Enrique Lluch Frechina/ Doctor en Ciencias económicas
Estamos instalados en una vida digital. Nuestra manera principal de comunicarnos con los demás está siendo cada vez más el ‘whatsaap’. Nos organizamos gracias a él, nos comunicamos con rapidez gracias a este instrumento y nos transmitimos mensajes, archivos, fotos y otras cuestiones a través de este medio de comunicación. Cada vez más vivimos de cara a las pantallas. Ya sea por nuestro trabajo o por nuestro ocio. Aunque es verdad que todavía veo personas con libros de papel en el metro de Valencia, la mayoría de quienes me rodean cuando viajo en él son personas “carapantallas” y tienen la vista fija en lo que sus móviles les ofrecen.
Ahora ha entrado la Inteligencia Artificial (IA) en nuestras vidas. Tengo compañeros emocionados con ella. Dedican su tiempo a entrenar su propia IA para que les haga aquello que ellos podrían hacer sin necesidad de esta ayuda. Como todo entretenimiento, precisa tiempo y esfuerzos, pero los ven compensados con que luego esta hace, de manera casi automática, lo que ellos harían después de un rato de trabajo. Les complace enormemente tener una máquina que les hace cosas que ellos podrían hacer por su cuenta con una gran rapidez (si no contamos, claro está, el tiempo dedicado a su entrenamiento).
Todo esto, parece hacerse casi por arte de magia. La IA aparece en nuestras pantallas de manera progresiva y nuestras comunicaciones se hacen a través de la nube. Nuestra consciencia sobre lo que esto supone, se difumina. Realmente nosotros solamente utilizamos un pequeño terminal y a lo mucho un ordenador que está conectado a un módem y a la luz eléctrica. Por ello, con frecuencia, no nos damos cuenta de lo que es necesario para que todo ello funcione.
Olvidamos que detrás de todo ello hay unos grandes centros de datos distribuidos por la geografía mundial que, no solo necesitan una gran cantidad de minerales y de materiales de construcción para poder funcionar, sino que también precisan de una cantidad de energía eléctrica enorme para poder funcionar y enfriarlos para que la ingente maquinaria que hay en ellos no se recaliente excesivamente. Detrás de estos centros de datos están las centrales eléctricas que, a su vez, precisan de fuentes energéticas para poder funcionar. Todos ellos necesitan de grandes cantidades de agua para poder llevar adelante sus procesos, ya sean de extracción o de fundición de los minerales, o de generación de energía eléctrica.
La vida digital necesita de tantos o más recursos de los que precisaba la vida mecánica (que a su vez precisaba de muchos más recursos que la vida natural). Esto quiere decir que estamos incrementando la explotación de nuestra madre naturaleza de una manera poco sostenible. En algunos casos estos recursos están comenzando a agotarse.