La inmensa mayoría de los católicos mexicanos no puede ir a Roma para ver al papa. Será Roma, entonces, la que venga a ellos a través de Francisco, su obispo. No seremos parte de esos más de diez millones de personas que anualmente visitan la Basílica de san Pedro, y que van de todos los rincones de la tierra. No iremos a detenernos frente al altar mayor de la imponente basílica vaticana para rezar el Credo, como buenos peregrinos, y recibir la bendición del Santo Padre.
Será el mismo papa quien venga a nosotros psara bendecirnos y confirmarnos en la fe católica. Como el humilde pescador de Galilea confesó un día en Cesarea de Filipo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”, también nosotros haremos nuestra confesión, frente al Santo Padre, muy probablemente, en nuestra tierra fronteriza. Esperamos que el mismo papa lo confirme el próximo 12 de diciembre, en Roma, durante la misa que celebrará en honor a la Virgen de Guadalupe.
¿Quién es el hombre de sotana blanca que vendrá a visitarnos a México? Para los católicos la figura del papa es de derecho divino, es decir, fue instituida por Jesucristo. Es una función que el Señor encomendó directamente a Pedro, el primero entre los Apóstoles, y que se transmitió a sus sucesores (Mt 16,13-20). Lo llamamos cabeza del colegio episcopal porque recibió de Jesús la misión de presidir, junto con los sucesores de los Apóstoles, el gobierno y la enseñanza a todos los cristianos. También lo llamamos vicario de Cristo porque ejerce su potestad en el nombre del Señor. Lo llamamos, además, pastor de la Iglesia universal porque tiene poder de primacía sobre todos los miembros del pueblo de Dios (Jn 21,15-17).
El papa Francisco vendrá a México para confirmarnos en nuestra fe católica. “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Pedro y sus sucesores los papas, han recibido de Cristo dar unidad y firmeza a la sociedad sobrenatural –espiritual y visible– fundada por él para santificar a los hombres y glorificar a Dios. Jesucristo es la piedra angular de todo el edificio, y Pedro es el fundamento visible de la unidad de la Iglesia.
El hombre que vendrá desde Roma en febrero es a quien Jesús prometió y entregó las llaves del Reino de los cielos. Por lo tanto, es el administrador del reino de Cristo en la tierra. Bíblicamente las llaves son símbolo de autoridad del funcionario encargado del palacio real. Nadie puede acceder al rey sino pasando por aquel que abre y cierra las puertas de la morada real. Ya lo había profetizado Isaías: “En tus hombros le pondré las llaves de la casa de David; nadie podrá cerrar lo que él abra ni abrir lo que él cierre” (Is 22,22). Y Apocalipsis dice: “Esto dice el que es santo y verdadero, el que tiene la llave de David que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre” (Ap 3,7).
Al asumir el pontificado, Francisco rechazó la cruz pectoral pontificia de oro que utilizaron sus predecesores; en cambio eligió llevar en el pecho una cruz con la imagen de Jesús, el buen pastor, que lleva sobre sus hombros a la oveja perdida. Algunas interpretaciones, para desprestigiar al papa y confundir a los católicos, dijeron que se trataba de un esqueleto o del dios egipcio Osiris, un símbolo masónico. Eso es absolutamente falso. Fijémonos bien: en la cruz del papa, además del pastor con la oveja, aparece un rebaño detrás del pastor –las 99 ovejas en casa– y el Espíritu Santo en forma de paloma. Ello nos recuerda que Jesús dijo a Pedro: “No tengas miedo. Desde ahora vas a ser pescador de hombres”. Y nos recuerda también el inmenso amor que el papa Francisco ha mostrado al ir hacia los últimos, a los pobres y pecadores para invitarlos a recibir la misericordia de Dios.
Francisco, Dios mediante, estará entre los mexicanos y muy probablemente, entre los juarenses. Vendría a buscar a los pobres, a pastorear y a consolar aquellas regiones de México que han sido severamente golpeadas por la violencia y la injusticia: San Cristóbal de las Casas representando a los más pobres y a los indígenas; Morelia representando a los más golpeados por la violencia y la anarquía; y Ciudad Juárez representando a los grandes flujos de inmigrantes que buscan llegar más allá de las fronteras del norte.
Viviremos, con la gracia de Dios y si el papa así lo confirma, días de intensa emoción. Habremos de unir esfuerzos, Iglesia, gobierno y sociedad civil, para recibir al hombre de las llaves, al pastor universal. Roma estará entre nosotros.