El jubileo es la ocasión para ofrecer esperanza, ante los desafíos y desalientos que muchas personas han caído. Es Jesús Nuestra esperanza…
Pbro. Jaime Melchor Valdez/Formador del Seminario
La llegada de Nuestro Salvador es el cumplimiento de las promesas del Padre. El Mesías esperado, prometido en los profetas, está en medio de nosotros. Con esta alegría y esperanza que llena los corazones de los que han creído, los ángeles del Cielo cantan a Dios, gozosos. El cielo y la tierra se han unido, porque el Hijo de Dios, e Hijo de María, es uno de nosotros. Nuestra humanidad ha sido honrada al haberse encarnado en María Santísima Nuestro Señor Jesucristo. La aceptación de la voluntad divina en ella, en la Anunciación, es un gran acontecimiento, el Señor está aquí. Su Nacimiento ha marcado el tiempo, en “Antes y Después de Cristo”.
La Navidad nos lleva a comprender la importancia de nuestra existencia, porque el amor del Padre al darnos a Su Hijo, que convive entre nosotros, renueva los corazones. Este “maravilloso intercambio”, como lo afirman los Padres de la Iglesia, nos hace posible alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Jesús hecho nuestro hermano en humanidad, nos eleva a participar de su naturaleza divina. Es una alegría que vivimos en este tiempo porque Dios mismo se ha dignado habitar entre nosotros.
La Navidad tiene mucha luz que nos enseña por dónde caminar. Distintas culturas en un mismo sentir celebran este gran acontecimiento. Los cantos, la fiesta, la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, la ternura que ello evoca, han provocado también la conversión de muchos incrédulos.
La celebración del Nacimiento del Hijo de Dios, nos va conduciendo a pensar en las realidades humanas más apremiantes del ser humano: el amor, y la vida. ¿Cómo es esto? En las palabras del Evangelio de San Juan, que incluso confesiones cristianas no católicas enmarcan “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo” (Jn 3,16) … está contenido el anhelo que también el ser humano desea mantener en su existencia: el amor. Esta necesidad, Dios la viene a llenar. Camina entre nosotros, y nos da cuenta de Su cercanía: “El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Jesús, el Verbo que estaba con el Padre, viene a nuestro encuentro. Él es la Vida, que nos da la gracia y la verdad (Cfr Jn 1,17). El Apóstol Pablo nos dice: “Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gal 4,4). Esto es también una gran esperanza para cada persona que anhela vida. Al hacerse hombre, el Hijo de Dios, viene a compartir nuestros sufrimientos, nos muestra el camino que lleva al Padre, es más, ¡Él es el Camino, la Verdad y la Vida! (Jn 14,6). Dirigir nuestra mirada al Salvador, nos dispone a alcanzar la vida eterna. Jesús muestra el rostro del Padre Eterno, su compasión y misericordia, que, como hijos suyos, deseamos ver.
El gozo de los sencillos
Los primeros destinatarios del mensaje de la Navidad no fueron los sabios y entendidos del mundo, sino aquellos, que, como María y José, creyeron siempre en las promesas divinas. Y aunque quizá fuera incomprensible la manera en que se dio el Nacimiento, ellos adoran a este Niño, recostado en un pesebre, sin lugar en la posada (Lc 2,7). Los pastores que cuidaban sus rebaños, escucharon la Buena Noticia. Los que en este mundo son excluidos, son los primeros para Dios. El gozo al recibir este mensaje del ángel, hace exultar el Cielo y los corazones de los pastores, que glorifican y alaban a Dios, confirmando lo dicho (Cfr. Lc 2,8-20).
Las actitudes de gozo y esperanza de los pastores son gratas a Dios, pues su confianza conmueve el corazón del Creador, que ha querido que Su Hijo, se identifique así, humilde como ellos, el será el Gran Pastor de Israel. El canto y el gozo de los pastores convocó hacia Belén. Los padres del Niño, de manera particular, María, conservaba estas cosas en su corazón (Lc 2,19).
El Nacimiento del Mesías, pobre y humilde en un pesebre, reconocido y adorado por los pastores, nos revelan también la gran confianza y amor de Dios a la humanidad, al permitir que Su Hijo sea custodiado por José y María, criado por ellos. Ello nos enseña la importancia de la familia para Dios, en su proyecto original, donde papá y mamá son necesarios para que la vida de los pequeños, que es frágil, crezca y madure en el amor.
Magos de Oriente: Llamado a todos los pueblos
San Mateo nos relata el momento de la llegada de unos Magos de Oriente, conocidos popularmente como los Santos Reyes (Lc 2,1-11). Ellos evocan también el cumplimiento de las promesas de Dios de salvación para todos los pueblos. No solamente el pueblo judío el heredero de ello, sino todo hombre y mujer creados, pues son elegidos en el Hijo de Dios que, hecho hombre, es hermano de toda la humanidad. Esto nos invita a superar tantas barreras que hemos puesto a quienes no consideramos hermanos, o que tienen miedo a los extranjeros sólo por el hecho de ser tales. La presencia de los Reyes Magos también nos viene a decir qué actitudes hemos de tomar ante la Palabra de Dios, ante la presencia del pequeño Hijo de Dios. Vencer los miedos, caminar, ser peregrinos en la fe y disponer con humildad el corazón, adorando y reconociendo al Señor, pequeño como uno de nosotros. No ser como el rey Herodes, que se siente el centro de todo, y con odio ataca a los pequeños, buscando asesinar al Hijo de Dios, al verdadero Rey (Lc 2,16-17). Todo el contexto en torno al Nacimiento de Nuestro que nos narran las Sagradas Escrituras nos invitan a nosotros a ponernos a meditar y reflexionar cómo queremos disponernos en esta Navidad, con qué actitudes y sentimientos recibimos al Salvador: ¿Lo recibimos con amor, como María? ¿Lo recibimos como San José, custodiándolo si ya lo acogimos en el corazón? ¿Le adoramos como los pastores, y nos alegramos por ello? ¿Reconocemos su divinidad, su humanidad y realeza, como lo hicieron los Reyes Magos? ¿O somos como Herodes, que con soberbia y egoísmo no nos abrimos al amor de Dios, y queremos seguir instalados en sí mismos?
