Ana María Ibarra
Agradecidos con Dios por la vida del padre José Waldo Vega, familiares, sacerdotes y fieles despidieron el pasado 6 de julio, en una misa de cuerpo presente, al sacerdote, quien fue llamado a la casa del Padre a gozar de la Verdad que predicó.
La celebración fue presidida por monseñor René Blanco, vicario general de la Diócesis de Ciudad Juárez, quien en representación del obispo diocesano externó su agradecimiento a Dios por el ministerio del padre José Waldo.
Trabajador de vocaciones
En su homilía, monseñor Blanco compartió aspectos de la vida del padre Vega, en la que, dijo, Dios le concedió grandes bendiciones.
“Nació en una familia sencilla en Buenaventura. Una familia profundamente creyente, servidores de Dios. Desde pequeño entró al Seminario de Chihuahua, y siempre se distinguió por trabajar en las vocaciones sacerdotales”, compartió monseñor René.
Agregó que el padre Vega siempre acompañó con perseverancia a los jóvenes con inquietud vocacional.
“En todas las parroquias donde estuvo siempre trabajó incansablemente por formar en la vida cristiana. Tenía grandes virtudes: disciplina, puntualidad, trabajador por embellecer los templos”, añadió el vicario general.
Acompañado hasta el final
El padre Vega llegó a los 66 años en el ministerio sacerdotal y 93 de edad. “Somos testigos del amor de Dios en su ministerio”, dijo el vicario General en la misa de honras fúnebres, en la cual agradeció a quienes lo acompañaron en su vida.
“Gracias al padre Hayen, a la comunidad de la Divina Providencia, a todas las familias, a los hermanos sacerdotes, a los padres del Seminario, a los seminaristas que con tanto amor lo acompañaron los últimos años”, agradeció monseñor René.
También pidió a los asistentes que en un momento de silencio pusieran en su corazón la vida del padre Vega.
“Agradezcamos a Dios por todas sus bendiciones y le pedimos que el padre, su sacerdote, pueda estar en este momento escuchando la voz de Jesús”, finalizó.
Reconocimiento
El presbiterio y los fieles elevaron al cielo una oración por el padre Vega para entregarlo a las manos de Dios Padre. Monseñor Blanco roció con agua bendita el féretro y los sacerdotes cantaron el Salve Regina.
Llevado por sus hermanos sacerdotes, el padre Vega salió del templo entre aplausos y lágrimas para ser llevado a su última morada, el Recinto de la Oración, donde quienes lo acompañaron volcaron nuevamente su cariño.