Diana Adriano
Este domingo, la Iglesia católica celebra el Domingo Mundial de las Misiones, una jornada que invita a todos los fieles a renovar su espíritu misionero, a abrir el corazón al servicio y a compartir el amor de Dios más allá de las fronteras.
En este marco, Luisa María Díaz de León Gómez, originaria de Ciudad Juárez, compartió su testimonio de misión en la India, donde vivió varios meses de servicio junto a la congregación fundada por Santa Teresa de Calcuta.

Inquietud misionera
Aunque actualmente no pertenece formalmente a ninguna comunidad, Luisa comenta que su formación espiritual y el ejemplo de sus padres, quienes participaron activamente en el movimiento Regnum Christi, fueron parte de lo que sembró en ella el deseo de servir.
“Desde pequeños íbamos a misionar en Semana Santa a lugares del estado de Chihuahua con Familia Misionera. En una de esas experiencias conocí a una chica que hablaba sobre la posibilidad de ir a la India con las Hermanas de la Caridad. A mí siempre me había llamado la atención la vida y el trabajo de la Madre Teresa, así que eso me quedó muy grabado”, relató.
Años más tarde, mientras cursaba la universidad, aquella inquietud volvió a tocar su corazón. Ya graduada, decidió investigar cómo podía participar como voluntaria en Calcuta, aunque sin un proceso formal de contacto con la congregación.
“Realmente no hay una invitación o registro oficial. Uno simplemente toma la decisión, compra su boleto y llega. Nadie te está esperando, no hay trámite, no hay cobro, solo la disposición personal. Te presentas y dices: ‘Me gustaría ser voluntaria’”, explica.

Cambio de perspectiva
Fue así como en 2019, Luisa emprendió su viaje a Calcuta, una experiencia que cambiaría su vida. Al llegar, se hospedó en una casa sencilla cercana a la ‘Mother House’, la sede central de las Misioneras de la Caridad.
“Recuerdo que el primer día me dijeron que la misa era a las seis de la mañana. Al día siguiente me acerqué para inscribirme y elegir un lugar dónde apoyar. Hay diferentes casas: para niños, hombres o mujeres con discapacidades, enfermos terminales o ancianos abandonados. A mí me tocó servir en una casa para mujeres con discapacidades físicas y mentales”, compartió.
Su rutina diaria comenzaba muy temprano, caminando 45 minutos para llegar al lugar. Allí ayudaba a lavar ropa a mano, tenderla al sol, repartir alimentos, limpiar, y acompañar a las mujeres en sus actividades diarias.
Con el tiempo, al permanecer más meses, se le permitió realizar labores más específicas: “Apoyé a una joven que había sufrido estrés postraumático enseñándole a usar la computadora. También ayudé a pasar registros de libros a formato electrónico y colaboré en el cuidado de mujeres que necesitaban curaciones o atención especial”.
El impacto de la experiencia fue profundo, tanto en lo humano, como en lo espiritual, compartió Luisa.
“Fue muy impactante ver la realidad de Calcuta. Aunque había misionado antes en México, nunca había vivido algo así. Las condiciones de pobreza, las calles… todo te confronta. Pero, al mismo tiempo, me encontré con personas de todo el mundo que iban con la misma disposición de servir. No fue difícil integrarme, aunque sí fue un reto físico y emocional”, recordó.

La barrera del idioma
Luisa explicó que saber inglés la ayudó a comunicarse con otros voluntarios, pero para comunicarse con las personas atendidas, las palabras no eran necesarias.
“Era más con gestos, con las manos, con la sonrisa. Aunque no hablábamos el mismo idioma, nos entendíamos con el corazón. Ellas sabían cuándo estábamos ahí con cariño y nosotros sabíamos cuándo ellas nos lo agradecían. Se crea un vínculo que no necesita palabras”, dijo.
Permaneció casi cuatro meses en Calcuta, tiempo durante el cual vivió momentos de alegría, cansancio y crecimiento espiritual.
“A veces me sentía agotada, llegué a enfermarme un poco, pero todo lo ofrecía a Dios. Aprendí que servir también implica sacrificio. No es fácil salir de tu comodidad, pero vale la pena”, sentenció.
Una mirada distinta
Confesó que al regresar a México, su mirada sobre la vida cambió.
“No fue un cambio visible para los demás, pero internamente sí. Entendí que servir y amar son lo mismo. Como decía la Madre Teresa: ‘Si no vives para servir, no sirves para vivir’. Aprendí que no se trata de esperar algo de los demás, sino de dar primero. A veces nos cuesta porque nuestro orgullo o ego se atraviesa, pero ahora, recordar a Calcuta me ayuda a poner pausa, a ser más consciente, a actuar con amor”.
Aunque reconoce que le gustaría volver, las circunstancias han cambiado.
“Después de mi regreso vino la pandemia y por un tiempo las hermanas no recibían voluntarios. Ahora me acabo de casar, así que no es tan fácil. Pero trato de vivir mi Calcuta aquí. Antes de casarme iba una vez por semana a un asilo de ancianos. Me gusta pensar que donde estoy puedo servir, no necesito ir al otro lado del mundo para hacerlo”.
En este Domingo Mundial de las Misiones, con su testimonio, Luisa quiso dejar este mensaje para todos los que sienten el llamado a servir.
“No dejemos pasar la oportunidad de servir, ya sea aquí o en cualquier parte del mundo. Si se presenta la ocasión, tómala. No te vas a arrepentir. Puede haber momentos incómodos, pero Dios siempre encuentra una forma de llegar a nosotros. Él nos habla a través de esas experiencias y de las personas que más lo necesitan”.
Así, la historia queda como recordatorio de que todos pueden ser misioneros desde donde se encuentren, pues el amor y el servicio no tienen fronteras. Y que -como dijo Santa Teresa de Calcuta- “No todos podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con un gran amor.”

































































