Migrantes agradecen la hospitalidad y el amor que recibieron en el albergue parroquial San Juan Apóstol para mujeres embarazadas y víctimas de violencia…
Diana Adriano
Con profunda tristeza, después de cuatro años de servicio, trabajo, hospitalidad, entrega y cobijo a mujeres migrantes en estado de gestación y víctimas de violencia, el albergue parroquial San Juan Apóstol y Evangelista cerró sus puertas el pasado miércoles 25 de enero con la celebración de la Santa Misa.
A través de un comunicado, el padre Francisco García Salinas, director del albergue, recordó que los feligreses de su comunidad siempre se hicieron presentes al prestar su ayuda.
“Les puedo decir con toda franqueza que nunca dejaron de venir, y siempre con algo para compartir con nuestros huéspedes migrantes. Tengo claro que, sin ustedes, este albergue no habría perseverado estos años”, dice en el comunicado.
“Sin embargo, consideramos que las nuevas condiciones de cruce hacia los Estados Unidos y las incertidumbres que originan, la falta de personal remunerado del albergue y otras necesidades económicas, nos llevan a decidir el cierre definitivo del mismo”, añade el documento.
Acción de gracias
Patricia Galarza, psicóloga del albergue, expresó que esta misa fue para agradecer la empatía y la solidaridad de los bienhechores que sostuvieron la obra por tanto tiempo.
“Tuve muchos sentimientos encontrados, porque fue un proyecto con una misión muy bonita y no esperábamos cerrarlo, pero en el equipo solo éramos tres personas, y la verdad, ya estábamos agotados, tenemos que reconocerlo”, expresó Patricia.
La servidora agregó que la parroquia San Juan Apóstol y Evangelista seguirá atenta a las necesidades de los más desprotegidos, y que buscarán responder pastoral y solidariamente. Y buscan otras maneras de acompañar y promover una pastoral desde la empatía, la solidaridad y la paz.
“No tenemos las estadísticas de las personas que apoyamos, porque para nosotros no fueron números, sino personas con nombre, rostro y apellido, que pasaron por este albergue y que Dios las bendice porque ahora tienen un mejor futuro”, remarcó la psicóloga.
Sin embargo, la entrevistada destacó la numeralia que sí tienen registrada: fueron 46 los bebés, hijos e hijas de mujeres migrantes, que nacieron en el albergue durante estos cuatro años.
“Es una suma impactante”, dijo.
Nunca perdieron la fe
Para gloria de Dios, todas las mujeres que pasaron por este espacio de hospitalidad lograron cruzar a los Estados Unidos.
Hoy por hoy, ellas y sus familias viven lo que muchos llaman ‘el sueño americano’, y a la distancia, vía telefónica, compartieron con Presencia su agradecimiento al padre Francisco, a Patricia y Marta Galarza, por ser su apoyo en los momentos más difíciles.
Aquí sus testimonios.
No fue un albergue, fue un hogar
Gabriela es una mujer proveniente de Honduras, quien junto a su hija de 12 años vivió 11 meses en el albergue San Juan Apóstol.
“Para mí, no era un albergue, fue mi casa, fue mi hogar. Nunca terminaré de agradecer lo que el padre Francisco, Martita y Patricia hicieron por mi hija y por mí”, aseguró.
Gaby ya llevaba 16 años en México, incluso obtuvo la residencia mexicana, pues creyó haber encontrado el amor en el Estado de Veracruz, sin embargo, todo se convirtió en una pesadilla.
“Decidí migrar y pedir asilo porque sufría de violencia doméstica, al punto que el papá de mi hija intentó matarme. Puse una denuncia e intenté actuar conforme a la ley, pero no me hicieron caso, pues a pesar de que tenía mi residencia mexicana, para ellos era una extranjera más”, denunció.
Muerta del miedo y decidida a buscar un mejor futuro para su hija, Gabriela decidió salir de Veracruz y llegó a Ciudad Juárez, donde la canalizaron al albergue San Juan Apóstol y la ayudaron a solicitar asilo político en Estados Unidos.
“Las muchachas que estábamos en el albergue eran de Honduras, Guatemala y México, siempre tuvimos en cuenta que teníamos un enorme privilegio al estar ahí. Siempre tuvimos prioridad, se nos dio la mejor atención, al igual que a nuestros hijos”, aseguró Gaby.
La entrevistada explicó que a pesar de que tuvo muchos problemas al pedir asilo por tener nacionalidad mexicana, hoy se encuentra felizmente en la Unión Americana.
“Gracias a Dios tengo un trabajo, sigo luchando en mi caso de asilo, mi hija está en la escuela y lo mejor de todo, ya no tenemos miedo. Esto fue posible gracias a nuestra familia de San Juan Apóstol”, expresó.
¡Son mi familia!
Erika, es una madre mexicana de Michoacán, quien al vivir un momento muy fuerte de violencia doméstica e intento de asesinato por su pareja, decidió, emigrar a Estados Unidos en busca de asilo para ella y sus hijos.
“Gracias a Dios, evité ser un feminicidio más en este país, y tuve la dicha de que Dios tuviera misericordia de mí y salvara mi vida. El padre de mi hijo mayor estuvo a punto de matarme, y mi hijo presenció todo, por eso emigré a Ciudad Juárez.
Yo sabía que las fronteras estaban cerradas pero quería esconderme en algún lugar, lejos de Michoacán”, recordó.
La mujer se encontraba embarazada, y viajaba junto a sus dos hijos. Al llegar a esta frontera, y luego de que la rechazaran en la Casa del Migrante debido a la pandemia, la canalizaron al Hotel Filtro.
“Al acabar mi cuarentena, el 25 de septiembre de 2020, me enviaron al albergue San Juan. Me gustó la idea de que solo fueran niños y mamás. La verdad, el albergue fue uno de los mejores lugares en los que estuve. Ahí conocí verdaderos ángeles terrenales”, contó vía telefónica desde Estados Unidos.
“No me cerraron las puertas, me dieron apoyo, y me dieron ese abrazo de seguridad que tanto necesitaba. Aun estando acá, no pierdo contacto con ellos, son mi familia, son parte fundamental de esta nueva etapa de volver a vivir, pues fueron ellos los que me ayudaron a retomar mi vida”, indicó Erika.
Con mucha emoción recordó una experiencia que presenció en la celebración de cumpleaños de su hijo mayor en el albergue.
“Acudieron unos policías a la fiesta y mi hijo le dijo a uno ‘mi papá tiene una pistola como la tuya, y se la puso en la cabeza a mi mami, y le dijo que la iba a matar’, ese momento me causó mucha tristeza, pero Paty, como psicóloga, me ayudó mucho con la ansiedad que él sufría”, añadió.
Erika, junto a sus hijos y el más pequeño, Mateo, que nació al momento de cruzar a los Estados Unidos, actualmente se encuentran felices y protegidos, y no han perdido el contacto con su familia de Ciudad Juárez.