y la locura de amor es que Él se ofrece voluntariamente en sacrificio para conseguir el perdón de nuestros pecados.
El pueblo de Israel acostumbraba inmolar corderos para pedir perdón por sus pecados, por eso llamamos a Jesús “el cordero de Dios”, el sacrificio de su Hijo es de tal magnitud que ya no es necesario ofrecer otro tipo de sacrificios.
Sin embargo, en una sobredosis de amor, Dios permite que el mismo sacrificio se repita en cada ocasión que el oficiante levanta la ostia y ésta se convierte en el cuerpo de Cristo. No es una “representación”, ni tampoco es un sacrificio distinto, es el mismo acto que se perpetua entre nosotros por deseo de nuestro Salvador, como vimos en la cita de Lucas.
Por ello, me da mucha pena cuando observo los pocos asistentes a las misas entre semana, y la gran cantidad de personas que se queda sentada durante la Comunión en la misa dominical. “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn. 6, 55).
Por eso hoy quiero exhortarle a que la próxima vez que se disponga a ir a misa, no lo haga sólo para adquirir un ejemplar de Presencia y disfrutar de su excelente contenido; además de la reunión familiar, de instruirse con las lecturas y la catequesis del sacerdote, tome conciencia de que el auténtico significado es participar del pan que da vida, y vida eterna.
Desde luego que para acercarse a la Mesa Pascual es necesario tener una preparación adecuada, y debo también compartirle algunos otras ideas sobre la Santa Eucaristía, pero a eso le entramos la siguiente ocasión en que nos encontremos hablando de…