- Con esta historia comenzamos esta serie para recordar al Juárez de antaño con la ayuda del cronista juarense Miguel García Sáenz…
Miguel García Sáenz*
Es el verano de 1960, 10 de agosto, día de San Lorenzo, día de fiesta, hoy mucha gente va en peregrinación hasta el pueblo así llamado: San Lorenzo. También se va en camión, los transportes Valle de Juárez que se toma en la calle Carranza, a un costado de Catedral. La feria de San Lorenzo es muy famosa y bonita, mi mamá me dice que es el santo patrono de Cd. Juárez, y algo curioso, siempre llueve este día, pero aún así la gente acude a visitar al santito.
Yo, un chavalito de 11 años ando paseando un rato en mi bicicleta alrededor de La Pila de la Chaveña, mi barrio, después de que la lluvia ha refrescado un poco.
Aquí, sentado en una de las bancas encuentro a don Manuel “mi tío” Manuel Alcántar, amigo de mi papá, me detengo y le saludo:
-Hola tío, porqué no ha ido a la casa?
-Que pasó “flaquito”, ven siéntate un rato.
-Ah, si es cierto, me iba a platicar lo de la muchacha bonita de la Revolución, la de la iglesia, ¿verdad? ¿Cómo fue eso?
Acuérdate que te he dicho que allá por 1911 anduve por aquí “peliando” en la Revolución, apenas tenía como 18 años y aquello que quieres oír en verdad pasó en aquel mes de mayo y así sucedió:
De sorpresa
Nos estábamos dando parejo, en ése punto ellos tenían la ventaja de estar arriba, en la azotea de la iglesia y nos “taban” tirando como a los Conejos. Eso fue en la Toma de Juárez; nosotros tirábamos “diabajo pa’arriba” como podíamos, allá arriba ellos tenían hasta “coconas” (ametralladoras). Acá abajo nos estábamos reforzando y llegaban más hombres a pegarles, unos por el lado de la Plaza de Armas, otros allá por la 16, donde estaba el Correo, nosotros por el lado sur, el del mercado. La cosa estaba endemoniada y nadie bajaba bandera, los veíamos moverse “diún lao a otro”, cubriéndose y apoyados en los costales y el pretil.
Acá donde yo estaba, habíamos empujado un carretón con el que nos protejíamos de los balazos de arriba “pa’bajo”, nos fuimos moviendo un poco de bajada hasta quedar a media cuadra, frente al costado sur de la iglesia, al lado del campanario y la puerta, en eso vimos a un soldado de los nuestros que iba repegado a la pared con una antorcha prendida en la mano; un oficial le había ordenado prenderle fuego a la puerta, pero adentro todo es de madera y ya muy vieja por cierto, de modo que iba a agarrar pronto y los “pelones” o salían o se achicharraban adentro y arriba.
Cuando el soldado llegó a la puerta, arrimó la antorcha y estaba muy metido tratando de prenderla; en eso apareció Lolita corriendo y sin medir el peligro, le gritaba algo que con la balacera no podíamos entender, yo creo que le decía que no lo hiciera. El soldado no hizo caso y ella le arrebató la antorcha, forcejearon y él la agarró de nuevo… ella se la volvió a quitar y le dió un empujón, de pronto allá arriba apareció un federal y apuntó con su rifle, hizo dos disparos, nosotros le tiramos desesperadamente a dar, pero nadie hizo blanco.
Un güero pecoso
En eso Lolita… mi querida Lolita, nuestra Lolita cayó hincada con la antorcha en la mano, bajó su brazo y así se quedó, hincadita, una bala le entró en la cabeza. El soldado le quitó la antorcha, llevó a ella hasta la puerta, la cubrió con su cuerpo y ya no se movía, solo la tomaba de la cara y voltiaba a vernos. Necesitaba ayuda. Y el desgraciado que desde arriba disparó salió vivo de ésa, pero todos lo vimos, y nos gritamos unos a otros ¡Es un güero pecoso, a ése no lo maten, lo queremos vivo!
Yo, Miguelito, estaba llorando de coraje, recargué mi máuser y oí la furia de mis compañeros, se desató la más horrible balacera que te puedas imaginar, aquellos desgraciados cobardes en ese momento conocieron el infierno… matar a una mujer, desarmada es de lo mas cobarde, no hay perdón. Y así, disparando sin piedad, ví que mis compañeros, todos, salían de sus trincheras y avanzaban hacia un mismo punto, la puerta de la iglesia, mis tres compañeros y yo saltamos del carretón todos sentimos lo mismo y nos unimos de inmediato a aquella avanzada suicida, inesperada
¡malditos…jijos de la… mataron a nuestra Lolita! mátennos a nosotros, a ver si pueden, bajen desgraciados, vengan acá, vamos a darnos como hombres, ¡no se escondan cobardes!
