Con esta reflexión concluimos esta serie sobre las virtudes teologales, bajo la guía del padre Juan Carlos López, quien nos ayudó a conocer su función en la vida moral de los cristianos…
Pbro. Juan Carlos López Morales
- Introducción
Este domingo reflexionamos sobre la última de las virtudes teologales y su importancia para la vida moral de nosotros los cristianos. La reflexión sobre esta virtud, José-Román Flecha Andrés la inicia diciendo que en nuestros días pocas palabras hay tan manoseadas como el amor y la caridad. Tanto la palabra “caridad” como la palabra “amor” han quedado desvirtuadas. A cualquier sentimiento se llama hoy amor. Y ya casi nada se identifica con la caridad. Hasta la misma palabra produce cierto pudor a muchos que prefieren sustituirla por la de “solidaridad”.
Y, sin embargo, la caridad es la señal distintiva de la auténtica humanidad. Sólo es persona quien se da y se entrega a los demás. Esto lo comprendió muy bien Santa Teresa del Niño Jesús cuando en su manuscrito autobiográfico escribió: “Comprendí que el amor abrazaba todas las vocaciones, que el amor era todo, que se extendía a todos los tiempos y a todos los lugares … en una palabra, que el amor es eterno”. O en palabras de santo Tomás: “la caridad es la forma, el fundamento, la raíz y la madre de todas las demás virtudes”.
- La caridad en el mensaje bíblico
En el Antiguo Testamento el amor trasciende el ámbito del sentimiento para ser presentado en su realidad más honda. El amor humano, en efecto, es un signo de lo que el ser humano es en su más honda verdad. Y es también una vocación en la que se realiza esa verdad. Sobresale el mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo (Lev 19, 18). Ese amor se dirige sobre todo a los más necesitados, por ejemplo al emigrante, al huérfano y a la viuda.
El mensaje de los profetas dignifica el amor humano al tomarlo como medio para expresar el amor de Dios a su pueblo. Un claro ejemplo de esto es el libro del profeta Amós, el cual se debió casar con Gomer una mujer de prostitución. El amor de Amós representa en su vida el amor de Dios por su pueblo de Israel (Gomer).
Los evangelios por su parte nos enseñan que el amor es la clave de la vida y el mensaje de Jesús, así como de sus discípulos. El amor es el corazón de la vida del discípulo. Quien viva en el amor, pertenecerá siempre al grupo de los seguidores de Jesús. En este sentido, Tertuliano dice que “la práctica de la caridad es lo que nos caracteriza delante de los demás”.
La caridad tiene su origen en Dios: “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó primero” (1 Jn 4,10). Y ese amor suyo nosotros lo pasamos a los demás. Es más: no podemos amar verdaderamente a los demás si no es con el amor que de Dios recibimos. Por eso, cuando nos negamos a amar a nuestros hermanos, estamos dificultando a Dios su posibilidad de amarlos.
III. Reflexión eclesial sobre la caridad
La caridad es una virtud teologal infundida por Dios. Por ella, dice san Agustín, amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas, y a nosotros mismos, al prójimo y a la creación entera por Dios. La caridad es el criterio último de discernimiento por el que se distinguen los hijos del Reino eterno. Nada hay más excelente que este don del mismo Dios. El Espíritu Santo puede conceder otros dones, pero si no van acompañados de la caridad, nada aprovechan. San León Magno, en su Sermón 48 dice que … “ninguna conducta es fecunda, por muy excelente que parezca, si no está engendrada por el amor…”.
Ha de entenderse la caridad, en primer lugar, como amor a Dios. Pero, la caridad se manifiesta también en el amor al prójimo. “Amamos a Dios y al prójimo con la misma caridad. Pero debemos amar a Dios por sí mismo, y al prójimo por Dios” (San Agustín). Respecto a este punto, san Juan Climaco, en Escala del paraíso, anota que “no se entiende el amor a Dios si no lleva consigo el amor al prójimo. Es como si soñase que estaba caminando: es sólo sueño, no se camina. Quien no ama al prójimo, no ama a Dios”.
- Caridad y responsabilidad moral
La caridad es la fuente y el motivo del comportamiento moral cristiano. La caridad no puede reducirse a un vago sentimentalismo que rehúye el compromiso práctico. Amar es comprometerse con la persona amada. Debe abarcar a todos los hombres sin limitación alguna, y no puede quedar ligada sólo a quienes nos hacen bien, a quienes nos ayudan o se portan correctamente con nosotros. La caridad no tiene medida humana porque es imitación del amor de Dios, que es infinito.
El mayor enemigo de la caridad es la soberbia, el egoísmo de pensar sólo en uno mismo, que nos hace olvidar la presencia y las necesidades de los demás. Negar el amor al prójimo es negar la verdadera esencia del Dios en el que creemos. Un Dios que es amor y sólo como amor puede ser reconocido, confesado, adorado y amado.
Para concluir, recordemos lo que Pablo VI dijo en su radiomensaje de Navidad en el año de 1943: “¡Que la caridad reine en el mundo! ¡que el amor traído por Cristo, hecho niño sobre la tierra y por Él encendido entre los hombres, se inflame siempre más hasta que llegue a ser capaz de quitar de nuestra civilización la deshonra de la miseria que pesa sobre los hombres semejantes nuestros y hermanos nuestros en Cristo!”
Pie de foto:
La Virtud de la Caridad. Pintor anónimo de Umbría, año 1500 aprox