RECUADRO
Jubileo que inicia en Navidad
La iglesia universal está por celebrar el jubileo ordinario del 2025 que llegar a inicio con la apertura de la Puerta Santa del 24 de diciembre de este año por el Santo padre Francisco en el Vaticano, en la Basílica de San Pedro.
Luces para anidar esperanza
Así también tendremos la oportunidad de la diócesis de abrir la puerta Santa el 29 de diciembre Será la oportunidad para poder revitalizar nuestra esperanza. El mundo necesita la esperanza continuamente y Jesucristo nos ha dado los motivos para seguir esperando. Él es el prometido del Padre. Nos habla de la vida eterna; ha sido enviado y se ha encarnado haciéndose uno de nosotros. Nos habla de la esperanza que hay para la humanidad, ya que Él mismo, encarnado, se convierte en nuestra máxima esperanza. La vida de Jesús es la Luz que guía este camino en el cual nos dirigimos a la patria celestial.
La vida de la Iglesia pertenece a Jesús. Este jubileo de la esperanza nos hace mirar al horizonte de una manera clara y más precisa a las promesas del Padre y Jesús entre nosotros viene a darnos el consuelo y la esperanza que hay en el corazón. Él no nos defrauda como dice esta hermosa Bula “Spes non confundit” (“La esperanza no defrauda”) que el Papa Francisco publicó para toda la Iglesia y el mundo entero (9 de mayo 2024). El mundo necesita aprender lo que significa con todo ello la paciencia. En el mundo en que actualmente nos movemos “digitalizado-globalizado” no es tan sencillo mucho menos detectar fácilmente hasta qué punto también podemos perder la paciencia en lo ordinario.
Sin embargo, este jubileo nos da luces para que en este camino, como decíamos, no dejemos de mirar a Jesús y Jesús nos dice por dónde caminar nos dice cómo estar atentos a la voz del Espíritu nos dice también como su persona es ya el cumplimiento del Reino.
Si bien San Juan Bautista, precursor de Jesús, nos abrió el camino y lo preparó al mismo Señor, también nos dice cómo emprender esta esperanza con acciones concretas: la justicia; la caridad; el amor al prójimo; dar frutos de conversión. Uno de los frutos precisamente será la confianza en Dios que está en medio de nosotros.
De esta manera el jubileo es una oportunidad para que nuestro corazón se anide la esperanza que da fruto. El señor Jesús dice también que ese fruto permanezca cuando nos unimos a él. Por ello tantas cosas hemos de aprender de la Iglesia. Y en la Iglesia por medio del Espíritu Santo que precisamente renueva esta esperanza. Es un llamado a no cansarnos de luchar; que no nos desesperemos, ni nos desalentemos. De este modo provienen los gozos que nos trae Jesús y su persona. Así seremos capaces de dar la vida, amar, como Él nos amó.
¿Cómo poder caminar durante el Jubileo?
El jubileo es la ocasión para ofrecer esperanza, ante los desafíos y desalientos que muchas personas han caído. Es Jesús Nuestra esperanza. Precisamente el Año Jubilar nos viene a recordar que la esperanza no defrauda, y que las promesas de Dios se cumplen. Ya cada uno en sí es llamado a la vida eterna, por el Espíritu Santo que se nos da. Él, mantiene en nuestro corazón esa llama de esperanza por pequeña que parezca.
Así como en la Navidad se manifiestan los mejores sentimientos y se realizan buenos propósitos, este Año Jubilar quiere ser una bendición y oportunidad para reavivar este don. Nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios, y por ello nuestra esperanza no quedará defraudada. (Cfr. Rom 8,35.37-39; Spes non confundit 3). El Padre nos muestra su amor por Su Hijo que nos entregó Su vida.
En medio de todo lo que la “sociedad digitalizada” ofrece de una manera rápida, hemos también de descubrir cómo es necesario aprender la virtud de la paciencia, y quizá sea un gran desafío. El Jubileo es aprender la paciencia, pero es forjarla con esperanza en las promesas de Dios, como los antiguos profetas. María nos da ejemplo en su cántico. Ella dice: “Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre” (Lc 1, 54-55).
Es necesario observar la naturaleza; ver lo indispensable que es para nosotros perseverar y pedir al Espíritu Santo el fruto de la paciencia. ( Spes non confundit 4).
Al iniciar este tiempo de la Navidad, y comenzar el año Jubilar, podemos revisar en dónde se fincan nuestras esperanzas. Cuántas veces no erramos porque queremos resultados distintos con las mismas metodologías. Y crece la desilusión. Si construimos nuestras esperanzas no en actitudes optimistas pasajeras, sino en Cristo que nos cumple sus promesas, y no nos defrauda, estaremos firmes.
Esta alegría del Jubileo, oportunidad para crecer en la virtud de la esperanza, desde la gracia que nos da el ser hijos amados del Padre, y hermanos de Jesucristo, nos lleve a esforzarnos para convocar a otros a la salvación que esperamos.