Pbro. Juan Carlos López/ teólogo moral
En esta ocasión iniciamos una serie de reflexiones sobre las virtudes cardinales. Virtudes fundamentales sobre las que se construyen las relaciones humanas y el orden social. También en esta ocasión, como cuando reflexionamos sobre las virtudes teologales, vamos a seguir el texto de José-Román Flecha que lleva el titulo de “Vida cristiana, vida teologal”.
Tradicionalmente se suelen señalar cuatro virtudes fundamentales enunciadas por Platón en el contexto de la tradición filosófica clásica y que ejercieron gran influencia sobre el pensamiento posterior del cristianismo. Son llamadas cardinales porque son el quicio alrededor del cual gira toda la virtud moral del hombre y son principios de otras virtudes derivadas o en ellas contenidas. Son: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.
Después de esta breve introducción, comencemos reflexionando la virtud de la prudencia.
Virtud de la prudencia
- Introducción
Podríamos detenernos a pensar en nuestra experiencia personal de la prudencia y nos daríamos cuenta que pocas veces tenemos conciencia de ser o de haber sido imprudentes. Con frecuencia consideramos que nuestra decisión ha sido imprudente al constatar los resultados negativos a los que nos ha llevado.
Por otra parte, la prudencia es con mucha frecuencia una virtud malentendida y maltratada. En la opinión popular, la persona prudente, precisamente por serlo, parece evitar el riesgo y conservar el ritmo y el espacio de la dorada mediocridad.
Flecha Andrés afirma que la prudencia es absolutamente necesaria en la vida del hombre. Sin ella, ni la justicia sería justa ni la fortaleza realmente constructiva. Por su parte, santo Tomás la calificaba como “madre” de las virtudes.
- Definición y sentido de la Prudencia
En general, en la romanidad clásica, en algunas ocasiones significaba la cualidad por la que una persona es capaz de prever las consecuencias de una acción, incluso en el futuro. Cicerón escribía que “la prudencia brota del conocimiento de las cosas buenas y malas, así como de aquellas que no son ni buenas ni malas”.
San Agustín definía la prudencia como “el conocimiento de las cosas que debemos apetecer y de las que debemos evitar”. San Isidoro define al prudente (prudens) como el que ve lejos (porro videns). En consecuencia, se podría decir que le prudente es aquel que tiene su vista mas allá de los límites estrechos que lo cercan. El prudente sería el que se adelanta al futuro previendo sus demandas y sus posibilidades.
Otro autor de nombre Francisco Fernández Carvajal anota que la prudencia es la que va llevando de la mano a las demás virtudes para que de verdad consigan su finalidad. El mismo autor nos recuerda que santo Tomás la llama “el ojo del alma”, porque si se obra sin ella es como obrar a ciegas. San Bernardo dice que “es como el timón o el piloto en un navío, sin el cual necesariamente ha de perecer o naufragar”.Y san Francisco de Sales dice que la prudencia “es luz o antorcha de nuestra vida, que nos ilumina para no errar en el camino… y sal que preserva de la corrupción las demás virtudes.
III. Prudencia y moral cristiana
Pensar la virtud de la prudencia en el marco de la teología moral nos lleva a considerarla a medio camino entre el sentido común y el don de temor de Dios que se manifiesta en la capacidad del discernimiento.
Según santo Tomás esta virtud implica tres actos: deliberar, juzgar y ordenar.Puede llamarse prudente el que, después de recabar los consejos oportunos, sabe valorar las diferentes circunstancias y prever las consecuencias de una determinada acción. Para actuar con prudencia se necesita apelar a la memoria y practicar el ejercicio del buen tino para acertar con la solución y de la docilidad para aceptar los consejos ajenos.
Cada una de las virtudes cardinales tiene a su alrededor una serie de virtudes, en cierto modo menores, que se acostumbra a llamar “partes” de aquella virtud. En el caso de la prudencia se distinguen: la memoria de lo pasado, ya que el recuerdo de los éxitos o fracasos señalan un camino a seguir o a dejar; la docilidad para pedir y aceptar consejos de personas mas experimentadas; la intuición o comprensión de la realidad presente con sus circunstancias.
Se oponen a la prudencia: la precipitación, cuando se actúa temeraria y precipitadamente, por el ímpetu de la pasión o el capricho. La inconsideración, que desprecia o descuida atender a las cosas necesarias para juzgar rectamente. La inconstancia, que lleva a abandonar fácilmente los buenos propósitos. La negligencia, por la que no se hace lo que se debiera o como se debiera hacer.
- Conclusión
Me gustaría concluir la reflexión sobre esta virtud citando un pensamiento de san Basilio en su “Discurso a los jóvenes” que dice:
“Deben, pues, ustedes seguir al detalle el ejemplo de las abejas. Porque éstas no se paran en cualquier flor ni se esfuerzan por llevarse todo de las flores en las que posan su vuelo, sino que una vez que han tomado lo conveniente para su intento, lo demás lo dejan en paz. También nosotros si somos prudentes, tomaremos … solo lo que nos convenga y mas se parezca a la verdad, dejaremos lo restante. Y de la misma manera que al coger la flor del rosal esquivamos las espinas, así… tendremos cuidado con lo que pueda perjudicar los intereses del alma”.