Catequesis del papa Francisco sobre la vejez
Queridos hermanos y hermanas:
En el pasaje bíblico, cuando se trata de poner a salvo de la corrupción y del diluvio la vida de la tierra, Dios encomienda el trabajo a la fidelidad del más anciano de todos, al “justo” Noé. ¿La vejez salvará el mundo, me pregunto? ¿En qué sentido? ¿Y cómo salvará el mundo la vejez? ¿Y cuál es el horizonte? ¿La vida más allá de la muerte o solamente la supervivencia hasta el diluvio?
Una palabra de Jesús, que evoca “los días de Noé”, nos ayuda a profundizar el sentido de la página bíblica que hemos escuchado. Jesús, hablando de los últimos tiempos, dice: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos» (Lc 17,26-27). De hecho, comer y beber, tomar mujer o marido, son cosas muy normales y no parecen ejemplos de corrupción. ¿Dónde está la corrupción? ¿Dónde estaba la corrupción, allí? En realidad, Jesús destaca el hecho de que los seres humanos, cuando se limitan a disfrutar de la vida, pierden incluso la percepción de la corrupción, que mortifica la dignidad y envenena el sentido. Cuando se pierde la percepción de la corrupción, y la corrupción se vuelve una cosa normal: todo tiene su precio, ¡todo! Se compra, se vende, opiniones, actos de justicia…
Me pregunto, ¿puede volverse normalidad la corrupción? Hermanos y hermanas, lamentablemente sí. Se puede respirar el aire de la corrupción como se respira el oxígeno. “Pero es normal; si usted quiere que yo haga esto rápido, ¿cuánto me da?”. ¡Es normal! ¡Es normal, pero es algo feo, no es bueno! ¿Qué es lo que abre el camino? Una cosa: la despreocupación que se dirige solo al cuidado de sí mismos: este es el pasaje que abre la puerta a la corrupción que hunde la vida de todos. La corrupción obtiene gran ventaja de esta despreocupación que no es buena. Cuando a una persona le parece todo bien y no le importan los demás: esta despreocupación ablanda nuestras defensas, ofusca la conciencia y nos hace —incluso involuntariamente—cómplices. Porque la corrupción nunca va sola: una persona siempre tiene cómplices. Y la corrupción siempre se amplía.
La vejez está en condiciones de captar el engaño de esta normalización de una vida obsesionada por el disfrute y vacía de interioridad: vida sin pensamiento, sin sacrificio, sin interioridad, sin belleza, sin verdad, sin justicia, sin amor: esto es todo corrupción. La sabiduría de los ancianos es muy necesaria, hoy, para ir contra la corrupción. Las nuevas generaciones esperan de nosotros los mayores, de nosotros ancianos una palabra que sea profecía, que abra las puertas a nuevas perspectivas fuera de este mundo despreocupado de la corrupción, de la costumbre de las cosas corruptas. La bendición de Dios elige la vejez, por este carisma tan humano y humanizador. ¿Qué sentido tiene mi vejez? Cada uno de nosotros ancianos podemos preguntarnos. El sentido es este: ser profeta de la corrupción y decir a los otros: “¡Deteneos, yo he hecho ese camino y no te lleva a nada! Ahora yo te cuento mi experiencia”.
Yo os pregunto a todos vosotros, y también me pregunto a mí: ¿ está abierto mi corazón a ser profeta contra la corrupción de hoy? Hay algo feo, cuando los ancianos no han madurado y se vuelven mayores con las mismas costumbres corruptas de los jóvenes.
Y Noé es el ejemplo de esta vejez generativa: no es corrupta, es generativa. Noé no hace predicaciones, no se lamenta, no recrimina, pero cuida del futuro de la generación que está en peligro. Nosotros ancianos debemos cuidar de los jóvenes, de los niños que están en peligro. Construye el arca de la acogida y hace entrar hombres y animales. En el cuidado por la vida, en todas sus formas, Noé cumple el mandamiento de Dios repitiendo el gesto tierno y generoso de la creación, que en realidad es el pensamiento mismo que inspira el mandamiento de Dios: una bendición, una nueva creación (cf. Gen 8,15-9,17). La vocación de Noé permanece siempre actual. El santo patriarca debe interceder todavía por nosotros.
Hago un llamamiento, hoy, a todas las personas que tienen una cierta edad, por no decir ancianos. Estad atentos: vosotros tenéis la responsabilidad de denunciar la corrupción humana en la que se vive y en la que va adelante este modo de vivir de relativismo, totalmente relativo, como si todo fuera lícito. Vamos adelante. El mundo lo necesita, necesita jóvenes fuertes, que vayan adelante, y ancianos sabios. Pidamos al Señor la gracia de la sabiduría.