Secreto 6: Cada recepción es diferente
No debemos tener miedo de recibir la Comunión; simplemente debemos tomar la decisión de recibirla bien… Mientras haya más semejanza entre la persona que reciba la Comunión y Jesús, tanto mejor serán los frutos de la Santa Comunión. (San Antonio María Claret)
Vinny Flynn/ Autor católico
Este secreto es realmente una continuación del secreto 5, porque existe una relación muy estrecha entre cómo recibo y qué recibo. Mientras sea más capaz de entrar en comunión, uniéndome con Jesús, más fructífera será mi recepción.
Durante la mayor parte de mi vida, vi la recepción de la Comunión como una acción específica que simplemente se repetía en cada misa. Nunca se me ocurrió pensar que hay algo diferente sobre la Comunión de hoy con respecto a lo que fue la de ayer o lo que será la de mañana. Es por la misma mentalidad pasiva, la concepción equivocada de que realmente no estoy haciendo nada. Es Dios quien está haciendo algo, y Él hace la misma cosa cada vez que comulgamos, ¿verdad?
Falso. En los últimos cinco capítulos hemos visto la “buena nueva” sobre las cosas tan maravillosas que Cristo quiere hacer por nosotros a través de la recepción de la Santa Comunión, como quiere inundarnos con milagros de gracias y vivir en nosotros como nosotros vivimos en Él.
Ahora, aquí está la “mala nueva”: Nada de eso pasa si nuestra actitud no es la correcta. “En una persona falsa”, escribe Santo Tomás de Aquino, “el sacramento no produce ningún efecto”.
Esa es una aseveración muy fuerte. ¿Cuándo fue la última vez que usted escuchó eso predicado desde el púlpito?
Imagínese si, justo cuando la gente comienza a levantarse para recibir la Comunión, el sacerdote levantara su mano como un policía de tránsito y parara a todo el mundo:
¡Por favor, esperen un minuto! Yo sé que todos quieren venir y comulgar, pero sólo quiero recordarles que hagan primero un examen de conciencia, porque el sacramento no tendrá ningún efecto si usted es una persona falsa.
¡Ay! Eso seguramente podría generar algunas discusiones interesantes en el estacionamiento después de la misa –especialmente en lo concerniente a la pregunta obvia:
¿Qué es una persona falsa?
Santo Tomás de Aquino explica:
Somos falsos cuando nuestro ser interior no corresponde con lo que estamos representando exteriormente. El sacramento de la Eucaristía es una señal externa de que Cristo se incorpora en la persona que lo recibe y esa persona en Cristo. Uno es falso si en su corazón no desea esa unión y ni siquiera trata de remover cada obstáculo que se oponga. Por lo tanto, Cristo no permanece en él, así como tampoco él permanece en Cristo.
¡Caramba! Si cuando recibo, no estoy deseando esta unión sacramental especial con Cristo y tratando de liberar mi mente y mi corazón de cualquier cosa que está bloqueándolo, no gano nada del efecto sacramental que Cristo quiere darme. Todavía estoy recibiendo el sacramento, pero obtengo ninguno de sus frutos.
En su Suma, Santo Tomás elabora en esta enseñanza, presentando una distinción poderosa entre el sacramento en sí y sus efectos. “Cada persona recibe el efecto de este sacramento de acuerdo a su condición”, él explica, haciendo énfasis en que no hay “ningún efecto excepto en aquellos quienes están unidos al sacramento a través de la fe y la caridad”.
Comparando la Eucaristía a la Pasión de Cristo, Santo Tomás continúa:
Así como la Pasión de Cristo no produce su efecto en aquellos quienes no lo aceptan como deberían, de la misma manera quienes reciben indignamente este sacramento no alcanzan el cielo a través de él. En línea con eso, San Agustín escribe: “El sacramento es una cosa, su virtud otra. Muchos reciben del altar, y recibiéndolo, están muertos. Por lo tanto, coma pan de cielo, lleve inocencia al altar”. Entonces no es sorprendente que aquellos quienes no mantienen un corazón puro no logran recibir el efecto del sacramento.
San Pablo va un paso más allá en su advertencia, enfatizando que, si nuestra actitud cuando recibimos no es la correcta, ni sólo dejamos de recibir el buen fruto del sacramento, sino que también nos hacemos daño espiritualmente:
Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba el cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condena. (1 Co 11:27-29)
San Juan Crisóstomo es aún más directo sobre los peligros de recibir sin merecerlo:
Yo suplico, ruego e imploro, que nadie se acerque a esta sagrada mesa con una conciencia mancillada y corrupta. En efecto, tal acto nunca puede llamarse “comunión”, ni siquiera deberíamos tocar el cuerpo del Señor mil veces, sino “condenación”, “tormento”, y “un aumento del castigo”.
