La presencia del papa Francisco en nuestra nación mexicana nos ha dejado un increíble sabor en el corazón. La fe desbordante de millones de católicos de México demostró, en las calles y lugares de reunión con el pontífice, que el catolicismo es una grandiosa fuerza que puede transformar nuestra realidad, ser luz para iluminar y ser guía para edificar un futuro promisorio.
Fue una visita que, antes de realizarse, se atacó duramente, sobre todo por aquellos críticos a los altos costos del viaje, por quienes cuestionaban la presencia de una figura religiosa en un estado laico, y por quienes ventilaron en los medios el asunto de la boda del presidente. Todo eso fue opacado por el tsunami de fe y de alegría que suscitó el paso del papa por las calles mexicanas. Las multitudes incontenibles en las misas fueron un reflejo del posicionamiento de Francisco como el primer líder espiritual y moral de la humanidad.
Personalmente no tuve la oportunidad de concelebrar la misa con el papa. La cadena de televisión CNN solicitó la presencia de un sacerdote, y por ello debí acompañar a José Levy, corresponsal de la televisora en Medio Oriente, y quien también cubre las visitas papales en América Latina. Aunque Levy es judío, pude percibir el absoluto respeto, la gran admiración y el gran entusiasmo de este periodista hacia la persona de Francisco.
El papa Francisco trajo la unidad más allá de la Iglesia. Gobierno, medios de comunicación, iniciativa privada e Iglesia se unieron en diálogo y esfuerzos para que la visita fuera un éxito pastoral, logístico y mediático. Pudimos percibir la generosidad y el entusiasmo con que lo hicieron. Por ello no deja de sorprender el poder de convocatoria y de unidad que tiene el Santo Padre. Sin duda que esta experiencia ha abierto, entre todos, puentes de comunión y entendimiento, en vistas a conjugar fuerzas para futuros proyectos.
Fue absolutamente emocionante contemplar la calidez del papa con nuestros hermanos más necesitados de misericordia y paz –indígenas, víctimas de la violencia, migrantes, presos– para brindarles una palabra de aliento. En un país tan lastimado por la realidad del pecado, palpita un anhelo de regazo. El hombre tiene necesidad de sentirse abrazado, consolado, perdonado. Y Francisco, con esa humildad, caridad y sabiduría que lo caracteriza, ha sido el abrazo de Dios para todos, especialmente para quienes más han sufrido por la cultura que los descarta.
No podemos dejar de dar gracias al Padre misericordioso por esta visita que tantas bendiciones seguramente derramará sobre México y en nuestra querida Ciudad Juárez. Los mexicanos sabemos acoger al Santo Padre con fe viva y corazón palpitante porque sabemos que estamos recibiendo al Vicario de Cristo. Y no podemos dejar de agradecer al papa Francisco el que haya puesto su mirada y sus pies en esta ciudad para bendecirla. Ciudad Juárez no será la misma después de la visita del papa.
Como Iglesia nos corresponde continuar nuestro trabajo pastoral, pero de manera diferente. La visita papal es don y tarea. Los mensajes de Francisco y sus encuentros deben de ser meditados, rumiados, repasados, cavilados. Todo con el propósito de mover los corazones y las voluntades para caminar en un proceso de conversión que dé frutos para la vida de la Iglesia y de la sociedad. La visita de Francisco está desatando energías vivas que, seguramente, suscitarán un despertar espiritual en muchas personas; habrá, muy probablemente, más vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa; más hombres y mujeres vivirán de manera más valiente su catolicismo, surgirán nuevas iniciativas pastorales y nacerán más matrimonios cristianos y creyentes.
Los sufrimientos del pasado en nuestro país han sido arropados por la misericordia del Señor. “Sentí ganas de llorar al ver tanta esperanza en un pueblo tan sufrido”, expresó el pontífice en su discurso de despedida. Sea esta esperanza cristiana la que nos empuje a transformar nuestro doloroso pasado y difícil presente en un futuro donde brille, en el pueblo de México, la misericordia y la paz de Jesucristo.