Bella Lolita
Avanzamos por los cuatro costados del templo causando bajas al enemigo de forma que ni ellos mismos se explicaban que había sucedido, al rato aparecieron trapos blancos amarrados a los rifles del enemigo, se estaban rindiendo en ese punto, tomamos a los prisio- neros sacándolos del templo y ahí, frente a frente vi al “pecoso”. Era un “pelao” grandote, más alto que muchos de nosotros, me miró con ojos de culpable, nuestro oficial al mando, un capitán nos decía: “calmados soldados, no hagan nada, hay que esperar al rato”… Pero era mucho el coraje. Ese desgraciado era el verdugo de nuestra Lolita.
Ella era una muchacha de algunos 19 años, delgadita, alta, cantaba muy bonito y era muy buena cocinera. Siempre nos hacía tortillas de mano o tamales, y si traías alguna herida o algo de tristeza, con sólo ponerte su mano sentías que se te iba el dolor. Todos la queríamos y la cuidábamos, para ella no había diferencias, a todos nos decía “jefe”. Si de noche estábamos de guardia nos llevaba café y un taquito de lo que fuera: ‘ándele mi jefe, pa’que no se me duerma’ nos decía. Se quedaba un rato ‘¿quiere otro cafecito?’ era de las consentidas de Mi General, Él le decía “m’hija”. Y cuando supo que la mataron, se quedó muy serio, se le pusieron los ojos rojos, rojos, y preguntó: “¿dónde está?, vamos a verla”.
Lágrimas de Mi General
Por la calle del costado de la presidencia, como a dos cuadras la estaban velando, había mucha gente afuera, mi general entró y se hincó con el sombrero en la mano frente a la caja cerrada, puso la mano derecha sobre el ataúd y con la izquierda se frotó los ojos
se quedó un buen rato mirando al suelo. ¡Mi general estaba llorando! Hincado y con el sombrero en la mano.
Miguelito, es duro ver a un hombre llorar, y si es tu amigo y lo quieres a lo macho, pues te hace llorar también, y eso nos pasó a todos ahí.
¡Hasta aquí llegaste!
Ese mismo día en la noche todos andábamos contentos celebrando el triunfo de la batalla, Juárez era nuestro. Como a eso de las dos de la madrugada estábamos como cincuenta en la Plaza de armas y no se nos quitaba la idea de la cabeza cuando dijo uno: “oigan, ai ́tá el pecoso prisionero en el correo, hay que ir por él antes que se lo lleven pa’ otro lado…y casi todos fuimos por él, aún sabiendo que aquello nos pudiera salir caro, pero nuestra Lolita bien lo valía, y así llegamos con el cabo de guardia que estaba al frente de la vigilancia.
“Mi cabo, préstenos un ratito al pecoso, usté ya sabe, orita se lo traemos de nuevo. El cabo que era bien parejo no dijo nada, entró y regresó con dos soldados y el “pecoso”. Lo “traiban” arrastrando al cobarde, “ai‘tá” pues, pero me lo regresan, ya saben”.
Y rápido nos lo llevamos a la plaza y ahí mero amarrado de un árbol de frente a la puerta de la iglesia donde había caído nuestra Lolita, le dijo nuestro compañero con voz fuerte pa’ que todos oyeran: “mira pa’ allá, desgraciado, a la puerta ¿Te acuerdas? Hasta aquí llegaste cobarde ¡Fuego! Se oyó la descarga y quedó fusilado. Esto es algo terrible, pero así es la guerra, la Revolución.
Desatamos el cuerpo y se lo llevamos al cabo, pa’que no le faltara en su inventario. En el cambio de guardia su reporte fue: “éste se quizo pelar, a’i lo tienen”. Y nunca nadie dijo nada, pero todos lo sabíamos.
Y fí́jate que hasta le compusieron un corrido a “Lolita la tamalera”.
“Ojalá que todo esto que te platico, que es verdad, nunca se te olvide y algún día lo puedas contra, tú sabes, para que no se pierda como muchas cosas que vimos y por quedarse callados nunca se saben”.
***
Y así como dos viejos amigos, sentados en una banca de la Pila de la Chaveña, un viejo revolucionario narra a un pequeño e inquieto juarense aquellas gloriosas hazañas ocurridas durante la Revolución Mexicana (Manuel Alcántar a Miguel García Sáenz. 1960)
* Miguel García Saenz, miembro de la Sociedad de Historiadores de Ciudad Juárez, Sociedad Cultural México-España y Ateneo Fronterizo de Ciudad Juárez