Estas advertencias encuentran un eco alarmante en las enseñanzas del Concilio de Trento, el cual declara:
Ningún crimen conlleva un castigo tan pesado que se tema más de Dios que por el uso profano o irreverente por parte de los feligreses de aquello que … contienen al mismo Autor y Fuente de Santidad. (De Euch, v.i.)
¿Soy digno de recibir la comunión?
¡Tantos años pensando que cada recepción es igual! En realidad, cada vez que recibo la comunión puede ser significativamente diferente. Mi disposición espiritual antes, durante y después de recibir el sacramento determinará si el sacramento producirá buenos frutos en mí (en varios grados), pueda no tener efecto en absoluto, o pueda resultar en mi condena.
Históricamente, esta conciencia algunas veces ha resultado en que la gente se preocupe excesivamente si son dignos de recibir la comunión. Algunos incluso tienden a abstenerse debido al miedo, duda, o a una naturaleza súper escrupulosa, aún cuando no ha habido una razón válida para hacerlo.
Obviamente, eso no es lo que Dios quiere. Cristo quiere que lo recibamos; es por esa razón que instituyó este sacramento tan dramáticamente en la Habitación de Arriba durante la Última Cena. Y, para asegurarse que siempre fuéramos dignos de recibirlo, instituyó el Sacramento de Reconciliación en esa misma habitación el Domingo de Pascua (Jn 20: 19-23).
Esta es la razón por la cual la iglesia enseña que, si estamos conscientes de hacer cometido un pecado mortal, debemos ir a encontrarnos con Cristo en el confesionario antes de recibirlo en la Eucaristía (Ver CCC #1385). Allí, nuestra miseria encuentra Su misericordia, y somos restaurados al estado de gracia, de modo que seamos dignos de entrar en comunión con Él a través de la Eucaristía.
Cuando San Pablo nos dio esta advertencia sobre recibir dignamente, no quería decir que no deberíamos recibir. Estaba simplemente exhortándonos a examinarnos para asegurarnos que estamos “discerniendo el cuerpo” cuando recibimos.
¿Qué significa discernir el cuerpo? De acuerdo a Santo Tomás, significa “distinguirlo de otra comida”, reconociendo que Cristo está realmente presente. Debemos esforzarnos en nunca consumir este “Pan” distraídos o casualmente como comeríamos otra comida, sino que debemos prepararnos adecuadamente para este banquete maravilloso donde, con gran reverencia y gratitud, recibimos a Dios mismo en nosotros.
San Agustín hace eco a esa exhortación, enfatizando que nuestra recepción de la Comunión debe ser un acto de alabanza al Dios a quien estamos recibiendo. Pero él tampoco está sugiriendo que debemos tener miedo de comulgar. Al contrario, él agrega un poderoso estímulo para que no sólo comulguemos, sino que comulguemos todos los días:
Que nadie coma el cuerpo de Cristo, sin adorarlo antes…
Este es nuestro pan de cada día: recíbelo a diario para que te dé beneficios diariamente.
Efectos buenos o malos de comulgar
Por todo esto, no debemos tener miedo de recibir la Comunión; simplemente debemos tomar la decisión de recibirla bien.
Durante la misa, una de las oraciones prescritas para que el sacerdote la diga antes de la Comunión revela la conciencia de los posibles efectos buenos o malos de comulgar, mientras nos provee de un modelo de actitud que debemos tener cuando comulgamos. Contiene una profesión personal de fe en el señorío de Jesucristo, en su amor y misericordia, y en su presencia real en la Eucaristía; junto con la petición de que, como el sacramento está a punto de ser recibido en ese espíritu de fe, pueda traer salud y no juicio:
Señor Jesucristo, con fe en tu amor y misericordia como tu cuerpo y bebo tu sangre. No permitas que me traiga condenación, sino salud en mente y cuerpo.
Para mí, estar conciente de que “lo que recibo depende de cómo lo recibo” no es una cosa negativa. ¡Es excitante! Significa que cada vez que recibo la Eucaristía puedo entrar en comunión con Dios de una manera más completa, personal y fructífera. Significa que mientras mejor me prepare para cada recepción, realmente podré recibir más “salud en mente y cuerpo”.
Lo que necesito hacer cada vez, por encima de todo, es reconocer quién es Dios, reconocer mi falta de mérito para recibir tal regalo, y preparar mi corazón para entrar en comunión con Él, confiando en su amor misericordioso por mí. Y así, una y otra vez, repito el eco histórico de la Iglesia de la exclamación del centurión:
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. (Ver Mt 8:8)