Diana Adriano
La parroquia Mártires Mexicanos ha sido un pilar de fe y trabajo constante desde su fundación como tal. Su comiunidad se ha destacado, a lo largo de los años, por un gran compromiso y trabajo que muestran el amor por Cristo y por la Iglesia en la zona en la que se encuentra enclavada, al oriente de la ciudad.
Este compromiso se ve reflejado en las diversas actividades pastorales, misas y eventos comunitarios que, bajo la guía de sacerdotes franciscanos, han fortalecido la espiritualidad de sus miembros.
Dos servidoras que han estado presentes desde los primeros días de la parroquia, compartieron su experiencia en este viaje de fe…y de entusiasta trabajo. Ellas recuerdan los primeros tiempos como una etapa llena de desafíos, pero también de grandes bendiciones.
Primeros pasos
María del Carmen Arzate, servidora de la comunidad, recuerda con cariño los primeros días de la comunidad, cuando aún no existía el templo y las misas se realizaban en un parque lleno de árboles.
Mary Carmen se refiere a un espacio de la Colonia Morelos III, al costado del terreno donde, unos años después, se construyó el templo parroquial.
“Llegué desde el inicio, cuando los sacerdotes que nos atendían eran diocesanos. Todo comenzó en un parque, enseguida de donde ahora está el templo. En ese entonces venían servidores de Nuestra Señora del Pilar a ofrecernos distintos servicios”, recordó.
La creación de esta comunidad fue un esfuerzo conjunto entre los fieles y el padre Gerardo Rojas, quien hoy es obispo de Tabasco, pero en ese tiempo servía en Nuestra Señora del Pilar.
“Cuando ya se comienza a hacer comunidad, la gente y el padre Gerardo se empezaron a mover para que nos dieran el terreno en el municipio. Él fue uno de los pioneros y quien nos consiguió el terreno”, añadió María del Carmen, recordando esos primeros pasos, clave para el establecimiento de la parroquia.
Momentos clave
María recuerda estos momentos en la historia de la parroquia:
“Cuando empezaron a construir, el padre Gerardo se contacta con el padre Fernando López, que venía de la comunidad de Guadalupe en El Valle de Juárez, y lo designan a él como párroco», mencionó .
Lamentablemente, el padre Fernando contrajo meningitis y falleció poco tiempo después. «Cuando él fallece, nosotros estábamos en un retiro en el que hubo un fruto tremendo. Fue difícil la noticia de su muerte, pero desde entonces hasta la fecha hubo mucha pesca buena», comentó la entrevistada refiriéndose al crecimiento espiritual que siguió en la comunidad tras la pérdida de su primer párroco.
Luego, a principios de los años 90, llegó el padre José Solís (q.e.p.d.), quien continuó con la construcción del templo, asegurando que el trabajo iniciado por sus predecesores siguiera adelante.
Tras su partida, la comunidad pasó a ser atendida por sacerdotes franciscanos, invitados por el obispo don Manuel Talamás.
“Llegaron el padre Pablo, el padre Abraham, el padre Gerardo y Fray Salvador», añadió la entrevistada, destacando cómo estos religiosos continuaron fortaleciendo la fe y el compromiso de la comunidad.
Un gran caminar
Estela del Carmen Luna ha dedicado 18 años de su vida al servicio de la parroquia como auxiliar en el grupo de monaguillos, y actualmente colabora con la Legión de María.
Su compromiso ha sido inquebrantable, habiendo servido como catequista, lectora, sacristán y ministra de la comunión. «Lo que se necesite, para eso estamos aquí», comenta con humildad.
Estela recuerda cómo comenzó su servicio cuando la parroquia recién empezaba a consolidarse, en 1996, un año después de que los frailes franciscanos se establecieran.
El templo, en ese momento, apenas estaba en construcción, con un suelo de tierra y una estructura básica. «Lo primero que se hizo fue para cubrir el Santísimo, porque cada vez que llovía se goteaba muchísimo», recordó Estela.
Con el esfuerzo de la comunidad, poco a poco, el templo fue tomando forma. Las cocinas y las ventas de fin de semana, especialmente las enchiladas, fueron clave para recaudar fondos.
“Siempre nos iba muy bien; vendíamos enchiladas todo el día», recordó con alegría.
Y a pesar de las limitaciones que tuvieron, la comunidad supo adaptarse, trabajando con lo poco que tenían para ir mejorando las instalaciones y fortaleciendo su misión.
Mirada hacia el pasado
La entrevistada también recordó que la comunidad de Catecismo era grandísima en sus inicios.
“Como la colonia apenas empezaba, había alrededor de 450 niños, y las celebraciones siempre estaban muy llenas. La gente, al ser una colonia nueva, quería estar en misa”, compartió.
Con el tiempo, otras comunidades comenzaron a formarse, como La Expectación de María. Así, los habitantes católicos de esa zona se fueron distribuyendo entre las distintas parroquias y capillas.
“Hemos visto la evolución de nuestro esfuerzo hasta nuestros días», dijo Estela, recordando las palabras que le dijo el padre Pablo González, uno de los párrocos de Mártires Mexicanos:
“Estela, a ti te toca trabajar hoy, y a tus hijas les tocará disfrutar mañana”.
Hoy, mirando hacia atrás, Estela reconoce que esas palabras se han cumplido.
Momentos significativos
Tanto estela como María del Carmen recuerdan hoy, con gran emoción, muchos momentos significativos en la historia de la parroquia.
“En julio de 1999 tuvimos una primera cantamisa de un Fraile Franciscano que se ordenó: Fray José Alfredo Ramírez Devora. Fue una fiesta muy grande para nosotros, pasamos todo el día haciendo arreglos para celebrar”, relató Estela.
Dijo que otro de los eventos memorable fue en 2005, cuando en el Estadio Jalisco de Guadalajara, fueron beatificados los Mártires Mexicanos.
“Estábamos de fiesta, vino el obispo don Renato Ascencio, que en paz descanse, muchos sacerdotes y danzas. Pero cayó una lluvia tremenda, puro lodo, y la fiesta se hizo adentro del templo”, recordó la entrevistada entre risas.
Y enmedio esas historias de convivencia y de compartir el mensaje cristiano, la comunidad de Santos Mártires Mexicanos aprendió de todos sus sacerdotes “a trabajar bastante”, dice Estela.
Hoy en día, la comunidad parroquial sigue firme en su misión, impulsando a las nuevas generaciones y enseñándoles a mantener viva la tradición que tanto ha marcado a la comunidad.