Mons. J. Guadalupe Torres Campos/ Obispo de Ciudad Juárez
Buen domingo. Parece que se nos va el frío, pero de repente nos sorprende. Juaritos así nos sorprende. Hoy es un día bello, esplendoroso. Domingo tercero de Cuaresma, vamos avanzando en este desierto cuaresmal, tiempo de reflexión y de silencio para entrar en contracto con Dios y con nosotros mismos para irnos preparando cada vez más a la Pascua del Señor.
En este tercer domingo de Cuaresma partimos del Evangelio de san Lucas que ha sido proclamado. Comienza Jesús con una pregunta que nos interpela, nos invita a que la apliquemos a nosotros mismos ‘¿Piensan ustedes que aquellos galileos porque les sucedió esto eran más pecadores que todos los demás?’ Y Jesús se responde a sí mismo, ‘Ciertamente que no’.
A veces pensamos en el otro: ‘aquellos son muy pecadores, ¡híjole!, se porta muy mal’. Pensamos en el otro y lo juzgamos. Pudiéramos aplicar la pregunta, y Jesús responde hoy: ‘Ciertamente que no’.
Es verdad, debo de ver mi vida, entrar en mi propio desierto, cómo ando, lo bueno que tengo, lo bueno y lo malo, mi pecado, porque luego nos da la indicación, nos pide una respuesta, dice enseguida como una advertencia: ‘Y si ustedes no se convierten, perecerán igualmente’.
Pecado igual a muerte. Si no se arrepienten. Es una advertencia o una sugerencia de Cristo para mí: ‘Conviértete, para que tengas vida’, porque si no me convierto, pereceré por mi pecado.
‘Señor, ten misericordia de mí, he pecado contra el cielo y contra ti’
Como dice el otro pasaje que hemos escuchado: ‘Saca primero la viga que llevas en tu ojo y después la paja de tu hermano’. Que cada uno nos convirtamos. Y enseguida pone una parábola muy hermosa y esperanzadora que nos pone del lado de un Dios compasivo y misericordioso.
Con esta parábola hay una luz de esperanza. La Cuaresma hay que vivirla también en clave de esperanza en la misericordia de Dios. Dice la parábola: ‘Un hombre tenía una higuera, fue a buscar higos y no los encontró’, y dijo córtala. El viñador le dijo al señor, ‘Déjala todavía un año más para ver si da fruto, si no, el próximo año la cortaré’.
Esa higuera soy yo, esa higuera eres tú, el Señor espera de nosotros frutos, bondad, paz, servicio, generosidad, entrega, gracia, vida, amor. Espera de mí y de ti frutos, pero si no doy frutos, si estoy seco, si no doy los frutos que Dios espera, siguiendo el tono de la parábola, pues decimos córtala, no da frutos, sin embargo aquí viene la esperanza, la acción misericordiosa de Dios: ‘Vamos a darle otro año, otra oportunidad. Voy a aflojar la tierra, a echar abono’
Como el Señor nos tiene paciencia, mucho amor y misericordia, esos dos aspectos muy importantes: quiere obrar en ti, quiere aflojar la tierra.
Tenemos un corazón duro y no cambiamos ¡Afloja señor mi tierra, mi corazón, mis pensamientos!, ¡Estoy endurecido por mis pecados, remueve tu gracia dentro de mí! Echar abono, su gracia y su misericordia, la fuerza de su espíritu y amor. Y que lo recibamos y acojamos en esta Cuaresma. Dejarnos remover por el Señor hasta el interior y dejar que ese abono que nos da, nos convierta y demos frutos abundantes.
Por eso también la lectura del Éxodo nos presenta a este Dios que libera, que salva. En esa figura de Moisés que pastoreaba el rebaño, se aleja de su casa hasta el Monte Horeb y ahí tiene una experiencia de encuentro con Dios. Moisés observó que una zarza ardía sin consumirse. ¡Qué extraordinaria experiencia!, Moisés no sabía qué era y se acerca, y es cuando Dios le habla, y Moisés responde ‘Aquí estoy’. Le dice ‘Quítate las sandalias, el lugar que pisas es sagrado’. El simbolismo de este encuentro. ‘He escuchado el clamor de mi pueblo. Yo soy el Dios de tus padres, he descendido para liberar a mi pueblo de la opresión. El Señor quiere liberarnos, así como liberó al pueblo de Egipto, también hoy quiere liberar a su pueblo oprimido por la maldad, la injusticia, la muerte, de tantos males.
Que este tiempo de Cuaresma vivamos esta experiencia del Horeb, encontrarnos con esa zarza ardiente que es Jesús en la Eucaristía, que es Dios en todo su esplendor. Presentarnos ante el Señor y decirle: ‘Libérame de esta opresión, de mi egoísmo, soberbia’, y aceptar la gracia del Senor. Y como dice san Lucas, nos remueva hasta el interior y abone a nuestra alma.
Vivamos este tercer domingo de Cuaresma con humildad, reconocer mis pecados, pero también abrirme a la gracia a la luz del Padre Celestial que me envía a su hijo para purificarme y salvarme, porque es un Dios compasivo y misericordioso. Sigamos trabajando en el ayuno de mis pecados, en la oración, y en la práctica de la caridad.
Que nuestra madre santísima los acompañe en este camino de desierto cuaresmal. Un abrazo a todos y la bendición de Dios Todopoderoso.