Pbro. Víctor Fernández
Todos nosotros los bautizados somos discípulos misioneros de Cristo y estamos llamados a ser en el mundo un evangelio viviente, por lo tanto tenemos que esforzarnos en llevar una vida santa, para poder dar ese “sabor” a los diversos ambientes en los que vivimos, especialmente en aquellos en los que abunda el pecado y la corrupción, como lo hace la sal que da sabor a la comida; de igual manera estamos llamados a portar la luz de Cristo con el testimonio de una autentica vida de caridad.
Pero si nosotros los cristianos dejamos de ser ese sabor, esa sal de la tierra y esa luz del mundo, como iglesia perdemos nuestra identidad ante el mundo, nuestra eficacia. Debemos de alegrarnos de tener esta hermosa misión de ser luz del mundo y sal de la tierra, la misma luz que recibos de Cristo el día de nuestro bautismo, una luz que debemos conservar y custodiar, el cristiano debe ser una persona portadora de la luz de Cristo, una persona luminosa, siempre dispuesta a ser sal, dar sabor a la vida especialmente en momentos de dificultad, de desesperanza y adversidad.
Si el cristiano apaga esta luz y pierde su sabor, su vida espiritual perderá todo sentido, será un cristiano de nombre solamente, con una vida vacía, sin sentido, diría el apóstol San Pablo una campana que resuena (1 Cor. 13). Sería bueno preguntarnos ¿Cómo quiero vivir? ¿Cómo un lámpara encendida o como una lámpara apagada? Dios es fiel a su palabra y él no deja de darnos esa luz, para que nosotros seamos portadores de ella y llevarla por todas partes, especialmente con los más tristes, agobiados y necesitados, aquí es donde cumplimos con nuestra vocación de Iglesia.
El día de hoy es importante y necesario, en un mundo tan complicado, ser testimonio de luz en medio de situaciones de ruido, escandalo, enfermedad, migración, violencia, muerte e injusticia, hay que acoger la vida, amarla, defenderla, promoverla, estar cerca de quien padece necesidad, gritar con nuestras obras y palabras que: “la vida es el regalo más preciado que Dios nos ha dado” un regalo que jamás deberá ser despreciado y amenazado, sino defendido y amado, ese tendrá que ser nuestro sacrificio y empeño.
No olvidemos pues que somos luz y sal de la tierra cada vez que asistimos a un enfermo, cuando visitamos a un encarcelado, damos pan a un hambriento, compartimos ropa con los necesitados, damos un vaso de agua a un sediento, acogemos a un hermano migrante, ayudamos al huérfano y a la viuda, cuando nos comprometemos a enseñar al que no sabe, pero sobre todo cuando nos proclamamos en favor de la vida humana y la defendemos y promovemos.
Les invito pues a hacer nuestra la oración de san Francisco de Assis: “Señor hazme un instrumento de tu paz, donde haya odio lleve yo tu amor; donde haya ofensa, tu perdón Señor; donde haya discordia, lleve yo la unión; donde haya duda, lleve yo la fe; donde exista el error, lleve yo Señor tu verdad; donde haya tristeza, lleve yo alegría y donde haya tinieblas lleve yo tu luz…”
V Domingo del Tiempo Ordinario.
Mt. 5, 13-16.