Diana Adriano
Con gran júbilo y espíritu de gratitud, la hermana Maureen Kelly celebró sus 50 años de vida de haberse consagrado como religiosa en la Congregación Siervas del Inmaculado Corazón de María.
Festejó en una misa solemne realizada en la capilla Santa Elena de la parroquia Jesús Obrero, el pasado sábado 06 de septiembre.
La Eucaristía fue presidida por el padre Víctor Fernández, entrañable amigo de la religiosa, quien en su homilía destacó la fidelidad y entrega de la hermana Maureen a lo largo de medio siglo de servicio.
El sacerdote recordó que la vida consagrada es un testimonio de perseverancia en un mundo marcado por constantes cambios.
“Te agradecemos mucho que hayas decidido seguir este camino y dar gracias a Dios. Cincuenta años no son pocos; abarcan dos épocas, 25 años del siglo XX y los primeros 25 del siglo XXI, tiempos de transformaciones en la Iglesia y en la sociedad, en los que tu entrega ha sido un signo visible del amor de Dios”, expresó.
En su reflexión, el padre Víctor subrayó que la consagración religiosa, especialmente en los primeros años de formación, se vivió en medio de la efervescencia de una Iglesia que buscaba renovarse después del Concilio Vaticano II, con un fuerte impulso pastoral y de acompañamiento.
“La presencia de Dios en la vida consagrada es luz y fortaleza en medio de las pruebas. La fidelidad de la hermana Maureen es un testimonio poderoso de que Dios siempre acompaña y sostiene”, afirmó.
Un testimonio de vida
En el marco de la celebración por sus 50 años de vida religiosa, Maureen compartió con la comunidad su historia personal y vocacional por medio de un escrito.
En la misa celebrativa, compartió aspectos destacados de su historia, marcada por la fe, el servicio y el acompañamiento a quienes más lo necesitan.
“Nací en Boston, de padres inmigrantes irlandeses, y soy la mayor de cuatro hermanos. Recibimos nuestra fe católica, un profundo amor a María y valores positivos”, dijo.
Relató que durante su infancia, convivió con compañeros y vecinos hijos de inmigrantes irlandeses, griegos, italianos y francocanadienses. Y que una experiencia clave en su juventud fue asistir con su padre a las novenas a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en la Basílica de los Redentoristas, donde conoció más de cerca la figura de San Alfonso María de Ligorio.
Formada por 12 años con las Hermanas de Notre Dame de Namour, a quienes describió como mujeres “inteligentes, profesionales y dedicadas”, Maureen comenzó su camino en la docencia como maestra de primaria en Boston, donde sus alumnos eran en su mayoría hispanohablantes. Esto la motivó a viajar a Puerto Rico para estudiar español y conocer de cerca la vida de las Hermanas de la IHM.
26 años en Juárez
Tras regresar a Boston e impartir clases en programas bilingües, su relación con las hermanas IHM se fortaleció. Finalmente, decidió solicitar su ingreso a la comunidad, siendo aceptada por Margaret Brennan. Se integró al Programa de Formación Intercongregacional en Puerto Rico, donde concluyó una fase para llegar a su primera profesión de votos.
Después de su primera profesión dedicó 15 años al trabajo pastoral en Ceiba y Vieques, y posteriormente fue enviada a México, donde ha servido durante 34 años, 26 de ellos en la Capilla Santa Elena, parroquia Jesús Obrero, en Ciudad Juárez.
Desde 2018, su misión ha estado muy ligada al acompañamiento de migrantes provenientes de Centro y Sudamérica. Junto con la Asociación Civil Sembrando Hoy y Cosechando Mañana y la Comunidad Intercongregacional de cinco institutos religiosos, han brindado apoyo en salud, educación, vivienda, documentos y acompañamiento espiritual a quienes buscan mejores condiciones de vida.
“Parece que mi vida ha dado un giro completo desde mis raíces irlandesas hasta compartir mi presencia con nuestras familias migrantes en Juárez. ¡Gracias a Dios por mis 50 años en la IHM!”, expresó sonriente la hermana Maureen.